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sábado,
17 de
septiembre de
2005 |
Testimonio
Maldita globalización
Para el arquitecto rosarino Jorge Jáuregui, el drama urbano latinoamericano actual es la ciudad partida
Aníbal Fucaraccio / Arquitecto
Jorge Jáuregui regresó a la ciudad a "beber un poco de horizontalidad". Es que este reconocido arquitecto rosarino vive asediado por la impronta erguida que ofrecen la cantidad de edificios y morros que dominan Río de Janeiro, la agitada metrópoli brasileña donde trabaja desde 1978. Allí se especializó en el complejo proceso de reurbanización que necesitan las favelas, un desafío profesional (instaurado exitosamente desde hace más de 9 años) que lo llevó a ganar numerosos premios internacionales y a desarrollar seminarios por todo el mundo.
Durante septiembre, este calificado profesional participó del sistema de cátedras libres implementado por la Facultad de Arquitectura (UNR) y creó un espacio de reflexión sobre estrategias de articulación urbana.
Para Jáuregui, la "ciudad partida" es el gran drama latinoamericano actual. "Eso es producto de la globalización, que de un lado conecta, acerca y produce cohesión pero tiene como contrapartida el aumento de la periferia, la exclusión y la expansión descontrolada de las ciudades. Eso es una consecuencia de este proceso que otorga mucha libertad para los capitales y poca para las personas", señaló.
-¿Rosario tiene grandes desigualdades?
-Son mucho menores que las de Río. Allá, el 30% de la población está excluida, son un millón de habitantes. Además, por la topografía se nota más porque los marginados están en la ladera de los morros y eso hace que estén presentes visualmente incluso dentro de las áreas privilegiadas. En Rosario, la exclusión alcanza el 15% pero generalmente está ubicada en las periferias. Salvo algunas villas que sobreviven en el entramado urbano, como la que está al lado de la Siberia, que es como un quiste que quedó sin resolver.
-¿Por qué quedan ese tipo de quistes?
-El caso de esa villa en particular es raro. Tiene escala pequeña y condiciones de integración, tanto por el lado de la facultad como del poder público. Pero históricamente fue un problema. Está la conexión con el parque Urquiza, los robos y la desconfianza que genera el lugar. Además, las condiciones físicas refuerzan la exclusión y potencian los actos de violencia. Justamente, en esta oportunidad, tomamos como objeto de reflexión esa villa lindante al CUR (Complejo Universitario Rosario).
-¿Qué postura habría que adoptar con los asentamientos irregulares que quedaron en el medio de la ciudad? ¿Hay que mejorarles los servicios y la infraestructura o hay que reubicarlos?
-Como regla general se trata siempre de mejorar los servicios, de urbanizar lo que ya está porque es un derecho adquirido. Hay villas en Río que tienen 50 ó 60 años de instaladas. Y en Rosario hay algunas como la villa de la Siberia o la del Mangrullo que pueden cumplir el papel de articuladores entre lo popular y lo erudito. Si se organizan y estructuran en centros adecuados, bien pensados y diseñados, pueden ofrecer mercados de mano de obra y funcionar como prestadores de servicios. Eso permitiría que lo que hoy es informal devenga en un proceso formal y se integre a la ciudad sin grandes traumas.
-¿Existen razones éticas para la reubicación?
-El urbanismo debe brindar alternativas que no signifiquen la erradicación. Ese traslado se da siempre hacia lugares más distantes, que corta lazos sociales y que interrumpe relaciones existentes, positivas y negativas. Además, hay que aprovechar las inversiones ya hechas y no existen razones morales que puedan justificar una reubicación. La renta no es una razón éticamente sustentable. Y se puede hacer una buena ciudad, democrática e integrada, incluyendo zonas populares en el medio de sectores de altos recursos.
-¿Cuáles son las pautas a seguir para que esos sectores dejen de parecer amenazadores para el resto de la sociedad?
-Esa es una cuestión que se instaló en el imaginario de la clase media argentina. Esos sectores son amenazadores porque son excluidos y precisan sentirse incluidos. A veces la exclusión retorna de la peor forma, como amenaza o violencia. Debería haber una política pública inteligente que parta de la lectura de la estructura de cada lugar, de su lógica, de sus relaciones internas, sus conexiones externas y que potencie lo positivo y minimice lo negativo a través de elementos urbanos. Eso funcionó en Río, donde el problema es mucho más complicado que acá.
-¿En qué deberían consistir esas políticas públicas?
-Hay que transformar estos lugares en especies de ágoras o mercados de servicios, que tengan lugares de encuentro, con partes cubiertas y otras descubiertas, donde el trabajo, la educación, los servicios y las fiestas puedan funcionar. Eso puede actuar como elemento de atracción de urbanidad, sociabilidad y convivencia; y harían que lo que hoy aparece amenazador pueda encontrar puntos de contacto y transforme los imaginarios, desmonte las ideologías y haga una ecología mental.
-Rosario, como todo gran núcleo urbano, sigue atrayendo sectores marginales de otros lugares. A la hora de crear vivienda social, ¿cómo ves lo que se está haciendo?
-En Argentina se hace lo mismo que en el resto de América latina que es construir vivienda. Y eso no significa construir ciudad. Hay que edificar toda la dimensión pública de la vida en conjunto, espacios públicos, las calles, los servicios, el equipamiento, guarderías, escuelas, puestos de salud, centros culturales y de capacitación. Debe haber también plazas de articulación interna comunitarias y plazas de articulación externa para vincularse con el entorno. A través de eso se puede cimentar una estructura urbana que define las partes que conforman una comunidad.
-Rosario está por recibir, a través de un plan de viviendas nacional, casi 4 mil unidades. ¿Qué se debería hacer?
-No hay que hacer un apilamiento de casitas y de gente como se hace habitualmente en los suburbios. Eso se da porque no siempre existe un concepto de ciudad, entonces realizan el trazado infraestructural. Eso está mal. Además, por la ubicación que se le va a dar a esas viviendas, en donde se incluyen zonas de campo, viveros y paisaje, se podría articular de una mejor manera lo rural y lo urbano. Eso puede ofrecer un nuevo estilo de vida que la gente aún pretende.
-¿Cómo se debería hacer ciudad en este caso?
-Se debe tener en cuenta todo lo que hace a la vida en conjunto y eso incluye a la vivienda. Se debe tender a construir la fachada urbana con las residencias y tener puntos singulares que serían los equipamientos de servicio que son los que congregan y tienen la dimensión para albergar lo comunitario. Entonces estaría lo individual que es la vivienda (que puede ser horizontal o vertical) y otros equipamientos como la calle, la vereda y los centros de convivencia que son el aglutinante urbano. Y la ciudad funciona precisamente por la diversidad y riqueza de funciones que tiene la planta baja.
-¿Rosario está ante una gran oportunidad?
-Estas 4 mil viviendas que se van a construir son una excelente oportunidad de pensar -en escala urbana- la construcción de ciudad y no la construcción de casas. Las viviendas deben ser un mero pretexto para hacer ciudad. Y hay una función didáctica en esta práctica urbana porque construyendo ciudad se puede mostrar a los otros lo que tienen derecho a desear y durante mucho tiempo no lo podían saber.
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