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lunes,
06 de
noviembre de
2006 |
Un genocida
que no pierde
la compostura
Bagdad/El Cairo.- No hay nada más importante para el ex dictador Saddam Hussein que guardar la compostura en cualquier situación. Nunca se da por vencido, ha sobrevivido a numerosos atentados e incluso ha logrado hacer victorias de abrumadoras derrotas.
Esa capacidad y su propaganda antiestadounidense hicieron que Saddam, un admirador de Stalin, se ganara muchas simpatías en el mundo árabe. Sin embargo, sus defensores hacen la vista gorda en cuanto a su responsabilidad en numerosos genocidios. Su confianza en sí mismo, aparentemente inquebrantable, le valió durante su mandato en Irak la reputación de invulnerable. Muchos iraquíes creían en aquel entonces que su presidente poseía poderes casi sobrenaturales.
Al igual que su compatriota Saladino, que logró la reconquista de Jerusalén de manos de los cruzados, Saddam deseaba pasar a la historia como heroico señor de la guerra. Y realmente, este señor de la violencia que de niño fue maltratado por su padrastro, tendrá su lugar en los libros de historia: será el primer mandatario árabe condenado a muerte por sus delitos contra la humanidad.
Un dictador acorralado
¿Qué ocurrió para que haya caído tan bajo? ¿Fue un error de cálculo lo que llevó a Saddam a menospreciar la amenaza de invasión lanzada por Washington en 2003? Los informes procedentes del estrecho círculo de poder en torno al dictador permiten suponer que a principios de 2003 éste ya sabía claramente que sus días como mandatario estaban contados. Saddam apenas tuvo elección. El gobierno de EEUU rechazó negociar y sólo una pequeña parte del pueblo quería ir a la guerra para luchar por la supervivencia de su poco deseado régimen. Durante su huida, Saddam debió temer que los cientos de miles de iraquíes que tenían una cuenta pendiente con él acabaran matándolo. Tras la caída de Bagdad pasó a la clandestinidad, hasta que los soldados estadounidenses lo encontraron el 13 de diciembre de 2003 escondido en un agujero cerca de Tikrit. El hombre que prometió caer luchando, como lo hicieron sus hijos unos meses antes, se rindió sin realizar un disparo.
Pese a esta captura poco honorable, la importancia que tuvo para Saddam no perder la compostura la demostró en sus comparecencias ante el tribunal especial que lo juzgó: "Soy Saddam Hussein al Mayid, presidente de la República de Irak, y Bush es el criminal", se presentó.
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