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 miércoles, 29 de marzo de 2006  
EDITORIAL
Callejeros: cuestionable regreso

La anunciada reaparición de la banda en uno de cuyos espectáculos se produjo el desastre de Cromañón merece un análisis profundo. La necesaria modificación de pautas culturales -las mismas que en gran parte generaron el desastre- no parece haberse producido. La autocrítica es crucial, pero todavía se presenta como una deuda pendiente.

El tema ya ha despertado fuertes debates y promete generarlos aún en mayor cantidad, sin tomar en cuenta otra posibilidad que el sentido común impide descartar: que se produzcan peligrosos incidentes. Es que el próximo 22 de abril, en San Miguel de Tucumán, está anunciada la reaparición pública de la banda de rock durante uno de cuyos shows se produjo una de las peores catástrofes de la historia argentina: el desastre de Cromañón, el boliche porteño donde la noche del 30 de diciembre de 2004 murieron casi doscientas personas y más de trescientas setenta resultaron heridas.

   Los hechos posteriores son bien conocidos e involucran desde la destitución del jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, por supuesta negligencia en el ejercicio de sus funciones, hasta el arresto del propietario del trágico local, el empresario Omar Chabán, desde siempre vinculado a los ambientes rockeros y alternativos —fue dueño, en los años ochenta, del célebre boliche Cemento—. En el camino queda también el enjuiciamiento a los propios integrantes de Callejeros, imputados como Chabán de “estrago doloso”, delito para el que se prevé una pena de entre ocho y veinte años de prisión.

   Pero más allá de que los grados de responsabilidad son ciertamente distintos, existe un punto donde todo converge: es que así como un inconsciente encendió la bengala que provocó el fatal incendio, desde arriba del escenario se estimulaba a hacerlo, y si bien fue una sola bengala la que provocó la catástrofe, muchas otras se habían lanzado con anterioridad en los recitales del grupo. Indudablemente, y a pesar de la evidente responsabilidad de quienes abrieron un boliche que no poseía las necesarias condiciones de seguridad y de aquellos que increíblemente permitieron su funcionamiento, lo concreto es que nada habría sucedido si no se hubiera utilizado pirotecnia. Toda una cultura es, en última instancia, culpable de lo ocurrido. Por eso la pregunta clave es: ¿se habrá practicado la tan necesaria autocrítica? Y la impresión es que no.

   No es esta columna espacio adecuado para intentar el análisis de la preocupante modificación de las pautas que rigen el riquísimo espacio cultural que constituye el rock argentino, pero ciertamente entre aquel movimiento que se erigió en refugio ante la barbarie de la dictadura militar y muchos de los actuales referentes existe un abismo. Y no se está haciendo referencia en este caso a parámetros estéticos, sino culturales. Se ha aludido en ocasiones a una supuesta “futbolización” del rock, en el sentido de que los seguidores de las bandas se comportan de manera similar a la de los fanáticos de ese deporte: la irracionalidad, por lo tanto, es la bandera que flamea en el mástil. Si hasta pareciera que en los recitales son muy pocos aquellos que escuchan.

   Lo mejor del rock siempre se vinculó de manera directa con una visión crítica de la sociedad capitalista, ligado a un trasfondo abiertamente fraternal y humanista. El drama que se produjo en Cromañón, con su elevado precio en jóvenes vidas humanas, no puede ser tomado a la ligera ni redimido con cánticos de tribuna. Se requiere una profunda y dolorosa mirada hacia adentro. Y sobre todo un cambio de mentalidad y de hábitos, que hasta ahora no parece haberse producido.
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