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sábado,
22 de
octubre de
2005 |
Del periodismo y sus leyes
Anaclara Dalla Valle
Es muy sencillo legislar, discutir y promulgar leyes para que luego no se consuman, como suele ocurrir con esos estatutos gubernamentales, que se tornan aburridos de tanto incumplimiento. Es recurrente enterarse de falencias de la Justicia, de faltas de respeto hacia la ciudadanía. Y hasta cuando hablamos del periodismo no podemos excluir la existencia de normas en dicha profesión, las cuales deben cumplirse, éstas sí, al pie de la letra.
Este trabajo que cumple una acción social, como dijo el periodista de La Capital Orlando Verna, reúne tres importantísimas leyes, tres rotundos no: “No mentir, no ocultar, no tergiversar”.
La primera hace referencia a no ocultar la verdad, las ideas planteadas por el protagonista de la historia; la segunda implica no dar una mirada parcial de las situaciones; y la última propone no cambiar las cosas, variar o modificar el sentido de lo que se dice.
Es asombrosamente llamativa la rigurosidad de las mismas, puesto que determina la consonancia de muchos factores externos. Por supuesto que la certeza con la que deben cumplirse es extrema; es decir “si no las cumplimos perdemos credibilidad, y eso significa perder público, y perder nuestro diario”, aseguró entre aplausos Orlando Verna.
Es para destacar que el trabajo constante del periodista requiere de una ética imperante, de una conciencia grupal y colectiva de la moral, y naturalmente de mucho sentido crítico y responsabilidad. Es decir, el objetivo de estos trabajadores, arduos observadores de lo cotidiano, es construir la verdad mediante la opinión pública, de reproducir lo que ocurre tal cual sucede, y eso requiere mucho compromiso.
Compromiso con la gente, con el hecho, con su trabajo y con sus leyes. Sí, porque hasta el periodismo, el arte de contar, de traspasar la realidad, tiene sus leyes, y esas están irremediablemente vigentes, y cabe aclarar, son indiscutibles.
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