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domingo,
17 de
septiembre de
2006 |
[Poesía inédita]
Sol de otoño
Estela Figueroa
Florencia, mi hija, cuando sale
Mi hija no sabe
qué silencio cae sobre la casa
cuando ella sale.
Mientras ella está
hay música.
Mientras ella está
puede haber un débil murmullo de televisor
en su dormitorio.
O bien la eterna cháchara de los adolescentes
hablando del amor y el desamor
entre mates que pasan de mano en mano
como bienes preciados: cartas aún cerradas
dinero
noticias de amigos.
Cuando mi hija sale
no sabe a qué silencio me condena.
Un silencio adolescente
-porque yo no he crecido en todos los sentidos-
donde me adormezco como si me hubiera muerto
entre viejas preguntas
proyectos no realizados
y el sentido del fracaso que siempre me acompaña.
Mirando una fotografía
No estalló una bomba.
No hubo un incendio.
Estalló la vida.
La vida se agotó como un fósforo.
Todas esas personas jóvenes
que sonríen felizmente a cámara en una boda
en esta foto que amarillea
murieron a una edad razonable
y de dolencias comunes.
"Hay una puerta que se ha cerrado hasta el fin del mundo"
Y qué rápidamente.
Fin de año
En vuelo rasante pasó
la memoria del año que termina.
Pájaros sobre mi cabeza.
Momentos con amigos.
Palabras afectuosas.
Pájaros de ámbar
para el corazón que envejece.
Momentos de soledad.
Pocas palabras escritas.
Pájaros de sangre
en el papel que venda
las heridas.
En el aire enrarecido
un hombre triste como yo
me desveló algunas noches y se fue.
Pájaro del olvido.
Qué más? Qué más?
Mis hijas alejándose.
Alejándose.
Por un motivo. Por otro.
Mis brazos: Pájaros de ceniza.
La mesa servida como antes
pero con menos comensales.
El "Feliz año nuevo" con la copa en alto
hace que todo parezca igual.
me cuesta sonreír pero sonrío.
Ninguna fiesta volverá a ser como antes.
Pájaro de fuego
cuando la noche sorprendía como un regalo
cuyo envoltorio crujía entre sonrisas niñas
que la luz de mi amor
Pájaro lobo
guardaba ávidamente por un año.
Sol de otoño Por Manuel Inchauspe
Visité al poeta.
Delgado y pálido yacía
en una de las camas del subsuelo
de la sala de toxicología.
Qué extraño tesoro
el sol de otoño
a través de los vidrios esmerilados,
cómo flotaba,
única dicha sobre su rostro
y rebotaba en el suelo,
donde algodones con sangre
y colillas de cigarrillos
decían que la vida existe siempre,
donde quiera que se esté.
La forastera
Durante muchas noches de insomnio
he vagado
aterida
por la Ciudad del Pasado.
No llevaba planos
no llevaba guía
no llevaba lámpara.
Como sonámbula
esquivaba los peligros.
Como a forastera
ellos me asaltaban.
Bellos rostros que se abrían como flores
cuerpos del amor...
No pude encontrar mi casa.
Esa Ciudad por la que vagué
fue moldeada
con grandes emociones
con grandes deseos.
Así también
de grande
es su cementerio.
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