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 domingo, 21 de agosto de 2005  
Finlandia
"Los finlandeses no pueden vivir en la ciudad"
Relatos de una rosarina que pasó casi un año en el país del norte europeo. Costumbres de los herederos de Laponia

Dos detalles que podrían verse minúsculos ante las diferencias entre Argentina y Finlandia llevaron a la rosarina Natalia Zitarosa a elegir ese país montado al Polo Norte como destino para hacer un intercambio cultural: que todo el mundo se quita los zapatos para entrar a las casas y que la formalidad impregna las rutinas de la cultura finesa. Natalia pasó once meses y tres semanas perfectamente contabilizadas en la ciudad de Pori, al sur del país, como "hija" de una familia local. El país de Papá Noel la hechizó. La frontalidad de sus habitantes, la relación que mantienen con la naturaleza y la cultura del sauna, una costumbre de la cual le cuesta desprenderse.

"Te sacás los zapatos para entrar a una casa y son muy particulares para todos los detalles. Los fines de semana -contó Natalia- se comía con velas, se arreglaba la mesa, cosas que acá no tenemos y allí se plantean porqué no hacerlas si son lindas y no cuestan nada. Yo quise vivir un año con todo eso".

Natalia viajó por la agencia de intercambios AFS (www.afs.org.ar). Ni siquiera en esa red había muchos antecedentes de haber elegido Finlandia como país de destino. Así que no tuvo ningún entrenamiento en el lenguaje finés, que sólo comparte raíces con el estoniano y el húngaro. Su condición de no turista la puso en un sitio particular: no le hablaban en otra lengua que en finés, idioma que alcanzó a manejar después de cinco meses. Natalia es coordinadora de AFS y asegura que la mayoría de los estudiantes que llegan a Argentina o países como Inglaterra y Francia, aprenden el idioma en un trimestre.

Pori, donde vivió Natalia, es una ciudad de unos 80 mil habitantes. Ocupa un lugar en la franja de grandes ciudades detrás de la capital, Helsinki - que con sus alrededores suma un millón de pobladores- y Turku, una de las ciudades antiguas y más turísticas del país, que suma unas 200 mil. Finlandia entera no tiene más de 5 millones de habitantes, y el 70 por ciento de ellos vive en el sur del país.

Pero "los finlandeses no pueden vivir en la ciudad - constató Natalia-. Les gusta vivir en la naturaleza, con bosque afuera y un lago cerca. A las ciudades, sólo van a trabajar" y que todas las familias tienen "un barco o una casa de fin de semana". Su familia tenía un barco, en el que conoció una cantidad de islas a las que iban.... al sauna.


El sauna
El sauna es un cuarto de madera que es el centro de las casas. Su corazón es una estufa a leña en la que se calientan piedras, que al ser regadas con agua suman vapor al ambiente. A veces, al agua se le agregan aceites o ramas de árboles en las paredes para perfumar el baño.

El ritual del sauna es cotidiano en todas las casas, una media hora al final del día. La única excepción es que la casa reciba visitas. "El sauna es lo único que limpia bien, porque -y otra vez imita las explicaciones que escuchó en su viaje- abre los poros, quita las células muertas, limpia las impurezas-. El tiempo del sauna es excusa para relajarse y beber, porque la temperatura adentro es de 70 o más grados centígrados. "Siempre se llevan una cervecita. Van al sauna, salen a tomar algo afuera y vuelven". Afuera es el patio, ya que todos los saunas se comunican con el jardín.

"En invierno vas al sauna, salís a revolcarte un ratito en la nieve y volvés a entrar. En ese caso, la cerveza espera en la nieve", cuenta entre exclamaciones que apelan a la hermosura de la costumbre. Ese ritual es rutina diaria en todas las casas, en los lugares de alojamiento y hasta en las islas.

Miles de islotes cercan el país y en los finlandeses, el sauna se reserva, como en los hoteles, por hora. En invierno, con temperaturas de 10 a 15 grados bajo cero, se complementa con los baños en el mar congelado, y el agua a 5 grados bajo cero. En su primera experiencia, Natalia eligió el agua helada primero. "Vas a nadar en bikini y medias, porque si no los pies se te pegan en el hielo. No podés meter la cabeza en el agua porque hace mal. Ahí olvidate de hablar o pensar, porque el frío no te deja". De todos modos, cree que lo más duro no es entrar al agua sino salir. "Con el cambio de temperatura sentí mil agujitas clavándose en todo el cuerpo".

La salida es bienvenida para el grupo que quedó en el sauna, ya que libera un agujero para ir a nadar. Es que para llegar al agua hay que perforar primero la capa de hielo que la cubre. Se hace con un enorme artefacto con forma de tirabuzón con el que se realizan varias perforaciones hasta romper un círculo en el que pueda entrar una persona, o una caña. Porque la misma tarea se realiza para pescar.

La cultura finesa, aunque liberal, mantiene formalismos que contrastan con las costumbres argentinas. "Para ir a la casa de mis abuelos, que vivían al lado, teníamos que llamar por teléfono". La recepción era pautada para el día siguiente, cuando el hogar se vestía de fiesta para la bienvenida y las mesas rebozaban de comidas deliciosas.

Junto a la formalidad en su año de vida allí, Natalia destaca la organización que sustenta a la vez ese modo de vida. Los chicos eligen desde muy jóvenes la vajilla y electrodomésticos que les gustan para su casa y que reciben como regalos de cumpleaños durante toda la vida. A partir de los 12 años tienen empleos de verano -como repartidores de diarios, telefonistas, o cuida niños en otros países- para juntar ahorros. Al finalizar la escuela todos se mudan a su propia casa sin preocupaciones por el equipamiento. "Allá no existe la idea de comprar vajilla de ocasión. No lo conciben porque pueden tener las porcelanas que le gustaron y los cristales -que son de excelente calidad- y que eligieron para ese momento".

Toda esa belleza a la que puede acceder la amplia mayoría se sustenta en una realidad también muy contrastante con la argentina. En Pori, donde vivió Natalia, sólo había dos personas desocupadas. En ese aspecto, la desorientada era Natalia. Si eran dos nomás, preguntaba, ¿porqué no hacían algo para resolverles el problema?

Al revés, a su familia finesa le costaba entender porqué Natalia no mostraba anonadamiento ante las casas humildes que la televisión mostraba en el vecino país de Rusia. "No podían entender que acá existiera un nivel similar de pobreza. Para ellos es imposible pensar que una familia no pueda pintar la casa, creen que puede ser pobre, pero más linda. No conciben que haya gente que no tiene recursos para comer".

El Estado asegura en Finlandia la educación y la comida de los estudiantes hasta el ingreso a la universidad, o la finalización de lo que aquí sería el polimodal. Todas las escuelas son públicas, no existen las privadas, e incluyen las actividades extracurriculares que los chicos quieran hacer. Si van a idiomas, tecnología o deportes, lo hacen en la escuela. Y en el mismo establecimiento reciben la comida todos los estudiantes.

Los almuerzos cubren el 60 por ciento de las necesidades nutricinales diarias. "Los platos son los mismos que se comen en las casas. Muy ricos y con muchas papas -dijo. Comen pollo con papas, pescado con papas, porque son saludables, tienen proteínas", imita Natalia el recitado sobre nutrición que explicaba la dieta. También señala que son cocidas con cáscara, para conservar los nutrientes.

Los platos de la dieta escolar incluían como plato salmón con champignones y se podían repetir hasta la saciedad. El menú era el mismo para los profesores, aunque para ellos tiene un costo mínimo.

Las comidas comienzan con los desayunos tempranos y nutridos, porque las actividades se realizan lejos de las casas. Café, yogur con cereales, sandwiches, o pizza pueden formar parte de esa primera ración. Después del almuerzo escolar, al regreso, la familia comía otra vez, y volvía a los platos a media tarde. La última comida era después del sauna y muy liviana.

La casa de Natalia, en medio del bosque, quedaba a 8 kilómetros de la ciudad. Para llegar a la escuela debía tomar un colectivo que respondía al frío con un estricto cumplimiento de su horario. "Nunca tenías que esperar más de 5 minutos".

El calor -unos 18 grados- llegaba con el verano, que también llevaba más tiempo de luz después de la oscuridad que acompañó el frío. En invierno, el sol se asomaba en Pori entre las 14 y las 16. En verano, la luz acompaña durante todo el día. "El momento más oscuro del día más largo, el 21 de junio, fue a la 1 de la madrugada. No había sol, pero se podía ver perfectamente".

La luz del día ilumina el humor de los fineses, asegura Natalia. "Como se rigen mucho por el clima, en invierno están siempre de mal humor, porque parece que te levantaras siempre de noche. En cambio, con el verano son todos felices". En esa temporada, aprovechan los barcos, los lagos, las islas y los frutos que recolectan de los bosques. "La principal actividad del verano es juntar moras -contó-, así como en invierno salen a recolectar setas".

Natalia no sabía, cuando llegó, que Finlandia era el hogar de Papá Noel. Apenas si soñaba con pasar una Navidad con nieve. Pero su familia la llevó a Rovaniemi, donde Santa Claus -que habla en todos los idiomas- se sacó una foto con ella.

Esa ciudad, que Julio Medem mostró al mundo en su película "Los amantes del círculo polar", alberga una réplica del hotel de hielo que encontró increíblemente calefaccionado por una pequeña estufa. Allí todo es de hielo: los muebles, las sillas, las camas y hasta los vasos. Por supuesto las paredes. Para sentarse o dormir, el mobiliario se recubre con pieles. "Si no -advierte- te quedarías pegada".

El invierno acompaña con otro fenómeno sus noches eternas: las auroras boreales. Aunque en el norte son más frecuentes, Natalia pudo ver en Pori esa luz que irrumpe en el cielo y cambia de colores a medida que avanza.

El país deslumbró a la rosarina que con el recuerdo fresquito- sin eufemismos- añora volver a las tierras mágicas del Kalevala, los bosques con setos y frutas rojas y el sauna al final de la jornada.
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Pori, de unos 80 mil habitantes, ocupa un lugar en la franja de grandes ciudades finesas detrás de la capital Helsinki.

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