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 domingo, 25 de septiembre de 2005  
[Lecturas]
Esquirlas de Cromañón
Ensayo. "El rock perdido: de los hippies a la cultura chabona", de Sergio Marchi. Capital Intelectual, Buenos Aires, 2005, 115 páginas, $15.

Carolina Taffoni / La Capital

De todas las heridas que dejó abiertas la tragedia de Cromañón, hay una de la que solamente se habló puertas adentro de los medios de comunicación, y bien por lo bajo: cómo afectó a los periodistas, críticos y escribidores de rock varios que 194 personas se hayan muerto en uno más de los tantos recitales que ellos iban a cubrir, donde tocaba una banda en ascenso que ya habían entrevistado o seguramente les tocaría entrevistar, y que encima el rock, como género, cultura, materia de estudio y trabajo quedara involucrado en esa cadena de corrupción y muerte.

No es secreto que mucha prensa fue acusada de "cómplice" de la tragedia, como si hubiese sido colaboracionista de cierto régimen. Algunos periodistas lo habrán hablado con el espejo, y otros, nada, pasemos a la siguiente nota. Pero del otro lado de la trama, aparecieron las voces de los que vieron en el desastre de Cromañón la gran oportunidad de hablar lo que se habían callado durante tiempo, sea por miedo, prejuicio o por la simple imposición de los medios masivos. Como una venganza que se venía rumiando con ganas, se empezó a hablar de la decadencia del rock nacional y sus nefastas consecuencias. Desde ese lugar muy preciso surge "El rock perdido: de los hippies a la cultura chabona", el último libro de Sergio Marchi, uno de los periodistas de rock más "clásicos" de la Argentina, y también uno de los más resistidos por los críticos de la camada de los 90.

Claro que se podría especular sobre el oportunismo de editar el libro apresuradamente, cuando el caso Cromañón todavía está caliente. Pero en medio de la terrible pobreza editorial que siempre caracterizó al mercado rockero argentino, donde sólo parecen publicarse biografías mediocres para fans de tal o cual banda, el proyecto de un libro que intente abordar el derrotero del rock nacional desde los cambios del público que lo consume y las circunstancias sociales que lo condicionan suena un poco más interesante.

Lástima que en "El rock perdido..." no tardan en aparecer los problemas. Demasiadas interferencias. La primera es que, viniendo de la escuela más historicista y ortodoxa del rock, Marchi depende demasiado del dato y la cronología en temas que piden de una vez una crítica analítica. Asuntos clave como la génesis del rock barrial, la degradación de la patria stone, la sociedad entre rock y fútbol, el festejo del reviente, la filosofía del aguante y la exclusión del círculo rockero ante el éxito mediático se terminan resumiendo en anécdotas, enumeración de nombres y años, adjetivación superflua y algunos racontos tipo Billiken de los últimos años de la historia del país.

Es cierto que Marchi se despacha con pocos pero fuertes argumentos para desmitificar algunos inventos del periodismo rockero de los últimos años, como un Ricky Espinosa convertido en personaje de culto o la vana intelectualización de la cumbia villera. Pero esas "tomas de posición" (de las que él mismo se ataja en el prólogo con bastante temor) parecen apenas ataques de bronca ante la agotadora editorialización que atraviesa el libro. A Marchi se le van páginas y más páginas reafirmando al rock como un valor absoluto, como una "cultura iluminadora", basada en la "honestidad intelectual", que no se merece un país empobrecido como la Argentina, y mucho menos un público que no tiene la suficiente "información" para entender las letras del Indio Solari, entre otras cosas (y para enfatizar el concepto remata el libro con una entrevista a Luis Alberto Spinetta).

Como alguna vez escribió Simon Frith, "sólo para los hippies tiene sentido el rock como proporcionador de valores". Y ahí se queda "El rock perdido...", nada más que exudando nostalgia por aquel tiempo en que el rock tenía una finalidad misionera, cuando hace ya unos 30 años quedó demostrado que ese papel era imposible de sostener para el rock, aunque siga determinando pautas sociales, culturales, y todo tipo de tendencias marketineras. Marchi insiste en la búsqueda de una suerte de "virtud moral rockera" que para él de ninguna manera se puede encontrar en el presente. En su mirada del rock como un cuerpo monolítico, sin atajos ni fisuras, no parece haber posibilidades para los cambios y la evolución, sino un único destino de rescatarse a sí mismo con apenas un par de dogmas de los años 60.

Tal vez, en el mejor de los casos, el libro funcione como disparador de algún trabajo más elaborado, con más perspectiva para el análisis y menos urgencia por dictar criterios. Y un disparador es suficiente en el contaminado ambiente del rock nacional, un campo minado donde ya nadie dispara por miedo a errar el tiro.


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