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domingo,
18 de
diciembre de
2005 |
Arbitrario. Pasó siete meses detenida por el sólo hecho de tener la llave de un familiar vinculado a la venta de drogas
El calvario de una mujer que estuvo
presa por una acusación infundada
Norma Vallejos se salvó de morir quemada en la alcaidía de mujeres y pasó lo peor en la cárcel de Ezeiza
Eduardo Caniglia / La Capital
Norma Inocencia Vallejos fue otra víctima de las detenciones arbitrarias de los policías de Drogas Peligrosas que han sido cuestionadas últimamente en juicios orales que se llevan adelante en los Tribunales federales. Una decisión al menos equivocada de los investigadores policiales y judiciales la empujó a una pesadilla. La mujer permaneció más de siete meses presa en una comisaría rosarina y en la cárcel de mujeres de Ezeiza. En el encierro en las celdas del penal local fue testigo de un incendio en el que murieron dos reclusas (ver aparte). En tanto, en el presidio bonaerense sufrió el maltrato y la insalubridad de las cárceles argentinas.
Norma tiene 63 años y cuenta su calvario casi con inocencia desde su casa de Villa Gobernador Gálvez, en una barriada con calles de tierra y aguas servidas. Le cuesta creer que la posesión de la llave de la casa de un familiar que fue allanada en un operativo de drogas se haya convertido en un indicio para involucrarla en una causa judicial. Una evidencia débil que, sin embargo, fue suficiente para que un tribunal federal ordenara su detención. A partir de ese momento comenzó su calvario. A raíz de la imputación, su caso fue ventilado en un tribunal oral en noviembre pasado. Los jueces decidieron absolverla ante la ausencia de elementos probatorios para acusarla.
La historia de Norma comenzó la tarde del 30 de agosto de 2001. Ese día fue testigo involuntario de un operativo de efectivos de Prefectura Naval, Policía Federal y Drogas Peligrosas de la provincia. Los uniformados llegaron a la casa de su cuñado, Ramón Eleuterio Romero, en Villa Gobernador Gálvez, en búsqueda de estupefacientes. El familiar de Norma quedó detenido acusado de comercializar droga.
"El me pidió (por Romero) que le fuera a cocinar porque estaba enfermo. Después del operativo, un policía de civil me dijo que me dejaba la llave de la casa a mí y me hizo una constancia", recordó Norma.
Cuando Romero estaba detenido en dependencias de Prefectura, la mujer le devolvió la llave a su pariente. Pero la devolución no quedó registrada en ningún documento. "Le pedí un comprobante (por la entrega de la llave) a un oficial de apellido Rodríguez, pero él me dijo que no era necesario y que me fuera tranquila", recordó.
Norma nunca imaginó que la falta de constancia de la devolución de la llave llevaría a pesquisas antinarcóticos de la Policía Federal a sospechar de que ella estaba envuelta en actividades ilícitas. "Ellos decían que mi mamá iba a la casa (de Romero) y vendía droga", recordó Gustavo, hijo de la mujer.
Romero, según dijo, transitó por penales rosarinos hasta que fue trasladado al presidio federal de la localidad bonaerense de Marcos Paz. Una visita que Norma hizo a su cuñado en esa cárcel la obligó a tramitar el certificado de buena conducta. No pudo obtenerlo, porque "saltó" una orden de captura. No fue el único inconveniente que padeció. Terminó presa en la delegación local de la Policía Federal y debió comparecer ante el por entonces juez federal Omar Digerónimo.
"Mientras me llevaban al juzgado, yo iba llorando porque no entendía lo que pasaba". Norma se abstuvo de declarar y el juez Digerónimo, en diciembre de 2004, le dictó la falta de mérito ante la ausencia de pruebas que la incriminaran. "Ella no aparecía en ninguna de las filmaciones que hizo la policía en la casa de Romero", explicó la abogada de Norma Susana Sulkarneinuff, quien representó a Norma. La resolución del magistrado fue apelada en enero de 2005 por la fiscal en turno y la Cámara de Apelaciones decidió revocar la medida dispuesta por el magistrado y ordenó la detención de Norma.
"Está detenida"
La mujer cobra una pensión de 160 pesos, el único beneficio que le dejó su marido tras trabajar como portuario. El 6 de abril de 2005 regresaba a su casa con un bolsón de comida que le habían entregado en el Pami cuando se topo con dos policías de civil que la estaban esperando. "Está detenida, señora", dijo uno de los agentes cuando estuvo frente a la mujer. Norma casi no se inquietó por lo que acababa de escuchar e invitó a los policías a ingresar a su casa. Los uniformados le indicaron que debía presentarse al día siguiente en la sección Seguridad Personal de la policía rosarina.
Una vez en Jefatura escuchó que un policía le decía a otro uniformado: "Algún porrito habrá vendido". Norma estaba tranquila. Convencida de su inocencia, presumía que pronto recuperaría la libertad. A Norma la ficharon y la llevaron nuevamente al juzgado federal de Omar Digerónimo. Lo que ella no sabía era la odisea que se avecinaba. Los pesquisas la acusaron de haberle vendido a un hombre que llegó a la casa de Romero poco más de dos gramos de cocaína. "Después que devolví la llave, yo nunca más volví a esa casa", afirmó para desmentir esa imputación.
Norma quedó detenida y fue alojada en la alcaidía de Mujeres, en la comisaría 4ª. El 14 de noviembre fue trasladada a la cárcel de Ezeiza a raíz de que estaba acusada de un delito federal (comercialización de estupefacientes). En el presidio bonaerense, padeció tal vez las mayores desventuras de su vida.
-¿Cómo era la vida en Ezeiza?
-Es un infierno.
La mujer interrumpe su relato unos segundos. El llanto parece quebrarla cuando rememora sus sufrimientos en un galpón en el que se apilaban unas 70 camas. "Vi mucha miseria y mugre. Había chicas enfermas de sida. Otras tenían piojos y hongos. Para limpiar, sólo teníamos agua", dice con angustia.
En sus recuerdos todavía sobrevuelan los gritos de las guardiacárceles en las innumerables requisas nocturnas. Pero enseguida aclara que sus compañeras de celda la "trataron bien" porque acataban dos "leyes internas" de la cárcel: las mujeres "grandes y embarazadas" gozaban de la consideración del resto de las reclusas.
Rencillas entre las presas, encierros prolongados sin salida al patio y una escasa comida de "mala calidad" completaban el cuadro de padecimientos. Norma sufre de hipertensión arterial. Durante el mes que permaneció en Ezeiza nunca le suministraron el medicamento indicado para la enfermedad. "Lo pedí varias veces, pero nunca no me lo dieron. Por eso tuvo que compartir la pastilla (el medicamento) con otra presa que "me daba la mitad", se lamentó.
Las evidencias que habían recogido los pesquisas resultaron tan débiles que finalmente el fiscal federal Miguel Rodríguez Vallejos que intervino en el juicio oral en el que se investigó el caso pidió la absolución de Norma. Según la mujer, el policía federal -de apellido Pérez- no pudo imputarla con certeza. "El decía que posiblemente podía ser yo por el tema de la llave. Afirmó que durante el día la casa estaba cerrada y que durante la noche entraba un hombre para vender droga", explicó.
Los propios vecinos certificaron que Norma ya no frecuentaba la casa de Romero. El camino a la libertad de la mujer comenzó a estrecharse el 18 de noviembre cuando comenzó el juicio oral en el Tribunal Oral Nº2. Tres días después, los jueces Omar Digerónimo, Beatriz Caballero de Barabani y Jorge Venegas Echagüe la absolvieron. Un día después regresó a su humilde vivienda de Magallanes al 1800, en Villa Gobernador Gálvez, donde llegó hace 24 años. Y pudo abrazar nuevamente a Keila, su nieta de 6 años.
Los argumentos de los jueces fueron contundentes. Dijeron en el fallo que no se pudo probar que la mujer había vendido la droga. Tampoco se pudo comprobar que conociera al comprador del estupefaciente. Y tuvieron en cuenta que no registraba antecedentes penales vinculados con el tráfico de drogas.
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Fotos
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Norma Rodríguez tiene 63 años y hasta abril jamás había estado en una comisaría.
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