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 domingo, 25 de septiembre de 2005  
Travesía en Mendoza: Noches de hielo
Dos andinistas rosarinos junto a un fotógrafo de La Capital, treparon a las montañas mendocinas para cumplir el sueño de dormir en un iglú. Una jornada completa de caminatas, trabajo y desafíos, en imágenes

Sebastián Suárez Meccia / La Capital

A través de los siglos el hombre ha intentado protegerse de la intemperie. A contrapelo del desarrollo tecnológico, un fotógrafo de La Capital compartió con dos montañistas rosarinos una travesía invernal por las altas cumbres mendocinas con la única finalidad de pasar la noche en un iglú construido por ellos. El grupo se completaba con Edgardo Clemente, de Mountain Group, y Luis Olguín, un andinista que trabaja como chofer de larga distancia.

La expedición partió de Rosario una noche de domingo, rumbo a las cumbres andinas. El lunes, a la hora de los tamberos, los expedicionarios desayunaron opíparamente. Antes de partir hacia la montaña alquilaron algunos de los implementos técnicos indispensables: botas rígidas, bastones y raquetas de nieve.

Al mediodía, camino hacia la precordillera, el equipo hizo una parada a la vera de un pequeño río de deshielo, en Valle del Sol. Una jarilla, arbusto típico de la zona, sirvió para hacer el fuego y luego un asadito. La parrilla la prestó un vecino gentil.

La nieve ya se mostraba frente a los ojos de los andinistas. Entonces decidieron dirigirse a Vallecito, el centro de esquí más antiguo de Cuyo.

Al atardecer, Michel, un alpinista francés, y Sandra, su esposa mendocina, recibieron cordialmente a los expedicionarios en el albergue San Bernardo. El descanso sirvió para hacer la primera noche de aclimatación en altura, a unos 2.700 metros sobre el nivel del mar.

Como en la playa

Los aventureros, que habían pasado todo el viaje pensando en el iglú, observaron cómo Julián, el hijo de la pareja que gerencia el albergue, construía uno en el patio nevado. Lo hacía de un modo tan natural como cualquier chico que levanta castillos de arena en la costa. Sin perder tiempo se unieron a la empresa.

Al alba, luego de un desayuno con muchas calorías, la expedición partió en busca del lugar ideal para establecer el campamento y comenzar a levantar el refugio de nieve.

Llegar al sitio escogido demandó cinco horas de trekking con los pies hundidos en la nieve. Para esto necesitaron botas y raquetas para caminar, bastones y piquetas en las manos cubiertas con guantes, lentes de sol para protegerse del reflejo intenso del blanco y mochilas sobre la espalda. El día acompañó con una temperatura de 2 grados bajo cero.

El grupo llegó al mediodía a La Veguita, un sitio ubicado a 3.200 metros sobre el nivel del mar. Allí comenzó la construcción de la vivienda. El trabajo incluyó también el obligado ritual de la hidratación, con nieve derretida en una pequeña pava sobre un calentador de gas butano con la que prepararon sopas instantáneas y jugos en polvo.

El trabajo de construcción del iglú consistió primero en la preparación de los ladrillos. Para ello marcaban el hielo con un serrucho y luego los desencajaban con una pala especial, de duraluminio. Con los bloques cubrieron una superficie de 4 metros cuadrados, la indispensable para cobijar a tres personas en sus respectivas bolsas de dormir. En 4 horas, el refugio estaba terminado y los albañiles, exhaustos.


Contrastes
El grupo debía preparar la cena a la intemperie antes de la caída del sol, que baja junto con la temperatura. Los integrantes de la expedición estaban contentos porque en el interior del iglú el termómetro arrojó unos alentadores 0 grado. "Ideal: ni frío ni calor", dijeron los expedicionarios al preocupado fotógrafo, emulando un conocido chiste. Cuando el sol se puso, el viento obligó a guarecerse rápidamente, aunque rehidratados y bien alimentados. Las paredes de hielo garantizaron que la temperatura no bajara de esa temperatura, pese a la lejanía del sol y la velocidad de los vientos.

Por la noche, la temperatura externa era de 18 grados bajo cero. Dentro del iglú se llegó a un pico de 2 grados con el calor del aliento. Dadas las dimensiones del refugio de nieve (2x2 metros), apenas podían estirarse, sin embargo, el calor de las bolsas de dormir (24 grados aproximadamente) hizo que pudieran descansar hasta las 8 de la mañana siguiente. En total permanecieron casi 13 horas dentro del iglú.

Con el nuevo día, el sol alentó a emprender una travesía de ascenso hasta El Salto, a 3.400 metros sobre el nivel del mar, un campamento base utilizado por todos los escaladores que intentan hacer cumbre en la Cadena del Plata. El lugar es el preámbulo ideal para animarse a la cumbre del Aconcagua. Tras tres horas de travesía invernal, los caminantes pudieron observar las cumbres de los cerros Rincón, Vallecito y el Plata.

Cuando bajaron al campamento a juntar las pertenencias descubrieron que habían recibido visitas en su ausencia: un zorrito andino había dejado sus huellas que se perdían en una quebrada.

En menos de dos horas cuesta abajo desandaron el camino recorrido y llegaron al refugio San Bernardo, donde compartieron una bebida bien caliente, que adquirió un cómplice gustito a triunfo.
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