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lunes,
03 de
octubre de
2005 |
Editorial
Balas contra la inmigración
Acosados por el hambre y las enfermedades, miles de habitantes de Africa procuran diariamente ingresar a Europa. Pero la respuesta del nuevo destino lejos está de la comprensión y la tolerancia. Prueba de ello fue la matanza de cinco inmigrantes en un enclave español en Marruecos.
Africa, un continente sistemáticamente olvidado, ocupa por estos días un lugar en la opinión pública internacional a raíz de la muerte a balazos de cinco inmigrantes que procuraban ingresar en los enclaves españoles en Marruecos. Lamentablemente, la noticia no trasciende por el valor y dolor de esas vidas perdidas, sino por la posibilidad de que hayan sido las patrullas fronterizas de España las que dispararon contra medio millar de personas desesperadas por el hambre, intentando traspasar la alambrada que divide a los dos países. Una cortina que expone con toda elocuencia, y sin margen para negarse a reconocerla, la tremenda desigualdad que existe entre los países desarrollados y el tercer mundo. De un lado se vive con un ingreso anual de 20 mil dólares y del otro con uno por día.
Si se acudiese a las cifras, Africa debería estar en la agenda de las grandes cadenas de noticias permanentemente; porque el número de muertos por enfrentamientos entre etnias, enfermedades endémicas o hacinamientos, por citar solo algunas causas, supera todos los días los cánones de lo que merece reflejarse periodísticamente. Y no se trata sólo de una responsabilidad de los medios, sino de lo que establecen como prioritario aquellas instituciones públicas o privadas que cuentan con resortes económicos y políticos suficientes para revertir el drama o al menos prestarle debida atención.
El flujo de inmigrantes de los países pobres avanza casi al mismo ritmo del crecimiento de las economías de los países ricos. Pero a estos últimos sólo parece preocuparles establecer leyes rígidas contra la inmigración indocumentada o sin contrato de trabajo. Por momentos, la sensibilidad de los parlamentos o jefes de estado suele alterarse con algún movimiento ecuménico (tal como ocurrió hace unos meses con la jornada Live 8, músicos contra la pobreza), pero luego de cumplir con las formalidades retornan a otras exigencias estratégicas. Tal vez confiando en que sus fuerzas de seguridad lograrán mantener en el límite por largo tiempo a millones de personas dispuestas al peor de los sacrificios para sobrevivir.
Se trata de un gran malentendido, de una interpretación de los hechos imbuida de profunda irracionalidad y desprecio por los derechos humanos. Nada menos que allí, en esas democracias, donde tanta exhibición se suele hacer de las garantías individuales y sociales. Europa tiene una gran deuda pendiente con Africa, al igual que los Estados Unidos con los países más pobres de América latina. Ayudar a resolver los problemas más acuciantes y sin especulaciones políticas, sería una forma de detener las corrientes migratorias, evitar conflictos internos y permitir a los habitantes del tercer mundo crecer y morir dignamente en la tierra donde nacieron. Una reivindicación tan elemental como humana, pero que ya avanzado el nuevo siglo nada hace suponer que se garantizará a corto plazo.
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