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 miércoles, 27 de septiembre de 2006  
Reflexiones
O' Higgins: no quiso ser amo de su patria
"He aquí la actitud viril de un militar que no pocos políticos debieran imitar"

Jack Benoliel

Bernardo de O' Higgins, director de Chile por aclamación después de Chacabuco, se mantuvo en el poder por seis años, durante los cuales empleó su autoridad, su energía y su propio peculio en sostener la expedición militar que echó las bases de la independencia peruana, sin que por eso descuidase nunca la creación y organización de la vida cultural y política de su país.

A pesar de su reconocida honestidad, cometió yerros que volvieron en su contra la opinión pública, a tal punto que el 28 de enero de 1823, los vecinos de Santiago, cortés pero decididamente, le invitaron a oírles en asamblea. El primer pensamiento del director fue el de no acudir, pero, obedeciendo a su natural integridad de varón patriota, presentóse ante la enardecida concurrencia popular. Aunque con su extraordinario aplomo consiguió imponerse a todos, comprendió después de violenta controversia que había llegado para él la hora de resignar el poder, y en presencia de la Junta que había de reemplazarlo, despojóse de la banda tricolor y del bastón simbólico del mando, y redactó su renuncia.

Con firmeza dijo: "Llevo al menos el consuelo de dejar a Chile independiente de toda dominación extraña, respetado en el extranjero, cubierto de gloria por sus hechos de armas".

Hizo una pausa, consideró con mirada severa los rostros emocionados que lo circundaban, y con voz grave prosiguió: "Al presente soy un simple particular. Mientras he estado investido de la primera dignidad de la República, el respeto, si no a mi persona, al menos a ese alto empleo, debe haber impuesto silencio a vuestras quejas. Ahora podéis hablar sin inconvenientes; que se presenten mis acusadores. Quiero conocer los males que he causado, las lágrimas que he hecho derramar. Acusadme".

Con firmeza impresionante agregó: "Si las desgracias que me adjudicáis han sido, no el efecto preciso de la época en que me ha tocado ejercer la suma del poder, sino el desahogo de mis malas pasiones, esas desgracias no pueden purgarse más que con mi sangre. Tomad de mí las venganzas que queráis, que no opondré resistencia. Aquí está mi pecho"; y desabrochó de un tirón el peto de la casaca que vestía.

La noble reacción del pueblo chileno obró a modo de instantáneo bálsamo, sobre el herido corazón del patriota, pues de todas las bocas brotaron espontáneos gritos: ¡No! ¡No! ¡Nada tenemos contra O'Higgins! ¡Viva el general O'Higgins!

Era el premio, el único premio a que aspiraba fervientemente, en hora tan amarga, el héroe que después de haber dado la libertad a la patria no quiso convertirse en su amo.

¿Es este un homenaje a Bernardo O'Higgins? Sin duda, lo es. Pero la narración del histórico hecho lleva a un señero objetivo: "Mostrar a los grandes hombres en sus grandes ejemplos". Nos asiste la esperanza de contemplar en nuestro tiempo, en los hombres públicos que ostentan el poder, grandeza en la conducta y desprendimiento en sus deberes. Por eso, he aquí la actitud viril de un militar que no pocos políticos debieran imitar...

Saber dejar de ser, es la mejor manera para empezar a ser de nuevo. La renuncia digna no es abdicación. Es unción.

¿Cómo no mostrar a nuestros jóvenes, el accionar de aquellos hombres que vivieron ascendiendo, haciendo de sus vidas -a veces a costa de la misma existencia- modelos de conducta, de entrega, de heroísmo y de amor?

Es aleccionador recordar que después de Chacabuco surge el deseo unánime de ofrecer al general José de San Martín, el mando supremo de la nación. El héroe no acepta el ofrecimiento y esto motiva la designación de O'Higgins, quien, como primer acto de gobierno, da una proclama al pueblo, declarando: "Nuestros amigos, los hijos de las Provincias del Río de la Plata, de esa nación que ha proclamado su independencia como el fruto precioso de su constancia y patriotismo, acaban de recuperarnos la libertad, usurpada por los tiranos. ¿Cuál deberá ser nuestra gratitud a este sacrificio imponderable y preparado por los últimos esfuerzos de los pueblos hermanos? Vosotros quisisteis manifestarla, depositando vuestra dirección en el héroe. Si las circunstancias que le impedían aceptar hubieran podido conciliarse con vuestros deseos, yo me atrevería a jurar la libertad permanente de Chile".

Por algo el general San Martín, le brindó su admiración y su amistad. Transcribo tres párrafos de algunas cartas que le enviaba al militar chileno, con confesiones que revelan esa amistad y esa admiración.

A Bernardo O'Higgins. (Rancagua, 16 de marzo de 1820). "Parece que las revoluciones abren un campo inmenso a la maledicencia, y que sus principales tiros se dirigen principalmente contra los hombres que tienen la desgracia de mandar". 1823 a O'Higgins. "Es bien singular lo que me sucede y no dudo que le pasará a usted lo mismo, es decir, están persuadidos que hemos robado a troche y moche... Dígame usted dónde va. Yo le ofrezco verlo dentro de ocho o diez meses y olvidarnos que existen hombres. Estoy viviendo de prestado". A O'Higgins desde Grand Bourg. "Hace tres años que vivo en este desierto, contento de no tener más relación con ninguna persona, excepto con mi bienhechor. Este es un tal Aguado, que sirvió conmigo en el mismo regimiento de España y a quien le soy deudor de no haber muerto en un hospital de resultas de mi larga enfermedad".

Concluyo evocando el abrazo que en el campo de batalla uniera fraternalmente a esos paladines de la libertad: San Martín y O'Higgins. Mucho más que un abrazo los unió en la vida.
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