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domingo,
18 de
diciembre de
2005 |
Tema del domingo
Argentina salda su deuda con el Fondo: ¿fin de una época?
En el complejo arte de gobernar, muchas veces el valor de los gestos excede el espacio de lo concreto para tomar decidida posesión del terreno de lo simbólico. La decisión de Néstor Kirchner —porque no pueden caber dudas de que le pertenece sólo a él— de saldar la totalidad de la deuda que el país mantenía con el Fondo Monetario Internacional (FMI) antes de fin de año posee, por cierto, raíces hincadas en el suelo sólido de la economía, pero sus ramas se proyectan en la atmósfera difusa que suele definir a la política. Y no puede vacilarse al asegurar que su incidencia en el presente, pero mucho más en el futuro, será significativa.
El decreto de necesidad y urgencia firmado por el presidente de la Nación el pasado jueves establece que se dedicarán 9.810 millones de dólares de las reservas de libre disponibilidad al pago de la deuda que se mantiene con el organismo trasnacional creado en la Conferencia de Bretton Woods, en 1944, sesenta días después del desembarco aliado en Normandía. Y si se hiciera un repaso de las complejas relaciones que han unido a la Argentina con el FMI a lo largo de seis décadas —ya efectuado pocos meses atrás en esta misma columna— no sería complejo llegar a la conclusión de que el saldo de las mismas dista de ser favorable para el país, que con tanto crédito barato sólo supo comprar su propio y casi definitivo naufragio.
Esa triste historia —y esto es lo trascendente, sobre todo para el imaginario popular— ha encontrado un punto final con el gesto, si se quiere sobreactuado, del jefe del Estado. La tutela del Fondo y sus exigencias, tantas veces contrapuestas con el bienestar colectivo, terminan al terminar la deuda. Y claro que ello comporta un elemento positivo, que trasciende la esfera objetiva para inmiscuirse en la subjetividad de la República, sometida en innumerables ocasiones al dictado de recetas ajenas tanto a sus necesidades como a su idiosincrasia.
¿Termina una época? ¿Se abre otro ciclo histórico, a partir del cual la Nación —dueña otra vez, al menos simbólicamente, de su soberanía— será capaz de recuperar la perdida dignidad y rehacer las destrozadas condiciones de vida de la mayoría de sus habitantes? Sólo el tiempo podrá decirlo. Por ahora, sólo cabe intentar un análisis objetivo de un acto que ha tomado por sorpresa a la oposición y cuya proyección no merece ser relativizada, más aún si se evalúa que se encolumna en la misma dirección que ha tomado el poderoso Brasil de Lula y con el notorio respaldo de la Venezuela nacionalista liderada por el polémico Hugo Chávez. Es que puede avizorarse también y sin gran esfuerzo, en las bambalinas de la decisión, el surgimiento de un bloque sudamericano destinado, sino a enfrentar, al menos a contradecir a un Norte tan soberbio como sordo.
Claro que la principal deuda a saldar es la que se mantiene con la gente. Y así como surgieron antes interrogantes vinculados a las consecuencias de la decisión de abonar la friolera de casi diez mil millones de dólares, también resulta posible preguntar por qué no se utiliza todo ese dinero en mejorar la situación nacional, que más allá de la visible recuperación continúa siendo dura fronteras adentro. La respuesta no parece ser tan difícil: para plasmar su objetivo de reconstruir un capitalismo nacional con perfil industrialista, el gobierno confía en las fuerzas intrínsecas de la economía y supone que la resolución de cumplir por adelantado con sus compromisos contribuirá a generar un clima de inversiones que fluyan hacia la Argentina. Pero no corresponde, en tal sentido, ser ingenuos: el rol del Estado y las futuras estrategias a implementar deberán pasar ineludiblemente por la redistribución de la riqueza y el diseño de una política impositiva más justa, que no haga caer tanto peso sobre las espaldas de los sectores medios y medios bajos. De lo contrario, desvirtuada desde hace tiempo la teoría del derrame, la reactivación —inflación de por medio— sólo será para unos pocos y terminará por devorarse a sí misma.
El pago de la deuda con el Fondo debe ser visto como ciertamente valioso, sobre todo porque rompe lazos de dependencia que según bien se sabe son funestos. El gobierno dispone ahora de crédito en otro banco, mucho más importante: el de la confianza de las mayorías nacionales. Ojalá pueda y sepa utilizarlo bien. El destino de la Argentina depende de ello.
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