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domingo,
21 de
mayo de
2006 |
En profundidad. Tomás Abraham criticó la nostalgia de los setentistas
"Si los chinos dejan de comprar soja,
se termina el proyecto de Kirchner"
El filósofo porteño dice que la sociedad argentina siempre cerró los ojos en tiempos de bonanza económica
Walter Palena / La Capital
Tomás Abraham ingresa al lobby del hotel y hace un gesto de disculpa ante La Capital por su demora frente a la entrevista programada. "Me entretuve en El Cairo", se justifica, en referencia al mítico bar de Sarmiento y Santa Fe, famoso por obra y gracia de Roberto Fontanarrosa, y por los tiempos en donde en cada mesa se incubaba una revolución distinta. Pero los tiempos cambian para todos, y lo mismo le pasa a este intelectual porteño que solía frecuentarlo cada vez que venía a Rosario. "Te confieso una cosa: me gusta más ahora; es más burgués", dice buscando complicidad con su sonrisa.
Como el último objeto de su estudio, corporizado en la figura del filósofo francés Gilles Deleuze (ver aparte), Abraham va y viene por los caminos del pensamiento sin recurrir a los atajos fáciles de los cánones y las etiquetas. Es un académico inusual, que prefiere el llano antes que el atril, el lenguaje coloquial antes que la erudición ornamentada con léxico afrancesado. Hay, sin embargo, dos temas que lo obsesionan y que en cierto punto convergen: el fascismo y la sacralización que hizo el presidente Néstor Kirchner de la "juventud maravillosa" de los 70, un tópico que consumirá casi toda la charla. "El fascismo no es sólo un sistema político, sino la forma en que uno siente y ve la realidad. Es la voluntad de demolición, es una definición transideológica".
-¿Hay algún ejemplo local?
-Lo veo en la juventud maravillosa de los 70, fundamentalmente en Montoneros. El ERP era un poquito más lírico, más comunitario: les gustaba repartir ropas y esas cosas.
-¿No hay nada para rescatar de esa época?
-Ningún tipo que vivió en la Argentina puede reivindicar lo que pasó del 73 en adelante. La muerte estaba presente en las calles y había todo una clase media frívola que vivaba las cosas que hacía Montoneros. El médico, el psicoanalista, el arquitecto, habían pasado del gorilismo al peronismo sin ningún tipo de mediación. El desastre empezó con ese ambiente festivo de secuestros y bombas. En un país formado por el peronismo, que es un movimiento burgués, vos no podés instalarte como la vanguardia iluminada, con el ideal de la lucha armada y con un revólver descargado en la mano de un pibe de 19 años.
-¿Por qué Kirchner hace una vindicación permanente de esos años y esa juventud?
-Porque le va bien en las encuestas. Pero el éxito de este gobierno, hasta el momento, se basa en el progreso económico. La gente siente que su bolsillo le responde. En este sentido la sociedad argentina fue coherente: siempre cerró los ojos en tiempos de bonanza. Pero si los chinos dejan de comprar soja, se acabó Kirchner. Después él usa un discurso cultural reivindicatorio de los 70 que le da cobertura para sus maniobras fiduciarias. A Hebe de Bonafini no le importa qué hizo con los fondos de Santa Cruz y sus mentiras; le importa que reivindicó a las Madres de Plaza de Mayo.
-Te molesta mucho la consigna de "juventud maravillosa...".
Es que yo en esa época era joven y no era maravilloso, y tampoco conocí a nadie que lo fuera. Hubo mártires, torturados, pero por una política suicida. No se puede reivindicar eso, y menos cuando lo escuchás de boca de un hombre (por Kirchner) que vivió cómodo en el Proceso e hizo su capital. No hay pudor ni respeto, incluso para las personas que dicen estar homenajeando.
-Sin embargo, hay intelectuales o pensadores que recorren con nostalgia los 70.
-Es que con todo ese delirio se puede hacer historia, como los libros de (Felipe) Pigna, o demagogia, como los discursos del presidente. Kirchner es Alberto Fernández, Aníbal Fernández y Julio De Vido, no la juventud maravillosa. Vos te lo podés bancar o no, pero esa es la realidad. El resto es verso.
-Pero con ese discurso tiene cautivada a cierta capilla progre que siempre fue refractaria al poder.
-Como todo político hábil, le da a cada uno el postre que le gusta. A la CGT de Moyano, el discurso setentista le importa poco y nada, al igual que a muchos dirigentes. Yo no me considero ni un centímetro menos respetuoso de los derechos humanos porque no concuerde con Kirchner o con Bonafini. El chantaje y la extorsión moral de "estás con nosotros o estás del otro lado" es típico de esta forma maniquea de pensar.
-¿Por qué un presidente que tiene el 70 por ciento de aceptación necesita que le armen un acto a su antojo, como el del 25 de mayo?
-Por una cuestión electoral. Kirchner quiere juntar una fuerza que sea más grande que el justicialismo. Es el primer paso a la reelección y tendrá un marco masivo con piqueteros, CGT, radicales y una parte de la izquierda cultural. Con eso duerme tranquilo... Bah, igual lo hace porque no existe la oposición.
-O sea que hablar de política es hablar solamente de Kirchner.
-No, lo interesante de la política no pasa por ahí. Pasa acá en Rosario con el Partido Socialista, con Binner, con Sabbatella. Me interesan las fuerzas políticas minoritarias, porque ahí escucho algo nuevo.
-Sin embargo, el intendente Miguel Lifschitz tuvo que ir al acto de Gualeguaychú.
-Y sí, porque si no lo cagan con la guita. Eso es parte de este sistema: la plata la tiene Kirchner y después la reparte. No hay una idea de que el Estado devuelve lo que agarró en impuestos. Y no la hay porque no hay control ni calidad institucional. Esa es la línea divisoria con el kirchnerismo, que hizo algunas cosas bien, pero en este terreno todo es secreto: uno no sabe qué hacen con la plata, y han creado un muro para que nadie se entere.
-Esa disociación entre Estado y sociedad no es novedosa, es parte de la historia del país.
-Porque no hay confianza en el Estado, y no la puedo tener si es De Vido el que maneja los fondos fiduciarios del pueblo. Cualquier doña Rosa o don Pirulo sabe que el problema de la Argentina no es la legislación, sino el control. No podemos aspirar a cosas grandes si tenemos este tipo de corrupción, de desbande monetario y de secreto presupuestario. A mí me pueden llenar una plaza, no me impresionan con eso. Yo quiero saber qué hacen con los fondos fiduciarios, dónde está la plata de Santa Cruz. Hasta que eso no pase, esto no es democracia, es un circo.
-Hablaba antes de oír cosas nuevas. Binner, sin embargo, tiene un discurso muy "light" hacia Kirchner.
-Estoy de acuerdo con eso. No hay que hacer oposición; hay que ser alternativa. Lo importante es que a Binner yo le puedo preguntar cómo administró una de las ciudades más importantes, y si los rosarinos lo reeligieron porque mejoró la calidad institucional o porque salió a la tribuna a gritar: "Mueran los yanquis". Ahí veo cuál es su ideología, no lo que me chantan por el balcón.
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"Uno no sabe qué hacen con la plata, crearon un muro para que nadie se entere".
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