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domingo,
17 de
septiembre de
2006 |
Para beber
Gabriela Gasparini
Leyendas en torno a una cepa En el último artículo me referí tangencialmente a una cepa, la Zinfandel, que en nuestro país se vinifica poco pero con resultados que valen la pena probar, o por lo menos es lo que a mí me parece, seguro habrá otras opiniones. Comenté que, según decían, era la preferida de las norteamericanas recién divorciadas, lo que surgió al leer hace años una estadística (en Estados Unidos las hacen sobre cualquier tema). Esta en particular era sobre el reparto de pizzas, y procuraba datos como que la mayoría de los que encargaban pizza de pepperoni atendían la puerta en camiseta musculosa, los demócratas daban mejores propinas que los republicanos, la mujeres hacían más pedidos los miércoles que era cuando pasaban la serie Melrose Place, y confirmaba que, sin lugar a dudas, el momento de gloria del delivery fueron las 2 horas de la persecución televisada de O.J. Simpson huyendo después del asesinato de su ex esposa y el novio.
Entre tanta información indispensable para nuestras vidas, estaba lo del vino, vaya uno a saber por qué. Ante un pedido de más precisiones sobre el tema, aquí van algunos detalles. El origen de esta uva estuvo inmerso en una nebulosa formada por leyendas, informaciones inciertas, y parentescos probables hasta que un estudio dio con la verdadera relación sanguínea. Los primeros relatos decían que había llegado a California cerca de 1862 de la mano del conde húngaro Agoston Haraszthy. Sin embargo, hay pruebas de la existencia de una cepa Zinfandel que por 1830 se cultivaba en Long Island, en la costa opuesta, donde el dueño del vivero, William Prince, también aseguraba que provenía de Hungría.
Por su parte, la famosa Jancis Robinson, asevera que el viverista Antoine Delmas la plantó en San José, otra vez en la costa oeste, en 1859. O sea que lo del conde coronel no va. Para aumentar la confusión, en 1960, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, daba a conocer un informe que decía que la "Zin", como la han apodado cariñosamente, descendía de la italiana Primitivo di Gioia, que a su vez estaba emparentada con la Plavac Mali, croata.
Para terminar, análisis realizados en la Universidad California-Davis por la doctora Carole Meredith y 2 científicos oriundos de Croacia, obviamente ADN mediante, convinieron en que era idéntica a otra uva autóctona de la costa dálmata llamada Crljenak Kastelanski, y dieron por seguro su origen en esta casta, que a su vez, determinaron idéntica a la Primitivo del sur de Italia, o sea, todas son hijas o hermanas, en síntesis, una novela mejicana.
Si bien muchos critican el producto de esta uva diciendo que sus vinos son mediocres, los vinicultores defienden a capa y espada a sus tintos. Porque se hacen blancos que terminan siendo rosaditos, y dulces con inclinaciones al oporto, casi todos bastante olvidables. Pero la industria ya hace tiempo que pone mucho cuidado en los cultivos limitando la cantidad de racimos por planta, lo mismo que en la producción donde se han modernizado los métodos, y han buscado definir un estilo, siempre respetando las características regionales, resaltando los frutos rojos, las frambuesas, las guindas, acentuando sus sabores especiados, y dotando a los vinos de más cuerpo y más gradación alcohólica.
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