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 domingo, 30 de abril de 2006  
[Primera persona]
Silvina Bruschi: "Somos gente de carne y hueso"
La enfermera marplatense trabaja en Médicos sin Fronteras. Estuvo en la inundación en Santa Fe, Afganistán y Angola

Lisy Smiles / La Capital

Silvana Bruschi tiene 31 años, es marplatense, y por estos días cursa una maestría en enfermedades tropicales. A lo mejor esta especialidad la acercará a los trópicos cuando llegue el momento de su próxima misión. Silvana integra Médicos sin Fronteras (MSF) desde el 2003, y su trabajo como enfermera la llevó a la inundada Santa Fe, Afganistán y Angola: tres sitios que según su experiencia aparecen ligados por los rostros de los excluidos, de los que menos tienen.

Desde agosto del año pasado está en España, allí realiza su maestría. Primero en Barcelona, y ahora se apresta a mudarse a Girona, a 90 kilómetros de la ciudad anterior y hacia donde irá por una misión esta vez absolutamente personal: la convivencia con su compañero, un médico español que está en pleno proceso de selección para ingresar a MSF y con quien piensa compartir el próximo destino profesional. "Somos gente de carne y hueso", advierte Silvana como para derrumbar idealizaciones. Así cuenta que hay rostros que no olvidará más, admite que alguna vez sintió miedo pero que también disfrutó mucho compartiendo con los habitantes de un pueblo angoleño una noche en una discoteca muy particular.

MSF es una organización no gubernamental, sin fines de lucro, que interviene ante situaciones de catástrofe, llevando asistencia sanitaria y humanitaria (ver aparte). Hasta el próximo 9 de mayo se puede recorrer una muestra sobre la entidad, en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia (San Martín 1080). El día anterior al cierre, una integrante de MSF desarrollará una charla informativa.


Santa Fe, Afganistán y Angola
Era abril de 2003, y Silvana recién había llegado de España a su Mar del Plata nata tras ser seleccionada por MSF. Tenía unos días libres pero un llamado la empujó a su primera misión: Santa Fe. Y fue fuerte, "muy fuerte", recuerda hoy Silvana.

-¿Cómo viviste lo de Santa Fe?

-Santa Fe estuvo muy duro. Hacía 15 días que había llegado de España, y fue mi primera misión. Yo estaba en Mar del Plata, era una emergencia. Tenía franco, y me llamaron a las 2 de la tarde para decirme que tenía que estar en el aeropuerto a las 7 de la tarde. Había escuchado lo que pasaba en Santa Fe pero nunca pensé que tuviera esa magnitud, no pensé que se iba a intervenir. Y la verdad que llegar a Santa Fe fue muy fuerte. Y además yo tuve la suerte, entre comillas, de quedarme hasta el final de la intervención de MSF y entonces vi las calles, los barrios cuando el agua baja. Recuerdo el barrio Santa Rosa de Lima que había, no sé, 2 metros de agua y que andábamos en lancha para ver cómo estaba la gente que vivía en los techos. Después, caminar por ahí cuando se va el agua, son imágenes muy fuertes. Recorrer los centros de evacuados, la estación de trenes, nos metimos en un asentamiento. Las caritas de los chicos viviendo en vagones...

-Después vino Afganistán y Angola.

-Sí, en Afganistán estuve 9 meses. Fue mi primera misión como expatriada. Afganistán tiene algo que te marca mucho que es el factor cultural, además del contexto político. El islamismo, sobre todo en determinadas zonas, es difícil. Hay que aprender a trabajar con todo eso, estás entre lo que tenés que aceptar y que eso a la vez no genere una barrera cultural. Pero debo aclarar que me encantó. Estuve desde agosto de 2003 hasta abril de 2004.

-¿Debías cubrirte el rostro para trabajar?

-No usé burka, pero sí velo. La burka se usa en las ciudades grandes; en los pueblos, no. Yo estaba en un pueblo de montaña y casi no se usaba, de hecho se las veía a las mujeres que tenían un poco más de dinero. Sí tuve que usar velo, había que taparse la cabeza.

-¿Cómo fue ser mujer y trabajar en Afganistán?

-Es un tanto particular. En lo profesional y en la vida cotidiana. Quieras o no te identificás con las mujeres de allí, hay mucho sufrimiento, a eso me refiero con lo del factor cultural. Es muy duro, y eso que nosotras teníamos ventajas porque no te ven como una mujer por más que uses velo. Nosotras decíamos que éramos como un tercer sexo, porque para ellos hacíamos cosas de hombre. Yo tenía hombres a cargo. Por mi situación yo podía mirarlos a los ojos, podía compartir una cena, cosas que ellas no hacen. Bueno, podés trabajar.

-¿Cuál fue tu última misión?

-Angola. Estuve seis meses. En el sur, en un pueblito. Era un proyecto de atención primaria, el perfil estaba orientado a descentralizar y abrimos tres puestos de salud, porque el acceso al centro principal era un poco bajo. Y el objetivo de MSF es que la gente tenga acceso, generalmente se hace hincapié en niños y mujeres. Pero en el medio tuvimos una epidemia de meningitis bacteriana, algo bastante típico en esos países. Se vacunó a 25 mil personas. Fue importante.

-¿Hay algo que una lo que viviste en Santa Fe, Afganistán y Angola?

-La exclusión, la que padece la gente más pobre. En Santa Fe hubo gente de todo tipo que fue dañada, pero los más comprometidos fueron los pobres. Pero es difícil comparar. No es que compare la falta de oportunidades de una familia de Santa Fe con una de Afganistán, sino en todo caso la situación de exclusión en cada lugar. Argentina no está considerada como un país del Primer Mundo, pero es cierto que hay otro tipo de posibilidades y de acceso. Angola y Afganistán son países marcados por las guerras, por la muerte, el concepto de muerte y enfermedad es diferente. Y si bien las tres experiencias están unidas por un hilo de catástrofe y donde esa situación afectó a la gente más pobre, esto lo digo salvando diferencias.

-¿Qué les contestas a los que critican a los profesionales argentinos que se suman a MSF y tienen misiones en el extranjero, en vez de quedarse en zonas del país que los necesitan?

-Yo busqué una opción laboral diferente. Me gustaba la idea de poder compartir estas dos cosas: la cuestión profesional, y por otro lado, conocer otras culturas, viajar. Me interesó dedicarme desde lo profesional a situaciones de emergencia, de catástrofe, no digo que en Argentina no haya este tipo de población, pero lo que no está es este tipo de organización no gubernamental. El ámbito en Argentina para esto sería el público, que es bastante limitado en cuanto a recursos y claridad. También está Cascos Blancos, pero prefiero no opinar. Entiendo que en Chaco o Jujuy están necesitados, hay mucha pobreza, pero también considero que hay una muy mala administración de los recursos humanos y económicos, de todo tipo. Y hay gente muy bien formada. Lo mío es una opción de trabajo, y más: es una opción de vida.

-¿Hay situaciones de las que ya viviste que pasaron a ser imágenes imborrables?

-Si, la gente de Santa Fe viviendo en vagones, las caritas de algunos de esos chicos. Hay expresiones que no te olvidás nunca más, como la de una mujer afgana que en realidad no tenía más de 17 años y fue a parir al centro, su rostro de agradecimiento, hay determinadas miradas que son imborrables.

-¿También debe haber momentos más distendidos?

-Si, está bueno aclarar que uno se siente muy bien. Estoy trabajando en algo que yo elegí, tengo esa dicha, y me pagan por eso. Después, en el terreno con los equipos de trabajo siempre hay un momento para tomar una cerveza. En Angola íbamos a una discoteca que era un garaje, donde iba todo el pueblo, desde los viejitos a los más chiquitos. En Afganistán, era más duro, fui a dos bodas, todo ocurría puertas adentro, más limitado. Somos gente de carne y hueso, que en vez de estar en un hospital de Argentina, elegimos otra opción.
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Expatriada. Silvana Bruschi ya integró equipos que fueron a Angola y Afganistán.

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