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domingo,
19 de
febrero de
2006 |
Abandonó su país y dejó a su familia perseguido por el régimen de Khomeini
Behrouz, el iraní que huyó de la guerra
Llegó a Rosario hace 25 años, donde se casó, tuvo 4 hijos y "encontró paz y libertad", según afirma el taxista
"Como mi padre no me dejó herencia, yo a los rosarinos los amo y recién me voy a morir cuando me haga amigo de todos y cada uno del millón de ellos". Así se presenta ante La Capital Behrouz Roohani, el iraní más famoso de Rosario, hincha fanático de Rosario Central que en 1981 llegó a la ciudad escapando del régimen del Ayatolá Khomeini. Hoy maneja un taxi y se lo distingue a los lejos por su túnica. Aquí se enamoró de su mujer (también iraní) y tuvo sus cuatro hijos. Como lo define el propio inmigrante, "una tierra donde no hay guerra, sin persecuciones religiosas y con la posibilidad de vivir en libertad".
Behrouz tomó trascendencia pública no por su personalidad histriónica y amable, sino por ser víctima de la delincuencia en algunas oportunidades, a bordo del taxi. Incluso en una de ellas hasta tuvo que correr al ladrón en pleno centro.
Más allá de los sinsabores de la profesión, las amenazas de una guerra entre Irán y los Estados Unidos por el programa nuclear del primer país lo tiene preocupado. Su historia, como la de otros antiguos inmigrantes, es la búsqueda de un futuro mejor, que el iraní afirma haber encontrado en Rosario.
Cuando pisó la Argentina, hace 25 años, el presidente de facto de este país era Leopoldo Fortunato Galtieri. Llegó pensando que aquí se hablaba inglés y estuvo meses tratando de entender el castellano. Desembarcó en esta ciudad por un hecho que marcó el resto de su vida. Había comprado un pasaje en tren a Tucumán para encontrarse "con un paisano ingeniero", pero al llegar aquí conoció a su mujer y su historia dio un nuevo vuelco.
La familia Roohani quedó dividida por la persecución religiosa que dominó la vida política iraní. Ellos pertenecen a la minoría "Baha'i" que sufrió la persecución del régimen de Khomeini y muchos de sus integrantes fueron instados a abandonar el país.
La limpieza étnica fue tal que en 1982 y 1983 se registraron 300 fusilamientos en Irán. "Me la veía venir porque los dirigentes de Khomeini relacionaban a nuestra religión con Israel y sabía que corría peligro de muerte", recordó Behrouz.
Su proyecto era escapar hacia Canadá (tenía primos viviendo allá), pero al no conseguir la visa, eligió la Argentina, donde no tuvo problemas. El régimen y los problemas religiosos le impiden regresar a su país natal. Las fronteras de Irán parecen haberse cerrado casi definitivamente para él.
"Hace 25 años que no veo a mis dos hermanos, ni a mis tíos, primos...", comenta con nostalgia. Incluso en el exilio, Behrouz tenía problemas para conectarse con sus seres queridos. Estuvieron perseguidos, se cambiaban de casa cada 15 días, y no pudo contactarlos por años. "Cada vez que llamaba, el operador telefónico de Irán no me conectaba, y si lo hacía, nadie me contestaba. Me di cuenta de que el teléfono estaba pinchado, nunca pude saber qué había pasado con mi casa. Sólo les pude preguntar cómo andaban de salud, para no someterlos a un riesgo", afirma el iraní, para confesar que le quedaron "espacios vacíos" en su vida.
El abismo fue tal que ahora le cuesta reconocer las voces de sus pequeños sobrinos al teléfono, y sólo los conoce por fotos.
A mitad de camino
Apenas bajó del avión, Behrouz estuvo unos seis meses yirando por Buenos Aires hasta que desde la embajada lo conectaron con una dirección de un ingeniero agrónomo conciudadano que vivía en Tucumán. Con él podía contactarse hasta que obtuviese la visa para llegar a Canadá.
A sus 53 años, reconoce que Rosario es su casa, que lo recibió "con los brazos abiertos" y donde tiene decidido que va a morir. Desde que llegó, tuvo trabajo. Primero comenzó en una empresa de camiones hormigoneros hasta 1986. Luego fue colectivero del mítico Expreso Alberdi ("cortaba 500 boletos por día", recuerda), hasta que en 1992 se dedicó al negocio del taxi.
Parafraseando la canción del brasilero Roberto Carlos, Behrouz quiere tener un millón de amigos. "Hay mucha gente buena, los miro a los ojos, que es el espejo del alma, y me doy cuenta que todos pueden ser mis amigos. Esto nunca me pasó ni siquiera en Irán", afirma.
Como resultado de su legado en la ciudad, crió a sus hijos varones de 21 y 19 años y a sus hijas de 17 y 15. Para el padre, sus hijos son como "un engendro que tiene algo de las dos culturas, porque hablan y escriben el idioma de sus padres".
-Su país de origen estuvo casi siempre sumergido en conflictos bélicos, ¿Los argentinos valoramos lo que significa la paz?.
-Esto es un paraíso de paz y tranquilidad. Yo le doy un valor superior al que nació acá. La guerra es pérdida de seres queridos, enfermedades, falta de remedios, necesidades y hambre. Además acá el ciudadano tiene derecho a la salud. Allá, si no hay una obra social, la gente se muere.
-¿Cómo se hizo hincha de Central?
-Central como campeón argentino ingresó en una Copa de Oro que se disputaba en Indonesia. Yo estaba en mi casa en Irán y en un flash del noticiero anunciaron que hacían escala en mi país y que venían de China. El locutor decía que la camiseta que se veía en blanco y negro era en realidad azul y amarillo. Y con mis hermanos nos gustaron los colores y en el barrio hicimos las camisetas con rayas finitas. Pero nunca supimos que el club se llamaba Rosario Central. Y años después, cuando llegué a Rosario, vi a un pibe en la peatonal Córdoba con la camiseta y me di cuenta que ya era hincha a 24 mil kilómetros de distancia, de que mi equipo estaba acá. Y al primer clásico que fui, ganamos 1 a 0.
L.A.
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Behrouz ama la ciudad y dice que quisiera hacerse amigo del millón de rosarinos.
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