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 sábado, 23 de diciembre de 2006  
Universidad argentina: presente y desafíos de un “elefante sin alas”

Pedro Krotsch(*)

La universidad moderna ha nacido con el mandato de su necesaria autocomprensión. ¿En qué punto estamos en este sentido? Ante todo creo que necesitamos modificar nuestra mirada así como impulsar la reflexión sobre una universidad que parece reproducirse en el mero presente.

No podemos pensar ya más, en el mundo de hoy, a la universidad como un ente solitario capaz de atribuirse todas las funciones. Tenemos que pensarla desde sus funciones dentro del espacio más vasto de la educación superior y sus distintas alternativas complementarias de formación y articulación con el entorno.

La universidad sobredemandada no puede responder a todos los requerimientos sociales y estatales, así como los que devienen del mundo productivo, cuyas exigencias se transforman de manera acelerada, dificultando las previsiones a largo plazo. La adaptación simétrica de preinserción en el mundo laboral o de formación en servicio, y también de educación permanente y vocacional, debería ser asumida por un sector mal llamado hoy no universitario, más sensible a una adaptación centrada en el corto y mediano plazo.

La universidad pública se justifica, así como su autonomía, por múltiples funciones, como la movilidad social, la construcción de nuevos discursos orientados a reconstruir la esfera pública no estatal, y sobre todo por su capacidad de producir conocimiento. Hoy, como ya lo denunciaban los reformistas más lúcidos, la universidad continúa siendo en lo fundamental “fábrica de títulos”. Compulsión que se expande sin pausa y sin tino a través de sedes, subsedes así como las llamadas ofertas extra áulicas. La demanda y sus orientaciones tradicionalistas moldean, como lo ha sido históricamente, nuestra configuración universitaria: ésta no quiere ni pretende construir horizontes.

La universidad argentina puede resumirse en la metáfora de un “elefante sin alas”. Algún historiador justificaba la metáfora del “elefante con alas” por sus efectos deleteros sobre el conjunto de la sociedad, por su función científica, creación de cultura y formación de la ciudadanía. Se trataba de justificar su aparente parsimonia e inmovilidad.


Vuelo segado
Sin embargo estas alas en nuestro país han y son segadas, o aletean marchitas. Por un lado, este animal ha sido amputado históricamente por una derecha decimonónica, cuyo temor a la ciencia es tributaria de una profunda disputa por la hegemonía cultural y moral. Por otra parte, en los períodos democráticos padece la penetración y el embate de una conjunción de “profesionalismo” tradicional, orientado a la obtención de una renta individual y la penetración sin mediaciones de los partidos políticos y sus consecuencias en materia de clientelismo y privatización de la ciudadanía universitaria.

Se suman a lo anterior sectores de una izquierda que, carentes de horizontes de realización práctica, han abandonado toda pretensión por construir una alternativa intelectual y moral. Sólo parecen, enamorados de la coyuntura y los medios, querer dinamitar en nombre de una inmediata resonancia política la potencialidad argumentativa de nuestros precarios espacios públicos.

La autonomía se justifica por su función en la producción de conocimiento y simultáneamente por su responsabilidad social. En este sentido se hace cada vez más necesario “despartidizar para politizar”. Sólo así podremos construir un intelectual colectivo que hable desde la pretensión de universalidad, desde una voz pública, más allá de los intereses particulares del campo político, de sus dilemas así como de sus prácticas e intereses.

En rigor, la universidad es un receptáculo natural de la vida política, aunque no subordinado, pues los valores y normas por la que debiera conducirse se derivan de la pertinencia funcional de lo meritocrático-académico. La autonomía de la universidad también debe primar en esta dimensión. Este es el sentido con el que la historia ha habilitado a la universidad a construir una voz con pretensiones de universalidad.

Parecería que toda política universitaria se reduce hoy al problema de la representación. No cabe duda que aquí existen problemas. Sin embargo, no parecería haber otros fines, objetivos o ilusiones por los cuales habilitar una política. Lo democrático no se reduce al sistema de representación. Sí es un tema central, pero su democratización no pasa sólo por esos andariveles, o el de los cambios de estatutos. Estos finalmente son moldeados por la orientación de los actores. De éstos, y sus virtudes o deficiencias, se trata lo fundamental. ¿Qué actores son capaces de anunciar una nueva universidad afín a los tiempos que vivimos y se avecinan?

Hoy las universidades en el mundo, dada la internacionalización de la educación superior, se plantean, sobre todo aquellas con más tradición universitaria como la francesa y la alemana (cuna esta última de la idea de universidad moderna), la necesidad de agilizar su gestión y mejorar su gobernabilidad. Se trata de superar la mera “gestión de tensiones”.

Las universidades requieren sin duda una gestión y un estilo de construcción de gobernabilidad más ágil e innovadora, de lo contrario deambularán sin rumbo, sólo amparadas en su persistente autocomplacencia. No podemos obviar las exigencias de un mundo que se achica, así como tampoco obviar la creciente competencia entre instituciones en un sistema institucional ya por demás complejo. A la luz de los cambios en el sistema mundial de educación superior, resolver esta cuestión es fundamental.

En caso contrario, permaneceremos como un “elefante sin alas”, incapaz de avizorar el futuro y construir una nueva misión universitaria. Creo que las condiciones políticas y económicas actuales son propicias para animarnos a pensar en el futuro, aunque es cierto, como señalaba Cortázar, que somos eternos aficionados al mero presente. En palabras de Paul Ricoeur, se trata posiblemente de pensar, discurrir y argumentar acerca de dónde colocar en una universidad de masas, aquella idea de universidad hija de la ilustración. Seguramente sea ésta nada más que una utopía preñada de inveterada y persistente ingenuidad.

(*) Investigador de la UBA y director de la revista Pensamiento Universitario.
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