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domingo,
30 de
julio de
2006 |
testimonio
Un golpe contra la universidad
Gladys S. Onega
El 28 de junio de 1966 los militares dan un golpe de estado por el cual derrocan el gobierno constitucional de Arturo Illia, implantan una dictadura militar, nombran como presidente de la República al general Juan Carlos Onganía y, un mes después, el 29 de julio de 1966, por la ley 16.912, dictada por el presidente de facto se intervienen las Universidades nacionales.En todo el país las Universidades y sus facultades rechazan de manera más o menos contundente esta ley y lo hacen con distintas formas de rechazo.
Las autoridades de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), hoy Universidad Nacional de Rosario, para no degradarse ejerciendo como simples administradores a las órdenes del Ministerio de Educación renunciaron, lo mismo que numerosos profesores. El mayor número de renuncias y alejamientos de la UNL se produjo en la Facultad de Filosofía y Letras y Ciencias del Hombre. Las causas tienen en especial motivos ideológicos y éticos porque los renunciantes no aceptaban la permanencia en una universidad dictatorial, sin autonomía del Poder Ejecutivo, en la que éste iba a imponer autoridades, nombrar profesores, trazar planes de estudio, dictar programas de materias, dar la orientación científica y filosófica, con presupuestos mezquinos, sueldos insuficientes, sin becas, que iba a llamar a la policía cuando se producían protestas, cuando se rechazaban contradicciones ideológicas con las nuevas autoridades, cuando se repudiaban a profesores nombrados sin concursos.
Los profesores y personal docente debatían democráticamente en medio de la crisis sobre qué actitud debían tomar ante la voluntad de renunciar. Los profesores que estaban convencidos de la renuncia, lo hacían por las razones ideológicas ya señaladas: no se podía trabajar en una Universidad sin libertad académica ni ideológica y, por otra parte. sabían que a poco andar iban a ser marginados, que ya no pertenecían a esa Universidad y poco después, en efecto, fueron cesanteados. Otro personal que rechazaba la intervención universitaria creía sin embargo que había que permanecer para luchar desde adentro. Esto tuvo corto alcance porque pronto también la cesantía se haría presente. Por su parte un tercer grupo de docentes que apoyaban a la intervención, y querían ser profesores sin condiciones, se quedaron y fueron gratificados con nombramientos sin concursos.
En estos acontecimientos ocurridos en 1966 muchos, la gran mayoría de los mejores docentes recientemente graduados, los mejores jefes de trabajos prácticos, los encargados de pre-seminarios de graduados y en general los jóvenes graduados que habían rendido concurso vieron cortadas sus carreras docentes, sus investigaciones, sus publicaciones y algunos se fueron con becas internacionales. Esta fue, sin duda la consecuencia más catastrófica: el vaciamiento de la Universidad de esos jóvenes profesionales, más aún que de los ya consagrados, porque a aquéllos se les cortó la carrera académica.
Con los años muchos volvieron, otros no pudieron o tampoco quisieron, -cierto número se había ido a universidades extranjeras- pero nuestra Universidad fue herida gravemente y tardó en recuperarse. Hoy que los antiguos institutos de investigación se han recuperado y tienen profesores que en otro tiempo estudiaron en esta Universidad, todavía no recuperaron totalmente sus publicaciones y debates científicos y en otros se siente el vacío de los que no volvieron.
Quiero aclarar, para no engañar sobre una supuesta edad dorada, que ésta fue solamente en lo académico. Los presupuestos fueron siempre mezquinos. Eso sigue igual.
Gladys S. Onega fue profesora en Filosofía y Letras. Renunció después de la intervención de 1966.
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Fotos
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El dictador. Juan Carlos Onganía en la Sociedad Rural de Buenos Aires.
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