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domingo,
18 de
diciembre de
2005 |
Panorama político
La realidad después de las palabras
Mauricio Maronna / La Capital
Néstor Kirchner cerró un círculo que venía dibujando desde el mismo momento de su asunción: con el mazo pegaba pero al FMI le pagaba. Ahora, como arándano del postre, canceló la deuda.
Una buena señal para quienes aspiran a vivir en un país normal, algo difícil de alcanzar cuando la desmesura pone también en evidencia a la oposición, que vivió hasta hoy poniendo el grito en el cielo por el desapego presidencial a los compromisos y la ausencia de formalidad y, sin embargo, luce descolocada, estridente y poco seria tras el desendeudamiento. Por una vez, la centroderecha y la izquierda dura son la cara dialéctica de la misma moneda.
Cuando la clase media empezó a mostrar señales de distanciamiento del estilo K que tanto la subyugó (al operar como un perfecto maquillaje que le permitía arrojar su culpa al océano por el encandilamiento noventista), el presidente tomó debida nota de que algo distorsionaba su diálogo sin intermediarios con la sociedad.
La dilapidación de capital político tras el airoso paseo electoral de octubre pasado fue consecuencia de un extraño proceso de autoflagelación más que una acción provocada por fuerzas exógenas a la Casa Rosada. Como esos equipos de fútbol que se aburguesan tras haber conseguido un campeonato, la escudería K se enredó en una serie de bloopers que (aunque levemente) opacó la imagen presidencial.
La coptación del tránsfuga Borocotó, los pasos de comedia en que quedó atrapado Rafael Bielsa, la despedida de Roberto Lavagna y la carnavalesca cumbre y contracumbre de Mar del Plata ubicaron a Kirchner igual que a esos alumnos que después de superar el último examen tiran los manuales de estudio por la ventana.
Por encima de esos días de resaca, la espiral inflacionaria comenzó a reproducir escenas que operan en la conciencia colectiva como la corporización de los fantasmas. A puro grito, el jefe del Estado logró el objetivo: tras haber acusado a los dueños de grandes cadenas de supermercados como la corporización del mal, éstos, presurosos, concurrieron a la Casa Rosada, a ofrecer sus buenos servicios y comprometerse a elaborar una listita que congele la trepada de la canasta familiar. Lo que en un país desarrollado resultaría un fresco surrealista en la Argentina se presenta, otra vez, como un ícono del costumbrismo.
Pese a las fábulas que se escribieron y se escribirán sobre el "operativo cancelación de deuda", la rigurosidad con que Kirchner maneja los números diarios de la caja y su enorme apego al superávit fiscal (una inédita bandera de lucha para un gobierno "progresista") impiden creer que la gran decisión se ejecutó de buenas a primeras tomando por sorpresa a los dueños del mundo de las finanzas y a la flor y nata de la realpolitik.
Kirchner necesitaba dar un golpe político que lo volviera a situar como el único performer de la orquesta. Sin Lavagna ni Bielsa, el gabinete y los que ocupan cargos legislativos en el bloque oficialista están destinados a ser músicos de sesión.
Un diputado nacional contó a La Capital que el presidente, después de ver a Agustín Rossi trajinar los canales de televisión, le comentó: "Está saliendo demasiado en los medios". El titular de la bancada justicialista, lejos de bajar el perfil, se quiso comer la cancha de entrada y, en la primera sesión, de la Cámara de Diputados, les echó en cara a todos que de ahora en más había que trabajar, trabajar y trabajar. La furia que ganó a Eduardo Camaño (una especie de sanctum santorum entre sus pares) sólo pudo ser contenida por el rápido arrepentimiento que le ganó al santafesino.
La necesidad de Kirchner de ganar el centro de la escena y el estado de convulsión interna que vive el Fondo Monetario Internacional (un conglomerado que incluye a los países más desarrollados y a un enjambre de burócratas que recorren el mundo repartiendo nafta para apagar incendios) hizo que el anuncio de cancelar la deuda fuera recibido como un alivio en el organismo supranacional.
"Hoy, más allá de Turquía y otro país, el FMI quiere sacarse de encima a los Estados deudores y empezar a debatir para qué sirve esa estructura pesada y obsoleta. ¿O no se acuerda cuando George Bush le dijo a Kirchner que vaya a fondo contra los burócratas?", recuerda ante este diario un ex secretario de Hacienda que, en marzo de 2002, debió soportar las apretadas de Anoop Singh y Anne Krueger, dispuestos a auscultar hasta el monto del sueldo del empleado estatal más raso de Formosa.
Como paso posterior al análisis de la desvergonzada dirigencia argentina que aplaudió la convertibilidad de Menem, el default de Adolfo Rodríguez Saá y ahora el desendeudamiento de Kirchner (una claque similar a la de los reidores a sueldo de los horrendos programas cómicos de la televisión nativa), debe formularse una pregunta: ¿qué hubieran dicho las capillas progres que enrojecieron sus manos de tanto aplaudir el anuncio K, si esa misma medida hubiera sido tomada por los destinatarios de su ira "noventofóbica"?
Vale poner en conocimiento de los lectores la catarsis ensayada ante La Capital en julio de 2003 por un dirigente que hubiera sido presidente con decir simplemente "sí". Apesadumbrado, con barba de dos días y una depresión más que evidente, el dirigente admitía que "ese no era su tiempo" y daba razones para justificar su negativa a calzarse el buzo de candidato presidencial: "La sociedad argentina quiere blanquearse; los empresarios desean darse una ducha de izquierda y nadie entiende que para empezar de cero se debe apostar al superávit fiscal, a atraer inversiones y a pagar la deuda. Pero esto se logra con sangre sudor y lágrimas e interviniendo la provincia de Buenos Aires, flor y nata de todos los males".
Cuando el cronista le preguntó por qué no se atrevía a hacerlo, el hoy más que nunca silencioso dirigente soltó una explicación que en ese momento sonó trivial. "Si tras mi asunción decidimos pagarles a los organismos o nos condonan la deuda, al otro día los medios progresistas hablan de que nació un gobierno entreguista", dijo el hombre, rompiendo su habitual parquedad.
Kirchner tenía el mismo diagnóstico. Venía de ser un gobernador pragmático en Santa Cruz, donde se sentó en la caja y no permitió que su provincia se inundara de bonos basura. Le dijo que "sí" a Eduardo Duhalde y, una vez que se apoderó de los atributos del mando, trazó tres líneas maestras: atraer al progresismo urbano poniendo como primeros enemigos a los violadores de derechos humanos, aplicar su estrategia de campaña permanente y, finalmente, sacar de la cancha a quien había sido su padrino. Todos los objetivos fueron cumplidos.
El presidente es también hoy su propio ministro de Economía y ya no tendrá razones pulimentadas para acusar al Fondo de ponerle piedras en el zapato. Sus responsabilidades serán mayores en un escenario donde el desempleo (cuya reducción es meritoria aunque dudoso el índice oficial del 10%), la indigencia, la distribución de la riqueza y algunas variables económicas son nubes que se posan recortadas en el horizonte.
Cuenta a su favor con una oposición irrelevante y fragmentada, además de un oficialismo que cumple a rajatabla las leyes no escritas del peronismo: "El que gobierna manda, y al que manda se lo reverencia".
Los que intentan tener cierto vuelo propio son rápidamente mandados al último lugar de la fila. Y si no que lo diga Bielsa.
"¿Sabe qué pasa? La Cámara de Diputados es como la Cárcel de Caseros: primero siempre violan a los más famosos", confió una fuente con más de una década recorriendo los ámbitos parlamentarios.
La superficie no muestra otra cosa que las repercusiones por la trascendente decisión tomada, las especulaciones sobre el valor del dólar y la real incidencia del pronto pago en la vida cotidiana de los argentinos.
Pocos se percatan de la cercanía de una fecha emblemática (20 de diciembre), de la incipiente movilización de desocupados que vuelven a ganar las calles por estas horas, del abrumador número de trabajadores en negro que en algunos años más ni siquiera tendrán una jubilación misérrima y del ejército de desempleados que apenas reciben 150 pesos y tienen que resistir la tentación de ser aupados por el más abyecto de los clientelismos.
"Me voy a ir en el 2005 habiendo solucionado estos problemas y dejando un país mejor. La medalla de bronce ya está, ahora vamos por la historia", se le escuchó decir a Kirchner, mientras el Salón Blanco de la Casa Rosada se transformaba, el jueves, en un besamanos.
Ahora el sureño dispone de todo el poder, pero también de la máxima responsabilidad.
Los chivos expiatorios regresaron al corral.
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