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miércoles,
08 de
noviembre de
2006 |
Reflexiones
La democracia es una construcción humana
Jorge Obeid (*)
Todos sabemos que Argentina padeció recientemente una de las más importantes crisis institucionales de su historia, a punto tal que puso a prueba las instituciones, la credibilidad en el sistema y la gobernabilidad en el sentido más amplio. El ciclo que se abrió a partir del 2003 fue un paso adelante de la democracia. Algunos pronosticaban un inmenso "voto bronca", un nivel de abstención colosal, un rechazo a las instituciones; mientras que la mayoría de los argentinos optó por un voto constructivo, que permitió una salida democrática y constitucional.
La democracia es una construcción humana. Para Alain Rouquié, es "el más prodigioso de los inventos occidentales". La palabra democracia tiene en nuestro país una fuerte carga emocional. Argentina tuvo con la democracia una relación difícil, sinuosa e incluso contradictoria. En su origen, tuvimos sin dudas una democracia imperfecta e incompleta en su base, con un sistema electoral que permitió e incluso promovió el fraude.
Cuando se instauró el nuevo sistema de voto universal secreto y obligatorio se pensó que este cambio -sin dudas un avance institucional sustancial- sería suficiente para generar una democracia plena y dar origen a un proceso político y social ascendente estable y continuo. La participación del pueblo a través del sufragio era garantía no sólo de legitimidad, sino de progreso.
La interrupción de la institucionalidad democrática en 1930 y la repetición de dicho ciclo de golpes militares y vuelta a gobiernos consagrados a través de elecciones -sean libres o amañadas- afianzó la idea que el sufragio era el instrumento suficiente y hasta diríamos único de la existencia y de la vida de la democracia. Todos recordamos la frase del primer presidente de esta nueva etapa democrática, que decía: "Con la democracia se come, con la democracia se educa, con la democracia se cura?". Y esa democracia maravillosa y automática consistía justamente en elegir, en votar.
Los sucesos posteriores hicieron ver que las cosas son mucho más complejas. Se sabe ahora que la realidad no es fácil de ser transformada, y que exige un trabajo continuo de diálogo, tolerancia, consenso, y sobre todo capacidad de gestión, responsabilidad y liderazgo no sólo en la dirigencia política, sino de todos los estamentos de la sociedad.
Porque es cierto -y todos estamos de acuerdo- que la democracia es el gobierno del pueblo. ¿Pero de qué manera o a través de qué instrumentos gobierna el pueblo? ¿Cómo resolvemos los conflictos de intereses entre sectores sociales? ¿Cómo convivimos cuando hay temas que dividen fuertemente la sociedad? Para resolver estas cuestiones, distintos pueblos han implementado distintos sistemas, y así el principio teórico que es la democracia -gobierno de las mayorías- se va haciendo historia concreta.
Nuestra realidad actual muestra que nos enfrentamos a problemas institucionales, algunos de ellos serios. Pero a mi juicio son indicadores no de un retroceso, sino un crecimiento de nuestro sistema democrático. Digo esto basándome en aspectos que considero prioritarios: la toma de conciencia, la continuidad del proceso democrático, la correcta valoración de la llamada protesta social y -la que considero más importante- la del fortalecimiento y perfeccionamiento de los principios de la república democrática.
Al reconocimiento de soberanía del pueblo (que se expresa a través de la elección de sus autoridades), se suman una serie de principios que comienzan a ser apreciados por su valor teórico y por los efectos positivos que conlleva su aplicación en la vida social: la publicidad de los actos de gobierno, la periodicidad de los mandatos, la responsabilidad de los funcionarios (es decir, la no impunidad) y sobre todo la división de poderes como modo de equilibrio que evite la concentración del poder.
En Santa Fe, desde el inicio de nuestra gestión constituyó una meta de la acción de gobierno consolidar la confianza ciudadana en las autoridades, en la política, y en las instituciones. Para ello, nuestro gobierno se propuso fortalecer la credibilidad en la gestión pública, asegurar el desarrollo mediante recursos genuinos y promover la justicia y la inclusión social como objetivos primordiales de su agenda.
El Programa de Fortalecimiento Institucional que anunciamos hace tres años concretó la reforma del sistema electoral. Santa Fe tenía el sistema de ley de lemas que había perdido credibilidad, que era sospechado. Nos pusimos al frente de este cambio y logramos su derogación reemplazándolo por un sistema electoral muy similar al que tiene la Nación, con primarias y generales.
Además, en tratamiento legislativo se encuentran los proyectos sobre el derecho al acceso de la información y de reforma constitucional, incorporando la Fiscalía Provincial de Investigaciones Administrativas, la Defensoría del Pueblo y el Consejo de la Magistratura a la Carta Magna. Y está en marcha el Plan Estratégico de la Reforma del Poder Judicial, con la introducción del juicio oral.
Hoy todos queremos un Estado distinto, pero aprendimos que esto no se consigue de manera mágica. Todas estas acciones pretenden ser un aporte al fortalecimiento democrático. El andamiaje institucional sobre el que se cimienta nuestra vida democrática puede ser reinventado, suplantado en partes y recreado. Nuestra accionar como gobernantes no pasa por la acumulación de poder en sí mismo, sino como medio para instrumentar esas soluciones.
(*) Gobernador de la provincia de Santa Fe. Este texto es el discurso que pronunció en el V Congreso Nacional sobre Democracia en la Universidad Nacional de Rosario (UNR), el 31 de octubre pasado.
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