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 domingo, 14 de mayo de 2006  
Interiores: la felicidad

Jorge Besso

Es interesante observar que el diccionario de la lengua da un tratamiento ínfimo a una cuestión aparentemente tan importante y al mismo tiempo tan remanida como la felicidad. Los académicos se contentan con definiciones en principio estrechas y desgranadas en tres acepciones:

  • Estado del ánimo que se complace con la posesión de un bien.

  • Satisfacción, gusto, contento.

  • Suerte feliz.

    La diferencia de los distintos sentidos entre sí es más que manifiesta. La acepción dos se podría resumir como un estar a gusto. Posiblemente es la menos pretenciosa de las tres. Sin muchos cantos que la canten, la definición se refiere a algo bastante concreto, tanto que habría que ver en el balance de cada uno cuántos momentos pueden sumar en su vida en los que verdaderamente se han sentido a gusto. La definición tres es quizás la de menos prestigio ya que se refiere lisa y llanamente a tener buena suerte. Es decir que lo que es feliz es precisamente tener al lado de uno la siempre tan enigmática cuestión de la suerte. Al respecto se puede ver en la cartelera la última película de Woody Allen, Match Point, una ilustración muy nítida de cómo se puede ser un ser despreciable en esta vida, y sin embargo tener la suerte de su lado. Lo que nos lleva directamente a la acepción numera on: la felicidad está definida y concebida con y como la posesión de un bien.

    El paso siguiente es más o menos inevitable, ya que todo lleva a que la felicidad en realidad está en la posesión, sin demasiadas distinciones ni miramientos, respecto de si se trata de bienes o personas, más que nada teniendo en cuenta que la posesividad humana ansía poseer la mayor cantidad de bienes y personas que sean necesarias. Aquí viene al punto la vieja sentencia de que "la plata hace la felicidad", corregida por la cínica moderación que proclama que la plata no hace la felicidad, pero ayuda. En definitiva como pregona otro lugar común muy extendido al señalar que "el que tiene plata hace lo quiere", identificando a la felicidad con hacer lo que se quiere, es decir con lo que se le antoja con el riesgo siempre posible de encontrarse de pronto con que no se quiere lo que se hace.

    Como no podía de ser de otra manera a todas estas voces que hablan de los caminos hacia la felicidad se suma desde hace cierto tiempo la voz de la ciencia, que a menudo identificamos como la voz de la verdad. En dos diarios de Buenos Aires se pueden leer notas que vienen a ser sendos informes científicos sobre la felicidad. Que la felicidad se constituya en objeto y en objetivo de la ciencia bien puede ser uno de los sentidos del siglo XXI. Con toda probabilidad no se trata de una idea nueva, ya que es muy posible que esa haya sido la idea de fondo de Hitler cuando luego del exterminio de todo lo diferente, esperaba lograr la felicidad aria de una sociedad compuesta de iguales.

    En el caso de la vía científica hacia la felicidad la búsqueda cerebral no podía estar ausente. Con relación al funcionamiento de los humanos, son las que más ruido están haciendo en el cambio de siglo y de milenio con aires y en algunos casos hasta con vientos de modernidad. La definición de la felicidad pone los pelos de punta y nos deja en estado de perplejidad epistemológica: la felicidad es el resultado directo de la actividad cerebral. Esta es la afirmación principal del neurólogo Morten Krigelbach, al frente del equipo de investigadores de la felicidad, y no puede ser más verdadera: cómo no va a haber actividad cerebral en la felicidad. Al igual que en la tristeza, en la que habrá actividad cerebral en más o en menos, pues de lo contrario estaríamos en estado de coma top, o bien muertos, que para el caso es prácticamente lo mismo.

    Afirmar un resultado directo de la actividad cerebral como responsable excluyente de la felicidad es olvidar una vez más la impresionante construcción de culturas por parte de una psiquis como la humana. Psiquis sobre la base de un cerebro que en nada varía de una punta a otra del planeta, como tampoco difiere demasiado con relación a algunos animales superiores. La gran diferencia reside en que dicha psiquis se socializa de muy distintas maneras, y donde precisamente el concepto y el significado de lo que es la felicidad constituye una diversidad difícil de abarcar. Pensar que si se produce y reproduce la misma actividad en el cerebro de un tibetano que en el de un londinense medio o alto, o en cualquiera de los cerebros del norte, del sur o del centro, entonces en tal caso vamos a obtener como resultado directo la misma felicidad lo que no es más que un sueño simplista y simplificador que sueña con un mundo sin certezas, ni incertidumbres, un mundo con felicidad regulada en el cual y cada cual como estándar se coma una manzana dos veces por semana. Como canta Sabina. Ni más, ni menos.

    Finalmente la felicidad es más que probable que no sea el resultado directo de nada, al menos de nada de lo que podría considerarse la felicidad genuina, que va y viene, como casi todo en esta vida. Por el contrario un camino directo a la felicidad es la droga, una suerte de felicidad a mano que muchas veces se queda en un solo resultado directo: el paso de consumidor a consumido. La ciencia no tiene porque imitar a la droga, además de que tal vez no sea necesario despejar todos los enigmas de la existencia, uno de los cuales es precisamente la felicidad. Los enigmas permiten la variedad de caminos hacia las cosas, y a la imaginación como guía en lugar de las razones reguladoras que hasta caen en la tentación imposible de regular un irregulable como la felicidad.
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