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domingo,
30 de
abril de
2006 |
Fotos, bendiciones y desconfianzas
Mauricio Maronna / La Capital
"Vení Miguel, sentate acá, que ahora te anuncio lo del tren rápido", le dijo Néstor Kirchner a Lifschitz, ubicándolo en el primer lugar de la fila junto a Jorge Obeid. Por un momento, con Hermes Binner nuevamente invitado a compartir el atril de la Casa Rosada, el lugar volvió a exudar el viscoso líquido de la transversalidad.
El presidente lanzó megaanuncios sobre Rosario y su zona, se deshizo en elogios hacia la provincia y el municipio, convirtiendo el acto en un claro gesto político hacia las "plumas" que en las horas previas lo habían castigado por su regreso al "pejotismo" y su "pérdida de frescura".
El socialismo local y Kirchner han logrado ser mutuamente funcionales cuando los tiempos lo indican, aun a riesgo de convertir esas fotos, esas sonrisas, esas espectacularidades, en una mala noticia para los justicialistas, que quieren ver a los hombres del PS tan lejos de Balcarce 50 como los hinchas de Newell's a Elizondo del parque Independencia. Y nada es casualidad.
En la charla previa al acto protocolar, en la antesala del despacho presidencial, Agustín Rossi sonreía junto a Oscar Parrilli (el abrepuertas histórico de los socialistas), Binner, Obeid y Lifschitz. Ahí el presidente dio información sobre sus reuniones con Lula y repasó el cuadro de situación con Uruguay, rescatando la importancia de preservar la cuestión ambiental en la convulsionada frontera. No dio puntada sin hilo: a las pocas horas, Lifschitz recibiría la invitación al acto de la semana próxima en Gualeguaychú.
"El dato nuevo fue la presencia de Binner, quien había sido raleado de esas reuniones por los efectos y consecuencias de la campaña electoral. La verdad es que el presidente nos trata con una deferencia sorprendente, nos cumple en todo lo que pedimos y nunca nos solicita nada a cambio", soltó un funcionario del oficialismo rosarino, quien comparó lo vivido el miércoles con esas "puestas en escena del 2004" que tanto molestaban a los peronistas.
La ausencia de Carlos Reutemann dio lugar a todo tipo de versiones interesadas, e intentos de vender carne podrida al por mayor. Veamos: que el presidente había decidido bajarle el pulgar al Lole tras el faltazo y subírselo a Rossi de cara la Gobernación. Que Parrilli le pidió al santafesino que se quede en el Senado para votar el aumento a las tarifas porque su presencia en el recinto era "imprescindible". Que la solicitud a Reutemann fue una maniobra en solitario del secretario General de la Presidencia para mantenerlo alejado del lugar.
Una sumatoria de burbujas destinada a marear a los periodistas, pero que marca cómo están los ánimos. Aunque después aparezcan todos sonrientes para la foto escudados bajo el sello de Compromiso K. Teniendo en cuenta la personalidad del presidente, ¿alguien con suficiente información puede creer que Parrilli puede tomar esas decisiones per se? ¿A más de un año de las elecciones, cómo alguien puede ser tan tajante al describir un subibaja definitivo de pulgares de cara a la Gobernación cuando las encuestas marcan hoy una clara pole position para Binner? Y un último interrogante: ¿a quiénes les importan estos primarios y berretas juegos de poder?
El gesto de Kirchner fue premeditado, inteligente y destinado a airear la casa en momentos en que hasta el más recalcitrante de sus adversarios internos (tómese el caso del siempre inefable Luis Barrionuevo) ha cruzado el Jordán para sumarse a las filas oficiales y bendecir la reelección. Mal que le pese a algunos, ante la escandalosa pérdida de peso específico de la oposición, hablar de política en la Argentina es hablar de Kirchner. Ahí van los curtidos barones del conurbano (que durante décadas tributaron a Eduardo Duhalde, y consideraron en la última campaña presidencial que hacer proselitismo por el sureño era igual que salir a promocionar la figura de un "perro muerto") camino a fletar decenas de miles de colectivos para que el 25 del mes próximo muestre una Plaza de Mayo rebosante.
El presidente se rodea de funcionarios de pasado militante en los 70, les pone alfombra roja a los organismos de derechos humanos, vocea que se ha terminado la escandalosa menemización de la política, recuerda los manejos oscuros del Fondo del Conurbano prestidigitados por Duhalde, pero sabe mejor que nadie que la multiplicidad de corrientes internas que han florecido bajo su amparo es incapaz de "llenar un Fiat 600 a la hora de la movilización".
Para eso están Hugo Moyano, Julio Pereyra, Mariano West, Hugo Curto, Alejandro Granados (y siguen las firmas). Podrá haber mucho glamour progre difuminado por las chimeneas del poder pero, a la hora de la verdad, la cultura choripanera es la única que sigue en pie.
Ese pulimentado pragmatismo presidencial debe ser necesariamente aderezado para que el estilo K no pierda vigor. Kirchner descalifica públicamente a Alfredo Coto pero sabe que al otro día lo recibirá en la Casa de Gobierno con las manos abiertas. Y que el vilipendiado correrá presto y temeroso a recibir el perdón con foto incluida en el despacho de la Rosada. El sureño ataca a un analista político y reclama un "recambio generacional de plumas" pero conoce perfectamente que al otro día ese editorialista pedirá desesperadamente una audiencia. Y Kirchner lo recibirá.
Si hay mucho "pejotismo" deambulando por sus alrededores, no hay nada mejor para el mandatario que tener a un par de socialistas a mano, sentarlos junto al gobernador Obeid y anunciar obras, licitaciones y fondos para Rosario y alrededores.
Esa estrategia explica el numen de las sonrisas de la semana pasada con Lifschitz y Binner, que le sirve también a Rossi para plantarse como hombre del presidente. Más allá de supuestos enojos, faltazos, encuentros privados una vez que la avanzada socialista se fue de la Rosada, y lecturas de todo tipo, Kirchner no desconoce que le resultará mucho más difícil encuadrar para la foto a Reutemann con el ex intendente rosarino. Por eso, durante los anuncios del miércoles estuvo Roxana Latorre y no el hombre de Llambi Campbell.
Para quienes abonan a la teoría de que la presencia de éste era "fundamental" a la hora de contar las voluntades para aprobar el proyecto de aumentos en los servicios de gas y luz habría que recordar la premisa que dice: "Un senador, un voto".
Desde que Binner lanzó su andanada de acusaciones sobre "fraude" en el proceso eleccionario de 2003, el Lole se juramentó no compartir ni un café con quien quiere competir en el próximo turno electoral. Esa competencia (como se ha dicho ya en esta columna) se hará solamente si Kirchner se compromete con el destino del justicialismo santafesino.
La saga de historias mínimas se completó con el encuentro de Compromiso K, el viernes, en el Patio de la Madera. Sin la anunciada presencia de Carlos Zannini, el más estrecho allegado al presidente, el acto mostró entre bambalinas, la interna del peronismo santafesino. Eso sí, a la hora de las fotos y de las declaraciones con grabador encendido todos dejaron de lado las diferencias y se abroquelaron debajo del paraguas del presidente.
Ese día los teléfonos de la redacción de La Capital fueron un hervidero. Algunos operadores interpretaban que la ausencia del Chino Zannini obedecía directamente a la intención de "no compartir cartel con el reutemismo". Y proponían: "Llámenlo a (Carlos) Kunkel, él se los va a ratificar". Pero Kunkel no ratificaba nada. "No tenemos ningún problema con los compañeros reutemistas", decía, más preocupado por terminar de abrochar el traspaso de 40 intendentes radicales al kirchnerismo.
"(Juan Carlos) Mazzón, Alberto Fernández y Rossi se dedicaron a operar toda la semana para que el encuentro fracase", comunicaban desde la otra vereda. Sin embargo, el mismísimo Rossi hacía acto de presencia en el lugar y no perdía la sonrisa.
El mitin, opaco, insustancioso y solamente destinado a convencer a los ya convencidos (un oxímoron tan propio de la política nativa) terminó convirtiéndose en más de lo mismo: un rosario de dirigentes recitando el decálogo titulado "Sí Néstor", que empezó arengando a copar la Plaza el 25 de mayo y terminó pidiendo la reelección.
Aunque los sellos se reproduzcan a la velocidad de la luz, la canción sigue siendo la misma. Lejos de convertirse en un hit, solamente convoca a la abulia de los observadores neutrales.
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