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domingo,
25 de
septiembre de
2005 |
Para beber: con etiqueta propia
Gabriela Gasparini
Hay cepas que en nuestra tierra no siempre recibieron la atención que se merecían. Con ellas suele pasar que, aunque en otros países jueguen un papel destacado dentro de la oferta vinícola, aquí históricamente se usaron para elaborar los vinos que conocemos como de mesa.
¿En qué momento empieza a ser tratada como una notable? Quizás todo comience, por ejemplo, con alguien que un día la mira con cariño, y decide que merece recibir otro tipo de cuidado, y a partir de ahí, sus vinos descuellan y ganan premios internacionales, entonces todos hablan reconociendo su potencial como si lo hubieran hecho toda la vida. O, a lo mejor, cuando se enteran de que la firma Riedel piensa en diseñar una copa especial para que sus cualidades puedan ser admiradas al máximo (por decir otra cosa).
En realidad, el momento exacto en el que se da el gran paso es imposible de puntualizar, pero cuando algunas de estas cosas pasan son bastantes los bodegueros que se dedican a atenderlas con el mismo celo que a las denominadas grandes castas. Fue lo que ocurrió con la Tempranillo. Pero, cuál es la historia de esta uva que en nuestro país se llamaba en femenino, Tempranilla, que vivió el cuento de la Cenicienta, y que antes sólo se usaba para los vinos comunes, y de pronto encabeza etiqueta propia.
Símbolo indiscutible de los vinos de La Rioja española donde integra junto con las variedades Graciana, Masuelo y Garnacha el corte más prestigioso de la región, debe su nombre a que madura más temprano que el resto de las cepas. Pero esa no es en la única zona en la que se destaca, también juega un papel importante en los caldos de la Ribera del Duero y el Penedés, entre otras. Además de en nuestro país, se cultiva en Portugal, Francia y Estados Unidos.
Recibe diferentes nombres según dónde se la siembre: Cencibel, Tinta de Toro, Tinto de Madrid, Tinta Aragonesa, Chinchillana, Escobera, Foño, Jaciuera, Negra de Mesa, Tinta de Santiago, Tinta Montereiro, Tinto Fino, Tinto del País, Ull de Llebre, Valdepeñas, Verdiell y Vid de Aranda. Muchos sitúan su origen en Borgoña y la señalan como pariente de la Pinot Noir. Según esta hipótesis, procedería de los esquejes que los monjes borgoñeses de Cluny dispersaron por los diferentes monasterios castellanos de la orden. Sin embargo es considerada como la única tinta española autóctona septentrional, y no mediterránea.
Por estos lares no es un espécimen nuevo ya que llegó allá por el siglo XVI, lo que sí se convirtió en novedoso fue el tratamiento que se le comenzó a dar años atrás cuando un visionario decidió probar qué pasaba si disminuía el rendimiento por planta que era realmente elevado, y que la privaba de sus mejores cualidades. Así se revelaron con intensidad aromas y sabores que se habían mantenido ocultos.
¿Cuáles son las particularidades de esta cepa? Los mejores vinos de esta uva se obtienen de plantaciones hechas en altura, con alta insolación y temperaturas nocturnas muy frías. Así se consiguen interesantes graduaciones alcohólicas y buena acidez. Hay que señalar que produce vinos de características muy distintas según la tierra y el clima en la que se asiente. Hace gala de taninos robustos que son uno de sus atractivos y que se redondean con rapidez. Típicos aromas de frutas rojas maduras, mermeladas, y toques de pimienta.
Se trata de un tinto con una estructura destacable que convive de buen grado con el roble que le aporta una cuota importante a su envejecimiento, y lo ayuda a convertirse en un vino de guarda. Su paso por madera le añade notas de chocolate y vainilla. Su punto flaco es ser una variedad relativamente delicada, por lo que cuando se cultiva fuera de las condiciones ideales pierde parte de su elegancia. Desde que se puso de moda se incrementaron notablemente las bodegas que lo ofrecen entre sus etiquetas, claro que con suerte diversa. Como siempre, no queda otra que probar.
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