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domingo,
19 de
febrero de
2006 |
Palabras alentadoras: libres de condicionamientos
A menudo los padres no reconocemos la magnitud de lo que transmitimos a nuestros hijos, ya sea plasmado en palabras, gestos, tradiciones, costumbres, criterios o valores. Resulta bueno que sea así, en tanto y en cuanto la vida de relación se desarrolla en forma natural y armoniosa, pero no deberíamos desestimar la incidencia de cada mensaje librando la educación de nuestros hijos a una mera cuestión de azar. Uno de los objetivos sería dignificarlos como personas individuales y seres sociales que gozan relacionándose con otros.
Nuestra palabra es de relevancia porque es formadora de conciencia. Los padres somos los primeros agentes socializadores; a través de nosotros van conociendo el mundo que los rodea. Paulatinamente, se van incorporando a esta función familiares, vecinos, compañeros de juegos, y en el ingreso escolar, sus pares y maestros. Todos sumarán a la formación de la personalidad, y cada aporte será internalizado según los parámetros recibidos en el hogar. De allí que deberíamos cuidar la forma en la que los ayudamos a autodefinirse.
Cuando aún el niño tiene días e incluso horas de nacido debido a deseos de padres, abuelos, tíos se suelen escuchar ciertas expresiones: " es llorón como...", "es dormilona como ..." En la vida cotidiana los padres continuamos alimentando y reafirmando la larga listas de rótulos. Muchos, producto de un indicio; otros de deseos; y varios para adjudicar responsabilidades al otro cónyuge: "Es desordenado como vos". Con humor o no, las cualidades se muestran como herencia del padre que comunica, en cambio los defectos serán siempre provenientes de la familia del otro integrante de la pareja.
Cuando el niño es mayor cargará con una suma de definiciones de su personalidad adjudicadas por múltiples procedencias, y lo más probable es que esté convencido de que no tenga posibilidad de cambiar porque podría sentirse "predeterminado". Probablemente hayamos llegado a ese punto sin darnos cuenta del proceso que se generó bloqueando en los hijos la práctica de elecciones libres de condicionamientos.
Si deseamos darles la posibilidad de autodefinirse según su propia decisión, cuando los escuchemos reproducir algunas rotulaciones que les hemos inculcado, podríamos sugerirles que cuentan con recursos para cambiar lo que no les gusta, y crear nuevas características de personalidad (siempre las que ellos se propongan).
Nuestros cambios en las estrategias educativas influirán indefectiblemente en ellos. Las experiencias vividas fuera del hogar les servirán no sólo para ir autodefiniéndose, sino también para fortalecer el carácter. Si bien las primeras dificultades a las que deben enfrentarse nos hacen sentir que no podemos ayudarlos (o sea, resolver los problemas por ellos) nuestra real ayuda será omitir toda etiqueta de ineptitud, y escuchar la descripción de las circunstancias y emociones que viven y sienten para poder acompañarlos en tomar sus propias decisiones. Palabras de estímulo y apoyo les darán confianza y seguridad para poder posteriormente (y sin nuestra presencia) hacer frente a las situaciones que deberán resolver.
En esta época donde la inmediatez se confunde con efectividad, los padres pretendemos resultados a corto plazo. Les decimos que sean ordenados, por ejemplo, y pretendemos que lo sean y de por vida. Esto nos lleva a verbalizar "sos desordenado", reforzado con el "siempre" has sido así, o "nunca" lo vas a ser minimizando otras cualidades.
Si pretendemos estimularlos y mejorar la convivencia sería conveniente poner en práctica algunas actitudes:
Explicar el por qué de las consignas pedidas (mostrando los beneficios de esa práctica).
Repetir con dulzura pero con firmeza. Se debe estar convencido de lo que se dice para que el pedido no pierda fuerza.
Suprimir el siempre y el nunca.
Premiar y felicitar los pequeños logros.
Valorar otras cualidades.
Descentralizar las conversaciones diarias, el desorden no debería ser el único tema; también deben tenerse en cuenta las buenas aptitudes y los temas cotidianos.
Tener presente las circunstancias y los períodos de desarrollo psicofísico.
Ser conscientes de que cada hijo es diferente y requerirá un trato particular.
Tener paciencia. Practicarla ahorrará energía.
Sin embargo, las etiquetas que les adjudicamos no son todas perjudiciales, y pueden resultar una buena estrategia de superación. Habría que pensar cómo podría llegar a ser un hijo si se le dice desde pequeño que es inteligente, aplicado, memorioso o perseverante. Si hemos empleado palabras de desprecios, agresiones, descalificación, indiferencia, veremos niños inseguros, depresivos, rebeldes. Si por el contrario, utilizamos expresiones de apoyo, reconocimiento, estímulo, confianza, formaremos personas capaces de enfrentar dificultades, disfrutar sus logros y compartirlos.
Alicia Caporale
Licenciada en educación
[email protected]
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