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sábado,
12 de
agosto de
2006 |
Editorial
Alarma mundial por el terrorismo
Los líderes políticos más importantes del planeta tienen la obligación de alcanzar una salida racional a este problema. Caso contrario, el mundo vivirá en forma crónica la globalidad de la inseguridad. El abismo cultural entre
Oriente y Occidente complota contra ese objetivo.
Si el grupo musulmán británico que planeó atentar contra diez aviones comerciales en forma simultánea hubiera tenido éxito, la acción se hubiese convertido en la más sangrienta de los tiempos modernos. Incluso aún más grave que la voladura de los torres gemelas de Nueva York en septiembre del 2001. La masacre que los servicios secretos británicos lograron evitar a horas de ser cometida afianza aún más la inseguridad global con la que los ciudadanos del mundo se están acostumbrando a vivir. El terrorismo, no es novedad, no respeta la vida humana y su único objetivo es la mayor destrucción posible. ¿Con qué fin, para qué, en beneficio de quién? Interrogantes que desde un pensamiento racional es imposible responder. Si las injusticias sociales que azotan al mundo se resolverían haciendo estallar aviones en mil pedazos o edificios, el conflicto se hubiese resuelto hace tiempo.
Desde la revolución iraní del ayatolá Khomeini, en 1979, el sector más radicalizado y que hace una interpretación antojadiza de la fe musulmana se ha expandido por todo el planeta. Mucha gente cree equivocadamente que sólo la raza árabe abraza la fe musulmana. Musulmanes son los iraníes, turcos, paquistaníes o indonesios, entre otros pueblo seguidores del profeta Mahoma. La interpretación más extrema de la tercera religión monoteísta (por orden de aparición en la historia) pretende crear califatos islámicos en Europa, ocupar Israel y eliminar a su población o hacer regir en gran parte del mundo la más ortodoxa visión del Corán. Todas aspiraciones impensables para un mundo moderno.
El problema del terrorismo islámico debe enfocarse e interpretarse como el resultado del gran abismo cultural entre algunas naciones de Oriente y Occidente. Y sin temor a ser tildados de discriminatorios, como una cuestión de distintos conceptos de civilización. La abyecta represión a que se sometía a la mujer islámica en Afganistán a manos de los talibanes, por ejemplo, avalaría esta teoría. Sin embargo y pese a las diferencias, es imprescindible buscar caminos para alcanzar una solución pacífica y estable. Millones de musulmanes alrededor del mundo no pueden ser sojuzgados por la fuerza y tampoco hay derecho a ello. La alarma mundial que sonó estos días podría convertirse en interminable si los líderes mundiales con decisión política y poder real no afrontar la cuestión desde el lado de la racionalidad.
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