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 domingo, 21 de mayo de 2006  
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La mentira

Jorge Besso

En términos generales todo el mundo quiere conocer la verdad. En principio se le da mucho más valor a la prestigiosa verdad que a la vilipendiada mentira, ya que como dice el popular refrán "en boca del mentiroso hasta la verdad se hace dudosa". Pocos sujetos tienen menos prestigio que la mentirosa o el mentiroso, y sin embargo la mentira es una práctica de ambos sexos en terrenos muy variados, pero con mucha frecuencia en las vicisitudes del amor. Las mentiras configuran un espectro bastante amplio que va desde las mentiras piadosas hasta las mentiras imperdonables.

Las llamadas piadosas son todas aquellas en las que se juzga que no es bueno decirle la verdad a alguien que se sentiría afectado en caso de saberla. Los ejemplos de piedad en las mentiras son diversos, referidos muchas veces a pequeños ocultamientos en los que seguramente van incluidas las aventuras, tradicionalmente conocidas como "tirarse una cana al aire", es decir salidas circunstanciales de los cánones matrimoniales que se supone no le hacen mal a nadie, sobre todo si el señor o la señora vuelven renovados al calor del hogar. Con todo, las mentiras más piadosas suelen ser cuando se le oculta a alguien una enfermedad definitiva que lo sacará de circulación, algo que como se sabe le puede pasar a cualquiera.

Como un correlato de las mentiras piadosas las verdades suelen ser impiadosas, en el sentido de que las verdades muchas veces duelen, por no decir siempre, y el ejemplo más que obvio es aquel que la sabiduría popular sentencia al decir que el cornudo o la cornuda son los últimos en enterarse, momento en el cual la verdad desparrama su impiedad. La verdad y la mentira juegan sus partidas fundamentales con las palabras, que pueden ser tanto portadoras de una verdad como de una mentira, pues en principio son aptas para esos designios opuestos. Con el inconveniente de todo aquello que acompaña a las palabras como los movimientos del cuerpo, los gestos, los tropiezos de la voz o los colores del rostro que en ocasiones suelen delatar a los mentirosos.

Por lo que parece no hay encuestas o estadísticas en estos terrenos, pero todo parecería indicar que las mentiras son mucho más habituales que las verdades. Por ejemplo en los anuncios publicitarios "¡Llame ya!", que implican una exhortación compulsiva al "¡Compre ya!" La idea es comprar cualquier cosa, generalmente innecesaria, que tantas veces ni siquiera funciona. O en el gastado y trillado terreno de la política donde precisamente las verdades y las políticas se han vuelto incompatibles. Uno de los ejemplos más característicos de verdades aparentes, que luego se transforman en verdaderas mentiras, se lo puede ver en ciertas operaciones comerciales donde los contratos tienen dos clases de letras: las normales, o habituales, en suma las visibles y por lo tanto las únicas que se leen, y por otra parte (y en otra parte), las condiciones escritas con la temible letra chica. Como se sabe, pero se olvida muy a menudo, en estas últimas es donde está la verdad.

Cabría interrogarse si esta desproporción entre la verdad y la mentira es un fenómeno local, a la vez que habría que preguntarse cuándo comenzó a desgastarse el valor de la palabra. Una amarga reflexión al respecto nos puede situar en este sentido: El significado común de las palabras era tergiversado a gusto del hombre; el pícaro más audaz era considerado el amigo más deseado; el hombre prudente y moderado era tildado de cobarde; el hombre que escuchaba la razón era un bobalicón inútil; se confiaba en las personas en proporción a su violencia y a su falta de escrúpulos...pero todo el que intentaba extirpar tales felonías era considerado un traidor a su partido...En cuanto a los juramentos nadie suponía que se mantuvieran un instante más allá de la ocasión requerida. Esto lo decía Tucídedes, en la muy griega Atenas de hace 2.500 años.

A la luz de esta descripción de un momento histórico tan lejano en el tiempo, pero que se podría aplicar casi a cualquier época de la humanidad, hay que concluir que la mentira forma parte de la condición humana, razón por la cual no necesariamente se requiere ser un mitómano (un mentiroso compulsivo y constante) para deslizar una mentira por allí y otra por allá. En suma, que una historia de la verdad y de la mentira con toda probabilidad nos mostraría su coexistencia en el tiempo como que son dos opuestos inseparables. Tanto el amor como el temor por la verdad no requieren de demasiada explicación, más allá de que como en tantas cosas haya más de una verdad para casi todo. Cuando no es así, es más que posible que estemos frente a alguien que sólo cree en su única verdad; en tal caso estamos potencialmente frente a un monstruo que se convertirá en un verdadero monstruo en acto si logra tener poder.

¿Cuál es el amor por la mentira? La falta de escrúpulos, y en definitiva cualquier variante de la inmoralidad, aunque no es suficiente, ya que estaríamos frente a una explicación que ella misma requeriría ser explicada. Con todo, debiéramos asumir que lo que la frecuencia de la mentira muestra es que el humano se lleva muy mal con la realidad en el sentido de que la acomoda de acuerdo a sus deseos. Pero al mismo tiempo la tan trajinada realidad está sembrada de mentiras al punto que si los humanos son capaces de vivir en la realidad, mucho más lo son de hacerlo en las múltiples irrealidades. Quizás esta particularidad sea una de las grandes diferencias con los animales que, salvo intromisión humana, circulan en su realidad y no requieren ni de la verdad ni de la mentira para vivir. No es así entre nosotros, en tanto y en cuanto nuestros hermanos biológicos pueden ser agresivos, pues para ellos se trata de un mandato inexorable, pero en ningún caso son crueles. La crueldad es un atributo exclusivo de los humanos para lo cual se valen tanto de la verdad como de la mentira.


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