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domingo,
18 de
diciembre de
2005 |
[Primera persona] Daniel Briguet
"Escribo sobre mujeres porque me importan mucho"
El autor de "El último verano" desmenuza los escenarios de su libro. Recuerda
sus inicios en el periodismo y aborda su particular relación con la ciudad
Gabriel Zuzek
Daniel Briguet nació hace 52 años en la localidad santafesina de Villa Eloísa y llegó a Rosario para hacer el secundario cuando tenía 12, porque en su pueblo sólo existía el comercial. "En la adolescencia tenía un pie allá porque estaban mis amigos y mi familia. En realidad sufrí un cimbronazo del cual me di cuenta bastante después, porque fue un desarraigo simultáneo de varias cosas: de mi infancia, de mi pueblo, de la casa de mis viejos y de mi ámbito natural", relata. Luego se fue quedando hasta que vino el ingreso a la facultad, carrera que por esa época se denominaba lisa y llanamente Periodismo. Es periodista, escritor, docente universitario y ha incursionado en el mundo del cine como guionista y actor. "A mí naturalmente siempre me gustó actuar, lo que pasa es que nunca me dediqué. Siempre digo que elegí el periodismo porque no me obligaba a definirme".
Tiene publicados "Ficciones periodísticas", "Prohibir la noche y otras ficciones", "El encapuchado no se rinde" e "Historias con mujeres". También ha desarrollado trabajos referentes a la cultura urbana y ensayos sobre temas mediáticos. Su libro más reciente, "El último verano" (Homo Sapiens Ediciones), es un itinerario de relatos breves donde se saborea la noche y su menú de intrigas. Un compendio de personajes enlazados en relaciones fugaces, experiencias breves y precoces. Historias que tienen pinceladas de ironía y tirria; donde el autor, que al principio se considera sólo un observador, termina como protagonista de lo que observa. Una radiografía precisa que a través del sexo, el deseo y la soledad refleja el estado actual de una sociedad inacabada.
-¿Cuál fue la idea genuina de escribir este libro?
-Todo surgió por una sugerencia de un editor amigo que deseaba abrir una serie de textos eróticos. Quería que yo fuese quien la iniciara con lo que se me ocurriera. Entonces me vino la idea de convertir en relatos cierta experiencia de vida, sin utilizar eufemismos pero también sin caer en la frontalidad obscena. Y ahí nació el libro anterior, "Historias con mujeres", que hice muy precipitadamente. Por lo tanto, "El último verano", temáticamente, puede ser una recreación o una prolongación de ese libro. Es como que quise contar algo más pero con otra elaboración y con más arraigo en la realidad o en el entorno. Además para esta época, o un poco más adelante, veo en los semanarios ilustrados una sección que se llama las lecturas recomendadas para el verano. Entonces pensé, por qué no escribir un libro que esté ambientado en las vacaciones. Quería un conjunto de historias cuyo común denominador sea el verano en esta jaula tórrida, pringosa y a la vez sugerente que es Rosario durante esa estación del año.
-En tus trabajos hay un cuota importante de realismo y en este último particularmente hay un punto de partida recurrente que suele ser la combinación de las mujeres y el barrio. ¿Existe algún motivo especial para utilizar estos ejes a la hora de escribir?
-Cuando yo empecé a escribir narrativa puse en práctica lo que manejaba intuitivamente. Por un lado, una escritura que no estuviera necesariamente situada ni en lo periodístico ni en lo literario, sino que oscilara entre ambas. Por otro lado, una escritura anclada en la realidad pero que no fuera crónica, y a partir de ahí la mezcla entre realidad y ficción. En este libro se mantiene esa preceptiva. Para mí el realismo es un lenguaje adecuado para la época actual, si bien puede no estar muy legitimado por los círculos literarios. Escribo sobre mujeres porque obviamente me importa mucho la mujer y es probable que no sepa mucho sobre ellas, porque si supiera, ya hubiese elegido otro tema. Y en cuanto al barrio, es verdad, se repite. Yo vine a Pichincha hace quince años y de todos los lugares de la ciudad en los que viví es el que más me gusta y es la zona en la que he logrado compenetrarme o arraigarme. Trato de que la escritura esté situada, me resulta menos estimulante ese tipo de textos que se pueden ubicar en cualquier lugar o ninguno.
-¿Cómo fueron tus inicios en el periodismo?
-Creo que no me había recibido todavía cuando empecé a hacer notas de humor para una revista de Buenos Aires que se llamaba Mengano, que al poco tiempo cerró, así que fue debut y despedida. Luego en Hortensia, donde publiqué durante varios números. Soy de la primera promoción de egresados en Comunicación Social; ingresé cuando todavía se llamaba Periodismo. De todos modos mi trabajo en periodismo no tiene nada que ver con el hecho de haber estudiado, porque después de esas colaboraciones entré a trabajar en un bar de la calle Córdoba. Ahí solía ir Raúl Gardelli, una figura muy conocida del periodismo local que por entonces estaba a cargo de la redacción del diario El País. Yo era mozo de barra y un día hablando con él le dije que había estudiado Comunicación y me preguntó si había hecho algo. Le mostré las notas de humor y le gustaron. Ahí empecé a publicar en las páginas de humor de ese periódico. Después, gracias a una vacante en la sección cables, nacional e internacional, entré como cronista, o sea que mi debut en sentido estricto en el periodismo, fue por trabajar en un bar.
-¿Cuál es tu relación con Rosario, ya que por ahí deslizás que a veces es una ciudad infame?
-He tenido distintas etapas en mi relación con la ciudad. Esta última se caracteriza por un arraigo mucho mayor en el lugar donde vivo y una aversión creciente hacia la ciudad en su conjunto. Pero del mismo modo acá me siento muy cómodo. Lo que pasa es que esa bola que se llama Rosario, sobre la que he escrito e indagado muchísimo, hace tiempo que se me aparece como un poco menos estimulante. Que hoy tenga una relación equívoca no significa que reniegue de ella. Alguna vez dije que la ciudad podía ser vista como una mujer. A partir de esa idea se me ocurrió que mi relación con ella en la última etapa es similar a la de esas viejas parejas que no se soportan, pero tampoco toman la decisión de separarse.
-En tus historias te dirigís con mucha ironía a ciertos sectores sociales. ¿Consideras que tenés demasiados enemigos?
-Hay ciertos motivos que para mí son recurrentes en el sentido que de algún modo me despiertan o la ironía o el distanciamiento. Uno es la ilustración moderna o la forma ilustrada de registrar y pensar las cosas. De algún modo yo también soy parte de ese palo pero siempre he intentado depurarme, porque la gente de mentalidad muy ilustrada no me atrae mucho. Me parece más interesante el contacto con la gente no ilustrada. Me gusta la gente que me sorprende, la que tiene algún color y que no importa que sea ilustrada o no. También hay dardos a otro tipo de sectores que, por supuesto, están exagerados. Por ejemplo a los neo hippies; pero por ahí es como que el adolescente de hace más de treinta años estuviera diciendo: "¿Y estos flacos qué me vienen a contar?". Hay como la disputa de un territorio imaginario. Pero cuidado, que esto lo escribo a partir de experiencias concretas que he tenido y no quiero decir que toda la gente que tenga ese look sea jodida. Tengo muchos amigos que son artesanos, pero elijo algunos blancos que son una forma de catarsis mientras escribo. Lucía, mi hija, suele decirme que estoy peleado con el mundo, y yo le respondo: "No te hagas problemas, que mientras ande bien con vos está todo bien".
-Si tomáramos a la vida como metáfora de un viaje y las mujeres de tus historias fuesen diferentes estaciones, ¿en qué momento estás o te gustaría estar de ese recorrido?
-En una etapa en la que me gustaría encontrar un claro en el bosque y acampar un tiempo ahí. Busco acampar en el terreno afectivo y en otros aspectos. Si he tenido distintas historias con mujeres es probablemente porque no pude o no estaba en condiciones de apreciar a la mujer que había realmente. Eso me pasó en más de una oportunidad. Ahora creo que estoy en mejores condiciones para ver o sentir ciertas cosas. No soy valiente pero soy audaz, por lo menos muy impulsivo y si tengo un impulso trato de seguirlo en todos los órdenes. Lo cual tiene sus costos y puede tener su estímulo también, porque está ligado a la cuestión del deseo en el sentido más abarcador.
-¿Y cómo te imaginás la última estación del viaje?
-Prefiero no imaginármela. Tal vez sea un modo un poco inmaduro de enfocar la cuestión, pero en ningún lado aseguré que yo era un tipo maduro; eso que quede claro. Obviamente trato de no ser un tarambana, que eso es otra cosa. Decía que prefiero no imaginar el final del viaje, pero si tuviese que poner alguna imagen de fondo sería la de los ojos de Lucía, sin dudas.
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“La gente de mentalidad muy ilustrada no me atrae mucho”, advierte.
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