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domingo,
04 de
septiembre de
2005 |
[Entrevista]
"Recordar es importante, pero no es todo"
El relato vivencial se debate entre la pretensión de verdad y la cristalización, dice Beatriz Sarlo
Osvaldo Aguirre / La Capital
En "La pasión y la excepción", su libro anterior, propuso entre otros temas de discusión una certera lectura del modo en que los Montoneros relataron el secuestro y la muerte de Aramburu. Los modos de reconstrucción de los años 70, y en particular ciertos usos y la sacralización del testimonio, son ahora el eje de "Tiempo pasado: cultura de la memoria y giro subjetivo", que publica Siglo XXI Editores y llega este mes a las librerías. Beatriz Sarlo (Buenos Aires, 1942) dirige la revista Punto de Vista y ha publicado, entre otros libros, "El imperio de los sentimientos" y "Escenas de la vida posmoderna".
-¿Cómo surgió el proyecto de "Tiempo pasado"?
-"Tiempo pasado" es un libro sobre la "cultura de la memoria", una cultura contemporánea que no existe sólo en la Argentina, ni tiene que ver sólo con los crímenes de la dictadura militar. Hace por lo menos treinta años, en Europa y en Estados Unidos, se vuelve popular la idea de la conservación y la monumentalización del pasado, que se ha convertido en una especie de gigantesco parque de atracciones, en el que interviene no sólo la historia sino también, y en primer lugar, el mercado. La "cultura de la memoria" se ejerce no sólo respecto de los grandes acontecimientos, sino también de los pasados más personales, a los que se considera como fundamento de la identidad. En la Argentina, la "cultura de la memoria" tiene, como en otros países de América Latina y en Sudáfrica, una dimensión jurídica y ética, en el caso en que lo rememorado sean los años de las dictaduras militares o de gobiernos cuyos actos fueron definidos como terrorismo de Estado y crímenes contra la humanidad.
-¿Qué significaría, como propone, "someter a crítica al testimonio"?
-El testimonio ha sido fundamental para probar, en los juicios, los crímenes de los responsables del terrorismo de estado, que destruyeron toda otra forma de prueba. Esa es la dimensión jurídica irremplazable del testimonio. Pero no tiene la misma cualidad intocable cuando de lo que se trata es de reconstruir la historia política de los últimos treinta años. En esa reconstrucción, el testimonio vale tanto como otras fuentes escritas: manifiestos, documentos, material periodístico, folletos, fotografías, objetos. Y sobre todo, no quisiera pasar por alto que los recuerdos en primera persona llevan las marcas políticas e ideológicas de quien los enuncia y, en consecuencia, deben ser examinados con las mismas precauciones con que se examina cualquier discurso. No creo que los relatos en primera persona deban considerarse un lugar sagrado sobre el cual no es posible hacer un debate.
-¿Qué efectos tiene el auge del testimonio en la reflexión y el conocimiento sobre los años 70?
-Si se trata de conocer los crímenes del terrorismo de Estado, el testimonio es irremplazable. Pero si se trata de rearmar la historia política de esos años, el testimonio es sólo una fuente entre otras, y una fuente que (como sabemos desde Freud) debe ser examinada sin una confianza ingenua en que el Yo siempre dice una verdad. En realidad, lo contrario es casi tan seguro.
-Las historias de los años 70 ocupan un lugar visible en el mercado editorial: hay investigaciones periodísticas, memorias de ex militantes, estudios de historiadores. ¿No hay una demanda del público en el auge del testimonio?
-Es probable. El testimonio en primera persona da la idea, a veces engañosa, a veces acertada, de que se está frente a la cosa misma. Quizás se olvide con demasiada frecuencia que ese testimonio sobre los años setenta ha sido escrito o recogido treinta años después y, en consecuencia, que puede ser anacrónico, que puede estar condicionado por las posiciones presentes, o atravesado por el olvido voluntario o involuntario. Es curioso que, cuando se piensa en el testimonio, nunca se tome en cuenta la posibilidad de la mala fe, como si la posición del testigo implicara una purificación de toda pasión personal o política.
-Este libro aparece en una coyuntura en que el debate sobre los 70 y la investigación judicial del terrorismo de Estado están en un punto muy alto. El diario La Nación dijo en un editorial que en la década menemista hubo un esfuerzo serio por la "reconciliación". ¿Cómo puede ser leído el libro en ese marco?
-Yo no puedo controlar los marcos de lectura. Traté de escribir aquello que necesitaba para entender mejor el pasado reciente. Si se lee el libro, no se encontrará en él ninguna reivindicación de una conciliación falsa. Por el contrario, el libro se abre subrayando la importancia del testimonio en sede judicial para obtener condenas a los militares criminales. Pero la necesidad de justicia, que comparto sin ningún tipo de condición ni de límite, no puede cerrar el camino de una reflexión sobre cómo se construyen los relatos ya no sobre el terrorismo de Estado sino sobre la política revolucionaria de los años sesenta y setenta. Yo misma fui una militante de esos años, y no creo que mis recuerdos me den sencillamente la razón porque son recuerdos de una experiencia. Recordar la experiencia es importante, pero no es todo. Ni siquiera podemos estar seguros de que recordamos bien. Ni siquiera podemos estar seguros de que lo que hoy recordamos de aquel pasado no esté narrado según intereses y convicciones presentes. La primera persona no es necesariamente una garantía de verdad. Discutir estas cosas era casi imposible en los primeros años de la transición democrática. Pero han pasado casi dos décadas y creo que no es aceptable ninguna orden que indique que ciertos discursos son intocables y no pueden ser sometidos a crítica. Nadie tiene la autoridad para ordenar eso y nadie está obligado a suspender la crítica que la filosofía y la teoría han ejercido sobre el sujeto.
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Beatriz Sarlo, una voz polémica.
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