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jueves,
15 de
diciembre de
2005 |
Tiempo de aburridos
Adrián Abonizio
El tipo está más aburrido que una ostra. Ya probó lo indefectible: mujeres, deportes, cultura y toxicidades varias, incluida la TV. Dedujo, resignado, que por ahí no pasaba. Sabe que lo suyo es mero aburrimiento del tonto que no encuentra motivos para vivir, y mejor. Lo suyo es, además, saturación de los demás. Ve pasar los gordos con valijas, eficientes, peinados como para el primer día de clase, para ganarse el jornal de sus vidas desesperadas. Ve pasar los otros, elegantes y suntuosos, con sus vidas módicas y con lujos prestados a sus cuevas de sediciosos. Ve pasar a las damas, cortejadas en su silencio de avispas laboriosas por una piara de galanes que las adoran, adoran sus aburrimientos de vestales pero nunca les dicen nada aburridos de la belleza aburrida de sus cuerpos perfectos de aburrimiento.
¿Y en los barrios? Ni hablar: los señores retirados manejando los autitos limpios de pobres yendo de compras al mayorista para ahorrar con sus lentes culos de botella junto a sus esposas mustias. Luego, el estudiante melancólico que lee mirando a la vez por la ventana de su casita de mármol; las charlas de entusiastas que ignoran sus vidas predecibles llenas de empeño, saturadas de olor a aceite de moto, tinta del diario en la tira deportiva, softwares, traseros de damas.
El tipo comprende una cosa tremenda: que el aburrimiento es un contagio y que se expande como una gigantesca lágrima que agrisa y hace obvio todo. El tipo quiere escapar y no sabe cómo y por dónde. Lo rodean los que juzga aburridos y él es el rey. Ultimamente ha descubierto un rayito de luz en su entendimiento que lo pone aún peor: el aburrimiento es un pecado mortal, una ofensa a Dios, una traición a la felicidad.
El tipo tiene un buen pasar de divorciado ejemplar con su renta familiar, hijos a quienes extraña y con quienes suele olvidar su mal, pero con lucidez entiende que no puede vivir aupado a ellos. Su ex esposa en nada tiene la culpa de abandonarlo por aburrido. Todo lo que hace es una excusa para no asesinar al tiempo perdido en cosas fútiles que a su vez, como en una rueda endiablada, lo hacen girar en rededor de lo mismo. Se dice que hay un extraño en su cuerpo, que lima los ángulos de sorpresa por cualquier cosa y lo sume en la tan temida ausencia de placer. Me usa de interlocutor de sus horas muertas y repasa: ha hecho escalamiento en montañas, pesca de altura, juegos de azar, avistaje de ballenas, lecturas medievales, introspección zen, meditación por la luz divina, exaltación del espíritu con disciplinas exóticas, contacto extraterrestre, mezcla swinger, aprendizaje de piano y recetas de cocina.
Usa ropa elegante, un tostado artificial y cupé negra con adolescente polarizada al tono. Ha ido a los barrios bajos y a los altos. Ha descendido a las catacumbas y subido a los tronos. Ha estado en soledad dentro de grutas y en multitudes extranjeras. Todo lo ha conocido, todo lo ha pervertido con su abulia. Necesita un trueno que lo raje en dos, una trompada del destino que logre despertarlo, un almanaque impredecible, una fe que lo desequilibre de su abroqueladas jornadas de aburrido.
El tipo me mira, está expectante con lo que le pueda sugerir. Soy para el un poeta citadino que en todo encuentra el jugo fundamental. Soy uno que lee en el agua libros abiertos; soy uno que ha hallado el mandala de la felicidad reservada, sin estridencias ni excesos. Pide compañía, una varita mágica, un deseo milagroso, una risa expectorante que marchite su pena de niño rico. Ha hecho el dinero en la demencia de los años noventa y ahora desconoce, una vez que el agua deliciosa del champán ha pasado, qué hacer con su vida.
Yo fumo en silencio y le alargo una frase larga poblada de idioteces filosóficas que a él le gustan. Luego le sugiero un arma en la sien o bien algo mejor: que abra un comedor para los que no tienen ni paladar, ni estómago ni futuro:
-Dar vida, multiplicar los panes, harán de vos un aburrido distinto. Un aburrido útil.
Me mira con sus ojos celestitos de buen alumno y responde que tal vez, que capaz, que seguramente, que a lo mejor, mientras responde un llamado a su celular de algún otro aburrido como el que le propone algún negocio con el cual matar el tiempo.
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