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sábado,
23 de
diciembre de
2006 |
Para no olvidar en la Navidad
En el día de Navidad, Paul Claudel, ateo de 18 años, entró en la catedral de Notre Dame, París, en plena función litúrgica. En el fondo, junto a una columna, empezó a pensar: “¡Qué felices son los que creen! ¿Y si fuera verdad? ¡Qué lindo sería que fuera verdad! ¡Es verdad! ¡Es verdad!”. La conclusión de este sucederse de pensamientos no es un acto voluntarista sino la recepción de un don; un don que se impone y arrebata con una carga poderosa de alegría, de felicidad. Así fue con San Pablo, San Agustín, San Francisco, San Ignacio de Loyola, Paul Claudel. Dios es un seductor que, sin forzar nuestra libertad, emplea el arma del gozo espiritual, la paz profunda, la serenidad infinita. Lo sumerge a uno en un clima de bondad incomparable. Así somos atraídos hacia l. Las grandes conciliaciones son pasajeras, pero no deberíamos olvidar, sobre todo en Navidad, que la “alegría es el estado normal del cristiano, mientras que la tristeza es sólo una semivacación emocional” (Chesterton). Pero también este pensador afirma que “la alegría es la pequeña publicidad del pagano y el secreto gigantesco del cristiano”, algo que le viene a éste muy de adentro. Lo cual tampoco quiere decir que haya que esconderla siempre y totalmente. También hay que valorar y agradecer con Tomás Moro, para nosotros y nuestro prójimo, “una buena digestión y tener algo que digerir; y la salud del cuerpo, con el buen humor necesario para mantenerla; y un alma santa que sepa aprovechar lo bueno y puro; que no conozca el aburrimiento ni las murmuraciones”. Le pedimos al Niño Dios para todos “el sentido del humor, la gracia de comprender las bromas, que nos den alegría; y que podamos comunicársela a los demás”.
Mons. José Bonet Alcón
Vicente López, Buenos Aires,
[email protected]
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