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 martes, 09 de enero de 2007  
Reflexiones
La revolución de la gente

Por Bernardo Kliksberg

El 2006 fue en América Latina el año de la revolución de la gente. La gente se movilizó más que nunca, fortaleció la sociedad civil, creó nuevas e innovadoras ONGs, y múltiples organizaciones de base, exigió información, salió a la calle, colmó los recintos electorales y consiguió avanzar cambios políticos de gran envergadura, que con diferentes versiones según el país, tienen en común que han recibido el mandato de poner en primer lugar la pobreza y la desigualdad.

La gente dijo, no toleramos más que en un continente con el 33% de todas las reservas de agua limpia del planeta haya 60 millones de personas sin agua potable, y 120 millones sin un inodoro y saneamiento sostenible, que la tasa de mortalidad infantil sea 10 veces la de Suecia, y la de mortalidad materna 12 veces la de Canadá, que 209 millones sean pobres (en 1980 eran 136), que 80 millones de ellos estén en pobreza extrema y tengan hambre (en 1980 eran 60 millones).

También expresó por todas las vías que ahora vincula. Sabe que los niveles de pobreza inauditos de América Latina, una región bendecida por la divinidad con una dotación excepcional de recursos naturales, tienen que ver con el hecho de ser el continente más desigual de todos, donde el 10% más rico tiene la mitad de los ingresos, y el 10% más pobre solo el 1,6% (una distancia de 50 a 1 frente al 3 a 1 de los países nórdicos).

La gente que tuvo en las 12 elecciones que se realizaron desde noviembre del año pasado, una cifra récord de participación electoral 74%, indicó también que sabe qué hay que hacer. Exigió que las políticas públicas se activen, el Estado se fortalezca, se haga transparente y eficiente, se descentralice hacia las provincias y municipios, las prioridades sean hambre, agua, salud, educación, trabajo, y que haya acceso a crédito para todos. Reclamó que se siga democratizando la política, pero también se democratice la economía. Presionó para que se eliminen todas las formas de corrupción: pública, clientelar, empresarial.

La gente mostró además el camino con hechos concretos. Creció la solidaridad, el voluntariado, y la sociedad civil apoyó activamente a las políticas públicas cuando fueron las reclamadas.

Argentina fue expresión de todo esto. Políticas públicas agresivas y bien orientadas en reactivación productiva, desarrollo social, salud, educación y otras áreas, permitieron que en tres años se redujera la pobreza en un 26% y se abatiera la desocupación a la mitad.

Organizaciones ejemplares de la sociedad civil como Caritas, Amia, Red Social y muchas otras las acompañaron continuamente. Sin embargo, el desafío sigue totalmente abierto. Según estadísticas del Indec de 2006, 4,7 millones de niños menores de 14 años son pobres, 1,9 millón de ellos pobres extremos. El 43% de los trabajos es en negro. Son cifras éticamente inaceptables.

Tanto en América Latina como en la Argentina, la gente dice hoy que no acepta ningún fatalismo respecto a nada de esto. La pobreza y la desigualdad se pueden enfrentar. Hay que ponerlas definitivamente en el pleno centro de las prioridades, profundizar esfuerzos y construir economías con rostro humano. Como decía Carlos Fuentes: "Algo se ha agotado en América Latina, los pretextos para justificar la pobreza".

(*) Asesor principal del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo para América Latina. Su más reciente libro , el best seller internacional (10 ediciones) "Más ética, más desarrollo".

Texto escrito para la Red de Diarios de Periodismo Social


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