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 viernes, 28 de octubre de 2005  
Editorial
Importancia de un pequeño gesto

El fallecimiento de la gran activista negra Rosa Parks, considerada la madre del movimiento por los derechos civiles en EEUU, permite recordar cuál fue el acto que dio inicio a la rebelión contra la segregación racial en el país del norte: una mujer que se negó a ceder —tal cual obligaba la ley— su asiento a un blanco en el colectivo.

Lo pequeño es hermoso. Esa frase -título del conocido libro del economista alemán Ernst Friedrich Schumacher- resulta adecuada para definir múltiples circunstancias decisivas en la vida y también para graficar con precisión la importancia de un gesto acaso mínimo, pero que se erigió en el punto de partida de un giro clave en la lucha de los negros estadounidenses para obtener la plenitud de sus derechos civiles.

En 1955, cuando en el país del norte se encontraban vigentes las abominables normas jurídicas de segregación racial, una costurera afroamericana de 42 años llamada Rosa Parks -activa integrante de la "Asociación para el Progreso de la Gente de Color"- cometió un acto impensado en ese lugar y época: se negó a ceder su asiento en el colectivo a un hombre blanco que se lo había reclamado. Las leyes obligaban a los negros a levantarse obligatoriamente si un blanco se los demandaba, pero Rosa se negó: tal "audacia" le costó purgar una pena de prisión y, además, pagar una multa de 14 dólares.

La revuelta que sucedió a su escandaloso arresto fue organizada por un entonces jovencísimo Martin Luther King y se erigió en el impulso inicial de un movimiento de lucha cuyos éxitos fueron inmediatos y resonantes: en 1956, el Tribunal Supremo norteamericano declaró inconstitucional a la división de razas en medios de transporte público y ocho años más tarde, en 1964, una ley prohibió lisa y llanamente la segregación racial.

A pesar de que aún quedan notorios bolsones de racismo en los Estados Unidos -sobre todo en el sur, tan vinculado a añejas visiones conservadoras- y el camino a recorrer para suprimirlos será indudablemente largo, nadie puede dudar de los enormes progresos obtenidos en una materia tan crucial para calificar la calidad de vida de toda una sociedad.

Y para que ello ocurriera, para que en el presente millones de afroamericanos puedan disfrutar de un "statu quo" justo, una simple mujer debió negarse a ceder su asiento en el colectivo. La autora de tan pequeño, valiente y sin quererlo decisivo gesto falleció el martes pasado, a la avanzada edad de 92 años, tras una vida dedicada a la lucha.

Su ejemplo debiera servir para todos: a veces hay que decir, simplemente, no. Es el primer paso para desterrar la arbitrariedad y la injusticia.


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