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 domingo, 17 de septiembre de 2006  
Editorial
Boliches y violencia

La noche rosarina ha dado salto cuantitativo en poco tiempo. La violencia y los robos parecen acompañar el fenómeno. Algunos casos generaron una psicosis sobre la inseguridad en el centro de la ciudad. Pero deben ser contextualizados. Con inteligencia y profesionalismo, las fuerzas de seguridad pueden lograr un mayor control a la salida de los boliches.

Durante los fines de semana, en las salidas de las discotecas se suelen producir enfrentamientos entre grupos de jóvenes, así como robos individuales, en colectivos y destrozos en la vía pública. Algunos de ellos terminan cobrándose vidas o con heridos graves. Luego, el registro mediático sin una contextualización de los hechos puede dejar la sensación de que el centro de la ciudad es una zona de total desamparo, en manos de “patotas” que actúan con total impunidad. El relato de las víctimas, impactante y de enorme valor, queda entonces dominando la escena, potenciando el temor de la ciudadanía. En consecuencia, el centro, histórico lugar de encuentro e integración, termina estigmatizado o bajo sospecha por la psicosis desatada. Los padres recomiendan no transitarlo en determinadas horas y los jóvenes lo hacen con cierta dosis de pánico, tratando evitar cruzarse con algún semejante.

   Sin que se subestime la gravedad de los hechos, que deben ser investigados y sancionados, no se puede soslayar que Rosario se ha convertido en una ciudad con un gran dinamismo los fines de semana, por la afluencia de visitantes del interior y de Capital Federal. A tal punto, que resulta difícil medir la curva de la violencia frente al crecimiento poblacional o de circulación por las noches. Tal vez haya ascendido y frente a ello es seguro que las fuerzas de seguridad se encuentran sobrepasadas, así como están desbordadas otras áreas del Estado por la recuperación económica.

   Una observación crítica sobre la actuación de las fuerzas policiales debe reparar primero en la Subsecretaría de Seguridad de la Provincia, fundamentalmente en torno a las tareas de prevención que viene realizando, y luego en el desempeño de los efectivos en sus recorridos nocturnos. En ese orden, no se percibe una política sólida para controlar los lugares más conflictivos, que no se reducen a la Plaza Sarmiento. Y es claro que se podrían evitar muchos incidentes o crear un clima más disuasivo con una mejor planificación en los patrullajes durante esas horas de la madrugada. Además, controlar las salidas de los boliches, el movimiento en las paradas de micros donde se asciende masivamente y hacer el seguimiento de esos colectivos no es un desafío imposible, quizás se requiera más inteligencia que recursos.

   En cuanto al comportamiento de la policía en la calle, su actitud responsable y de no eludir asistencia allí donde requieran su servicio está directamente ligada a las exigencias que se promueven desde las jefaturas y, desde luego, a la formación que cada uno haya recibido. Aunque está visto que para pasar de la vieja a la nueva cultura policial no sólo se requiere escuela sino ejercicio constante de ética profesional. De ser así nadie duda que el número de delitos disminuirá y la psicosis de inseguridad irá desapareciendo.


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