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domingo,
21 de
mayo de
2006 |
El curso de los sueños
Ruggiero Romano
Para quien siga la vida de Colón en sus escritos, en las crónicas de sus contemporáneos o en los estudios que le han sido consagrados por los historiadores, memorialistas y ensayistas, aparece bien neta la ruptura que existe entre los dos períodos de la vida de Colón: antes y después del descubrimiento.
La capacidad, la firmeza, la pasión contenida que irrumpe a veces, que aparecen en él entre 1485 y 1493, contrastan con la carencia de estas cualidades que hubieran sido necesarias para dominar la nueva situación que había venido creándose y que él mismo había contribuído poderosamente a crear.
Después de 1493, en un mundo que cambia justamente por la extraordinaria resonancia de las gestas del navegante, él permanece invariable. Toda su vida siguiente se esterilizará en dos ideas que no se pueden definir más que como ideas menores: por un lado, la búsqueda de las Indias y de Cipango; por otro, el deseo de que el acuerdo estipulado por los soberanos de España, acerca de las ventajas que el éxito de la empresa proporcionaría a él y a sus descendientes, sea respetado y cumplido al pie de la letra.
Sueños. Sueños rotos por la realidad ya que, día a día, parece ser más evidente que no se ha llegado a las Indias y es inútil empecinarse sobre ese punto; del mismo modo, día tras día, parece más evidente que no es posible conceder realmente, hasta el fin de los tiempos, un porcentaje demasiado considerable sobre riquezas que parecen ser cada vez más grandes: lo que es posible para el botín de una expedición no es válido para la exploración de todo un continente.
Sueños que se rompen; como se rompe el sueño -sincero o no, importa poco- de utilizar las riquezas obtenidas de los nuevos descubrimientos en una cruzada liberadora del Santo Sepulcro.
Frente, la realidad, una realidad que, por lo que a él respecta, se vuelve cada vez más mezquina: las polémicas por el título de gobernador, las súplicas que dirige al soberano a tal fin y, peor aún, las súplicas que hace presentar en la corte por intermedio de personajes de mediana grandeza: todo esto muestra perfectamente la impresionante incapacidad de Colón, después de 1493, de llegar a una coordinación entre sus sueños y la realidad que lo circunda, prisionero de hechos y de situaciones que lo superan, nacidos de él pero que no llega a dominar, a controlar.
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