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miércoles,
15 de
noviembre de
2006 |
ANALISIS
La hora de
tirar lastre
Mauricio Maronna / La Capital
"Basta de hacer política con los impresentables", bramó Cristina Fernández cuando un llamado entró al celular del presidente de la Nación, el domingo 29 de octubre a la noche, comunicando la mala nueva: Joaquín Piña había noqueado al delfín de la Corona. Ahí comenzó a definirse la suerte del impúdico Luis D'Elía.
Néstor Kirchner regresó de su viaje a EEUU, en septiembre pasado, con una certeza: el malestar de la influyente comunidad judía por el brote antisemita, los vínculos del santacruceño con Hugo Chávez y la estrecha relación del venezolano con Teherán caían sobre su figura como una andanada de piedras. Había que empezar a echar lastre.
Hasta el momento de sus diatribas contra "los sionistas", a D'Elía era mejor mantenerlo enjaulado y alimentado con planes sociales para que, además, sirviera como fuerza de choque a la hora de mantener los precios a raya en las estaciones de servicio o en supermercados poco dóciles a las directivas del secretario de Comercio, Guillermo Moreno.
Al impresentable subsecretario de Tierra y Hábitat se le permitían a cambio, algunas licencias: causa paralizada por haber tomado en el 2004 una comisaría en La Boca, silencio oficial frente a sus excéntricas apariciones en los campos del señor Thompkins y provocaciones al frente de módicas concentraciones paralelas a las organizadas por "la derecha".
Los costos de mantener a D'Elía en el círculo del poder resultaban mínimos en una sociedad que parecía no darle entidad a otra cosa que no fuera su bienestar individual. Con la oposición flotando en las nubes, D'Elía generaba simpatía entre los contertulios de Casa Rosada, que disfrutaban de sus embates contra el periodismo no cooptado por la billetera oficial o de sus acusaciones al insustancioso Horacio Rodríguez Larreta (PRO), a quien tildó como "un delincuente que en el Pami se robó los dineros de los abuelitos".
La piña de Piña hizo caer los sueños de eternidad que se acurrucaban entre los popes de la política que creen que el poder es un freepass hacia la eternidad. ¿Si le tocó a carlos Rovira, a Felipe Solá y al mismísimo jefe del Estado, por qué el viento de cola no arrastraría a quien es caracterizado como el peor de todos?
Las diatribas de D'Elía contra Israel y su defensa a Irán formaron sobre su humanidad una tormenta perfecta. ¿O habrá sido la excusa perfecta para que el hombre que garantizaba el control de la calle vuelva a la calle sin carné oficial?
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