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 domingo, 11 de septiembre de 2005  
[Nota de tapa] Para decir en voz alta
"El que no lee poesía carga con un velo"
El miércoles próximo comienza una nueva edición del festival de poesía de rosario. Seis de los poetas invitados cuentan qué esperan del encuentro, sus experiencias previas y los secretos de una buena lectura

Alejandro Archain

Fundamentalmente me entusiasma el contacto con otros poetas. No sólo con respecto a sus escrituras, sino lo que significa estar en contacto, conocerlos y compartir la experiencia del Festival. Sin duda se podrán dar muchas otras cosas, pero no las pienso ni me las propongo. Prefiero darle la oportunidad a las cosas para que sucedan. Una vez allá, sin duda se irán produciendo encuentros, afinidades, diferencias y todo lo que puede surgir cuando se encara la experiencia con la apertura necesaria. Por lo general un encuentro casual y de algunos minutos no permite saber nada del otro, y ese otro, otro poético y otro humano es el que tiene mejores posibilidades de aparecer cuando tenemos más tiempo y compartimos las horas.

La lectura en público no es nada fácil. No se trata de abrir el libro o tomar una hoja y leer como si uno estuviera solo y le bastara un susurro para recorrer las palabras. Creo que hace falta entusiasmo y convencimiento en lo que uno está haciendo, conectarse con el texto y sentirlo. Si disfruta el que lee, seguramente también lo hará el que escucha, el placer es fundamental. En cuanto a modelos, me gusta mucho la lectura acompañada con música, es una combinación que funciona muy bien y hace que ambas cosas se potencien.

La peor experiencia fue hace ya muchos años. Leía en una sala de Buenos Aires y por algún motivo que no recuerdo estaba muy nervioso.En la primera fila había tres o cuatro personas que mientras yo leía hablaban entre ellas y se reían. Seguramente la risa no tenía nada que ver con mi poesía, pero los nervios (junto con la bronca) fueron en aumento, transformando la lectura en algo muy desagradable. Pensé que les diría algo al final, pero no lo hice. La mejor fue hace muy poco en un ciclo que se hizo en Resistencia, Chaco. Yo pensaba que tal vez no iría nadie. Hacía un frío de morirse, era pleno invierno y no creo que mis libros sean muy conocidos por el Chaco. Sin embargo, tuve un auditorio entusiasta, con muy buena cantidad de gente y la lectura salió muy bien. Fue muy reconfortante ver cómo la gente se iba metiendo en la propuesta. Yo había hecho más de mil kilómetros para leer unos poemas, y sentí que el entusiasmo con que lo hice llegó.


MARIO ARTECA
Me da la impresión que un evento como éste rearma la estructura de cada poeta. La posibilidad de contactarse con otras lecturas es fundamental para un trabajo tan solitario como el nuestro. Después de un Festival como el de Rosario seguramente tendré la impresión de llevarme una carga tan fuerte, que buscaría en mi biblioteca la energía necesaria para emparentarla. Tras un evento así, los libros queridos se vuelven insuficientes y necesarios a la vez, y la experiencia de haber leído y escuchado a otros poetas, dará la dimensión de proximidad que tanto hace falta en un escritor.

Supongo que, de existir un secreto (cuestión que dudo) es el de encontrar en la voz la misma respiración con la que se escribieron los poemas. No siempre se da. Un poeta puede caer en la posibilidad de ser otro poeta quien recita, descubrirse en un mundo donde la voz desmiente las inflexiones adheridas a la escritura. Acercarse a esa primera voz es la tarea en el recital. Por lo pronto, no tengo modelos concretos. Me interesa cómo lee Carrera, tan pausado, tan hondo, tan claro, tan afectivo. También Tamara Kamenszain, una voz siempre peculiar en nuestras letras.

Contrariamente a lo que muchos dicen, la peor experiencia no fue leer con poco público o que no aplaudieran un solo poema (ha sucedido, sucede, claro), sino haberme perdido en mi propia lectura. Falta de concentración, de ganas, de convencimiento. La experiencia de la lectura de poemas es una pequeña poética de tonos, concentrada en quince minutos. Quien lee se desnuda en un lapso tan breve, que apenas si tiene tiempo de mostrar cuánto vale para uno su trabajo. Por otra parte, la mejor experiencia es, siempre, el final de la lectura, cuando alguien, a quien nunca conoció en su vida, se le acerca y le dice: "me gustó lo tuyo". No importa si es real el comentario, pero el acercamiento, sí, qué duda cabe.


RUBÉN E. GÓMEZ
Un Festival de Poesía sirve para que todos los que amamos a la poesía nos encontremos en un mismo espacio y la disfrutemos, sepamos sobre los nuevos autores, indaguemos sobre las tendencias e intentemos buscar soluciones para la problemática que implica ser poeta en el sur del mundo. Es un espacio de intercambio y un oasis en el desierto. El Festival Internacional de Rosario es el más importante del país y, si me apuran un poco, de Sudamérica. Creo que allí han estado todos los grandes poetas y estarán los mejores que dé el país en el futuro. La invitación por sí es un premio, es un honor, y como tal uno no espera más que estar a la altura de las circunstancias, a título personal. Creo que también voy en representación de la Patagonia y esto duplica la responsabilidad.

Hay en una buena lectura varios matices que deben tenerse en cuenta y que pueden contribuir a que sea mejor pero no hay secretos. Las pausas, el dominio de los silencios, la entonación, evitar caer en la monotonía y, en la medida de lo posible, transmitir con la voz lo que se siente. Un maestro de la lectura pública es el poeta Debrik Ankudovich, que incluso dice con los ojos. También las lecturas de Irene Gruss me han impresionado mucho por la forma en que transmite.


SILVIO MATTONI
Un festival sirve para conocer a otros poetas, para brindar, para conseguir libros que no hay en otros lugares, para darse cuenta de la rareza de la poesía. Y del Festival de Rosario espero todo eso, en cualquier orden, y quizás alguna otra cosa que no sé definir bien.

No creo que haya secretos, salvo tratar de modular bien, no apurarse, y sobre todo elegir poemas que puedan oírse, que se basten por sí mismos y que incluso sobrevivan a una atención flotante, que sigan diciendo su objeto aunque se pierdan partes en el aire y la distracción. No tengo un modelo de lectura en voz alta. Sobre todo, trato de leer lo más cerca posible de la manera en que yo entiendo el ritmo del poema. Pero hay muchos poetas que leen admirablemente, o leían, agregando mucho a sus escritos. Dos ejemplos, ya fallecidos, son Francisco Madariaga y Marosa di Giorgio. Sus voces cambiaron totalmente mi forma de leer sus obras, y suenan aún allí, rastros de la presencia que en alguna ocasión me dieron.

La mejor experiencia leyendo mis poemas fue en la escuela de mi hija que va a segundo grado, adonde me citó la maestra, quizá confundida sobre lo que querría decir la palabra "poesía". Leí dos poemas largos, en uno citaba a Hegel y hablaba de estilos arquitectónicos, pero esos treinta chicos de siete años escuchaban atentos y sabían entender: "¡está enamorado!", dijo una nena. Otro, un varoncito, me preguntó: "¿Pastiche, es una forma rara de decir pasto?" Es decir que habían registrado cada palabra, veinte páginas de poesía supuestamente intrincada, y no se les había escapado más que algo del léxico, nada del sentido. Mientras que la maestra, sin hablar, parecía seguir en esa pose de la gente que dice: "No, yo no leo poesía." Supe con alegría que la poesía siempre es legible, es primaria, y que sólo las atrofias de la vida específica, las profesiones, las máscaras, los supuestos saberes terminan poniendo una oscuridad donde no la hay. El que no lee poesía es como el que no quiere escuchar música atonal, carga con un velo que le impide percibir la música de la naturaleza. La peor experiencia me pasó en Chile en un encuentro de poetas jóvenes. Yo leía un poema con relato, y muchos oyentes chilenos, amantes de la exaltación lírica, se incomodaron. En una pausa escuché claramente una voz del público: "¡Esto es cuento, po'!" Aun así, al final, dos chilenos casi adolescentes me vinieron a saludar, con alegría, y me dijeron: "Acá nadie hace eso." De modo que lo peor después puede tener los mejores efectos.


LUIS PEREIRA
La poesía es la pobrecita señora que no logra que la reciban en casa. Los libreros abjuran de ella, "porque no se vende". Y los editores, y la gente de la televisión. Para peor, las maestras suelen poner los ojos en blanco, y pronunciar "Poesía", así con mayúscula, y hablar de ciertos poetas modernistas o de cantos a la naturaleza. Aburrido, como diría un personaje de la pantalla chica. Por lo tanto un Festival es de las pocas cosas que se puede hacer para obtener algo de módica fama, de visibilidad. El de Rosario es uno de los que mejor reconocimiento y valoración ha obtenido, entre los de este continente, o al menos de esta parte del continente, por lo que es una inmejorable oportunidad para encontrarse con algunas de las voces que hacen a la poesía latinoamericana de estos tiempos. Espero eso, conocer gente, poetas y poetisas, espero que muchas y muchos poetas y pocas poetisas, y gente de esas que vale la pena conocer en esta historia de empeñarse en escribir cosas intrascendentes.

Por lo general me aburren las lecturas "sabihondas" de la poesía. Esas en las que el poeta se asume como alguien poseedor de una verdad revelada y que se dispone a compartirla con el resto de los mortales. Entonces, sí tengo un contramodelo, una suerte de manual de lo que no quiero escuchar en una lectura de poesía: los autoelogios, directos o disimulados, los ditirambos, la retórica del aplauso o del ombligo y del excesivo respeto al sacerdocio. Por lo regular pretendo para la "acción poética", la intervención del poema en el espacio de la oralidad, algo de tensión dramática, pero no teatro ni perfomance. Tengo un par de tipos a los que habitualmente veo leer, y a quienes admiro. Mi hermano el poeta Elder Silva, tipo floreado, que decora el atril y lee con notorias gesticulaciones, Mauricio Redolés, el chileno, que hasta puso un relato de fútbol en su poesía. El secreto, entonces, es no aburrir, y que algo suceda ahí en el escenario.


VILMA TAPIA
Todo festival de poesía es, sobre todo, un encuentro en el que se intercambian percepciones, pensamientos, sueños, propuestas, a través de los trabajos. Los festivales de poesía, son, a mi manera de ver, espacios de enunciación de esas subjetividades, de ahí su belleza y su importancia. Del Festival de Rosario espero la riqueza de ver y escuchar a -con seguridad muchos, únicos, hermosos poetas. Puesto que es un festival internacional, me imagino que también podremos reconocer algo del territorio del que cada uno llegará o que cada uno llevará a cuestas.

No creo que haya secretos ni modelos para una lectura pública. Lo importante es asistir a escuchar y a leer poesía como quien asiste a un silencioso festejo.
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El público es también protagonista del festival.

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