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 martes, 11 de octubre de 2005  
Reflexiones
La desconfianza no tiene mes

Aníbal Faccendini (*)

La confianza, entre muchos significados, es la creencia en alguien o en algo. Es decir, se cuenta con la fianza que las expectativas hacia determinadas geografías sociales, temporales y vivenciales serán cumplidas. En definitiva se trata de nulificar toda posibilidad divorcial entre lo que escuchamos y lo que vemos, entre lo que nos prometen y lo que cumplen. Cuanto más abismal es ese divorcio, más embargada estará la confianza por la traición. La desconfianza es parida por la traición. Y nuestra decepción por lo que creímos es su mayor tributación.

Para el metabolismo básico de toda sociedad, aun en los distintos paradigmas sistémicos, la confianza y el crédito son vitales. Una sociedad civil sin confianza se convierte en una entidad atomizada e inundada por la injusticia social.

Hay un mes, septiembre, que sin tiempo es paradigma, para decirlo de algún modo, de la desconfianza. Esos treinta días, tan cerca de la primavera y tan lejos de Dios, tan cerca del sol y tan lejos de los sueños -salvando excepciones- han sido generadores de desconfianzas. Ese mes, ha traicionado a la flor. Así, el 17 de septiembre de 1861, en la batalla de Pavón, nace el país desintegrado bajo la dominación de los factores económicos de la provincia de Buenos Aires. La batalla por un país federal integrado termina derrotado por Urquiza, cuando tendría que haberlo conducido a la victoria.

Lo que en la confrontación los riesgos a correr son probabilidades, en la traición son certezas. La génesis del país de Pavón fue la traición. Se es atrozmente vulnerable frente a ella. Así nos lo muestra la masacre de Cañada de Gómez, donde los soldados federales son asesinados a degüello por las tropas porteñas. La traición se había consolidado. La desconfianza era para los derrotados, y a la victoria los ganadores se la habían llevado.

El 6 de septiembre de 1930 cae por el filo de una mala espada y por la traidora hora el gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen, víctima de un golpe de Estado iniciador de la decadencia institucional. Comenzaba la traición a la primigenia gestión de inclusión social y política. El 16 de septiembre de 1955 el sangriento golpe de Estado al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón venía a golpear la Constitución nacional de 1949, la participación y los derechos sociales, económicos y culturales. Estos golpes de Estado vinieron a jaquear la síntesis de conquistas sociales por las que lucharon, entre otros, Hipólito Yrigoyen, Juan B. Justo y Juan D. Perón.

En septiembre también de 1976, la dictadura militar secuestra y asesina a estudiantes de la ciudad de La Plata, que estaban luchando por el medio boleto estudiantil. El genocida golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, con los treinta mil desaparecidos, marcó y marca en el espíritu de la ciudadanía una profunda desconfianza.

El Estado terrorista se funda, entre otras cuestiones, en la traición al estado de derecho, a los derechos humanos y al bien común. El Estado terrorista es parido por un solo demonio: el golpe de Estado criminal a los intereses de las mayorías populares.

En toda sociedad, siempre ha existido niveles de no confianza, pero cuando ésta se desregula, esto es, que se produce su anegamiento en el cuerpo social, hace que todos estemos bajo sospecha, evitando poder abordar los verdaderos problemas que como sociedad nos aquejan.

El promotor de confianza y por ende de crédito debe ser el Estado. La construcción de ella requiere la revaluación de la palabra y de urgente equidad social en la distribución de la riqueza. La pobreza y la indigencia son multiplicadores de desconfianzas, ignorancias y violencias sociales.

No existe razón para que un ciudadano excluido tenga que confiar en el Estado cuando lo único que le brinda es el desamparo. Una nación, como comunidad, empieza a tener destino cuando existen confianzas básicas hacia las instituciones estatales. El Estado debe exorcizar las sospechas que pesan sobre él para que se cancele la certeza de la incertidumbre. Tiene que cumplir con los derechos de los maestros, los derechos humanos, a la salud, al trabajo, de los usuarios respecto a los servicios públicos privatizados, protegiendo sus intereses.

También debería realizar el traslado del Congreso de la Nación a Rosario y de la Corte Suprema de Justicia de la Nación a otro lugar del país, para así empezar a federalizar la Argentina. Estas medidas, entre otras, son necesarias para que nos devuelvan la confianza. Porque es evidente que aún nos deben la primavera.

(*) Abogado, presidente de la Asamblea por los Derechos Sociales


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