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 sábado, 03 de septiembre de 2005  
Opinión: La guerra perdida del proteccionismo

Pablo Díaz de Brito / La Capital

Ultimas e inquietantes noticias del frente textil: se ha registrado una derrota en toda la línea de las huestes europeas frente a la abrumadora ofensiva de jeans y corpiños lanzada por China. La guerra duró apenas unos meses. China le ganó en el primer round y sin esfuerzo a un contrincante viejo y sin reflejos.

Conviene aclarar, para que el jet set local no se aflija inútilmente por el destino de sus más ricos y refinados pares europeos, que no hay ningún problema para el comprador de Dolce&Gabbana y Louis Vouitton. Pero sí existe una inminente y grave carestía de calzoncillos y camisetas para las clases populares europeas. Ocurre que el proteccionismo europeo, ese monstruo que consume gran parte del presupuesto de la UE, acaba de jugarles otra mala pasada a sus presuntos beneficiarios.

Bajo la presión de los industriales textiles -en especial, franceses, italianos y españoles- la Comisión Europea de Durao Barroso y el comisario para el comercio Peter Mandelson decretó un cupo anual para frenar la "invasión china", verificada luego del vencimiento, el 1º de enero último, de un acuerdo internacional que duró 18 años, conocido como Multifibras. Se supone que semejante período debía ser más que suficiente para que los industriales europeos se adaptaran a la competencia china, pero a apenas 4 meses de finalizado el acuerdo tiraron la toalla e hicieron algo en lo que sí son imbatibles: ir a golpear las puertas de sus gobiernos y de Bruselas en busca de protección, de más protección. Recibieron un rápido sí, por supuesto.

Pero surgió otro problema: los inefables tecnócratas olvidaron, al momento de calcular apresuradamente los cupos que se impondrían a los malignos chinos, los muchos contratos ya firmados y con mercaderías en tránsito, que ahora se acumulan en los puertos europeos. Envíos con los que contaban a su vez las tiendas europeas para abastecer a sus necesitados clientes.

Resultado: las invasoras prendas del Celeste Imperio fueron bloqueadas heroicamente, pero los europeos de a pie no tienen con qué vestirse a las puertas del otoño.

Avergonzados, Mandelson y los suyos enviaron a toda prisa a Pekín una misión con una nueva propuesta: dejarían ingresar más mercaderías en 2005 pero las descontarían del cupo asignado a 2006. Pero se encontraron con un nuevo problema: la negativa seca de los mandarines comunistas (?), que se dieron cuenta que tienen la sartén por el mango en esto de proveer a la humanidad de camisas y bombachas a costos imbatibles.

Más allá de los detalles irrisorios, todo el episodio revela la desesperación de una Europa cada vez más conservadora y menos competitiva frente al imparable avance asiático (no sólo chino). Que figuras como Mandelson y Durao Barroso, representantes, se supone, de lo mejor del liberalismo europeo, hayan hecho este papelón proteccionista sólo se explica ante la necesidad compulsiva de dar respuestas a una sociedad y a un empresariado habituados por décadas a barreras, subsidios, cupos y aranceles prohibitivos. El problema con Europa parece ser que esta organización proteccionista y corporativa excede ampliamente a la agricultura y los textiles y alcanza a todas las actividades, en distinto grado. Y que, claramente, este esquema, tan típico de la posguerra, resulta totalmente anacrónico y perdedor ante la globalización.
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