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 viernes, 23 de septiembre de 2005  
Reflexiones
Cantar las cuarenta

Adrián Abonizio

Mi generación es una rama de la paleontología diseminada en oscuros corredores de museos a los que no asiste nadie. Una tormenta de verano secada al sol de las dictaduras. Un soplo de esperanza, violencia, redención, libros, música, sexo, drogas y armamento. Un vientecito efímero y cáustico que si no llegó a huracán fue sencillamente porque su ojo era mocho, su fuerza equívoca y en sus taleros de justicia bailoteaban verdades secas, alimento magro en proteínas.

De chicos nos recitaban a Perón; de grandes nos lo escondieron detrás de un vidrio antibalas. De todo este numen yo mastico mi resentimiento, creyendo en la literalidad de la palabra: resentimiento, un sentimiento doble; algo sentido y acentuado. A los que me escriben indignados por mi furia les comunico: soy el alter ego de mí mismo y escribo por pasión, por arrebato dictatorial y en nombre de otros. Los de mi generación, parecidos a mí, pero no iguales, han de sufrir cosas parecidas. Y los comprendo como si los hubiese parido, sólo que yo he nacido en cuna cercana y otras, que no vienen al caso, son mis patologías. Parecidas nada más.

Y aquí ejerzo mi oficio de alcahuete poético, de lenguaraz de un idioma al que no fui llamado a traducir pero amago con ímpetu. Hablo de los compatriotas de mi cuarentena larga, sus decires y vivires. Necesitan revelarse contra algo o alguien y ya no saben por dónde empezar; necesitan confianza en sí mismos y un mejor empleo. Necesitan independizarse, ser admirados por vida exótica o por hazañas costumbristas. Necesitan un dios que los amaine y una jovencita que los desnude; una casa familiar y un rancho lejano en la inmensidad del desierto; una brújula y un cometa. Algo nuevo y bueno, todo está usado. Necesitan del fervor perdido aunque desconfían de sus ganas. Necesitan del futuro pero el pasado los llama como la página de una novela de aventuras. Un poema que los desangustie o les dé piernas para cruzar el puente entre la herida, la enfermedad y su cuarentena. Necesitan creer que están al borde de algo; un descubrimiento, un enigma, una quimera cercana. A la que asirse con el denuedo y la bronca que seguramente ansía el Coyote cerrar sus dedos alrededor del Correcaminos.

No quieren morir esperando Fútbol de Primera: debe haber otra cosa que soñar un resultado. Debe haber otra amistad más cercana para compartir sin que redunde en criticar el mundo femenino o contar victorias sexuales. Debe haber un mundo triunfante en el que confiar y que anule las bellaquerías de vivir en cuotas y con miedo.

El vaga por la ciudad: es un hombre en pañales pero la cultura lo fue confinando a mostrar dientes de sable. Tiene pensamientos ridículos tales como la cantidad de espermatozoides gastados en vano y presume que precisará tanto de ellos como de sus erecciones desperdiciadas. Piensa que lo engañaron fingiéndole orgasmos, desayunos de gratitud y despedidas hipócritas para evitar la sangre. Necesita del tango que no fue escrito y de una mujer incomparable. Sueña con negocios imposibles y de rápida consumación que lo hagan pasar al frente definitivamente. Necesita humillar a quienes no creyeron en él a la vez que necesita perdonar. Necesita amores inquietantes y flirteo homosexual. Largas siestas y noches de cine. Vino caro y dientes nuevos. Auto negro y mensajes de rogativas en su contestador.

Se sorprende pensando "antes yo no era así" mientras desconfía de los felices y los plenos, creyentes en algo o en algo pero legítimos en su idiotez. Necesita no saberse un farsante que negoció con la vida y no hizo a tiempo lo que había que hacer. Oscila entre la monarquía y la anarquía. De a ratos le parece que lo mejor que pudiera ocurrir para limpiar el alma humana sería una dictadura de izquierda arrabalera y fusiladora. Luego se inclina por un reinado utópico con liturgias para elegidos y un paisaje de montañas. Se sobresalta, cree enloquecer, se refugia en el territorio neutro y bien pensante de una democracia a la que se ha jurado defender.

Necesita probar drogas, él que nunca lo hizo, pero ya es tarde y peligroso. Necesita que lo necesiten y lo absuelvan: no es tan malo y apenas egoísta; nunca tuvo una buena causa por eso no se entregó; nunca pudo concretar lo que desconocía en esencia; nunca llegó más que a esto; nunca asesinó, ni violó, ni robó y por esto, tan sólo por esto, aquí en esta tierra de criminales y mantenidos, necesita que lo quieran y lo necesiten.

Me escriben aduciendo mi resentimiento y les repito que yo no soy yo ni tampoco ellos ni tampoco nadie. La vida me depositó en el vértice invisible de mi generación y hoy me tocó escribir desde ese angulito un poco sobre ella; con la tierna arrogancia que me confiere opinar sobre los demás y que nadie lo haga sobre mí, uno que está solo y espera, otro del montón que canta sus cuarenta y que se aburre de jugar a las cartas.

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