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domingo,
18 de
diciembre de
2005 |
El ex rugbier que se
enamoró de las pesas
Un joven porteño de 25 años obsesionado por el gimnasio que buscó ayuda en Aluba (Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia) de Capital Federal contó cómo modificó su alimentación, indumentaria y hábitos para aumentar su musculatura, a lo que sumó el consumo de anabólicos. "Mi pasión por el gimnasio empezó a los 19 años, cuando mi instructor de rugby me sugirió que fuera al gimnasio para poder seguir jugando", comentó.
Al principio, lo tomó como un complemento de ese deporte, pero luego se "enamoró de las pesas", dijo, y dejó el rugby, aunque el paso hacia la obsesión comenzó con los "piropos" de quienes lo rodeaban, del tipo "estás re groso", "qué caños".
Mientras subían los kilogramos en sus barras y mancuernas, "cada vez admiraba más a los fisicoculturistas y soñaba despierto con llegar a ser tan grande como ellos". "Indagué todo lo relacionado con métodos de entrenamiento, nutrición, suplementación, esteroides anabolizantes y lo que tuviera a mano para desarrollarme lo más que pudiera", explicó.
En su alimentación dio prioridad a las proteínas e hidratos de carbono, los "encargados de desarrollar la masa muscular y dar combustible al cuerpo", y "lo prohibido era la comida chatarra, y si me tentaba, la culpa me duraba por los siglos de los siglos".
Entre sus enemigos mencionó al espejo: "En algunos me veía flaco, en otros más grandote, y en otros literalmente gordo".
Sobre la ropa, contó: "De vestirme de la manera más común y corriente posible, me vestía totalmente ajustado con remeras y pantalones que marcaran lo mejor posible mi musculatura".
Su anhelo supremo era conseguir esteroides anabolizantes y no le importaban en absoluto sus efectos secundarios, porque "lo único que deseaba era ser enorme muscularmente", aseguró.
Así fue que "no había esteroide del cual no supiera su nombre, desde el Staozolol, uno de los más populares (el famoso stano) hasta el Finaplix, ignoto y, que yo sepa, inédito en Argentina".
También conocía "otras armas químicas que mis ídolos tenían a su favor: hormona del crecimiento, insulina, IGF-1, IGF-2, Eritropoyetina, Cuenbrutol, etcétera, pero también era consciente de que la mayoría no habían llegado al país y los que arribaban costaban una literal fortuna",
"El sobreentrenamiento me llevó a sufrir insomnio, a dormir dos o tres horas por día, y aún así cumplía y me entrenaba religiosamente", contó. Luego moderó la adicción "con la ayuda de la experiencia, madurez, los sabios y sanos consejos, mediante un buen entorno, por haberme recibido de instructor en musculación y culturismo, personal trainer y nutricionismo deportivo y el apoyo familiar".
"Me pude dar cuenta de que este hermoso deporte puede beneficiosamente transformarse en una pasión, lo que no significa que deba ser una obsesión".
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