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domingo,
14 de
agosto de
2005 |
Reflexiones
¿El día de los demonios?
Carlos Duclós / La Capital
Los pueblos en los que se encaraman aquellos liderazgos dictatoriales, tiránicos, despóticos estarán condenados por un tiempo, y libres ya del fantasma violento, a que se los confunda con él. Es lo que le ocurrió en el concierto de las naciones, por ejemplo, a Alemania quien debió soportar la condena de haber sido calificada complaciente con el nacionalsocialismo y a la que se le permitió comenzar a vivir por sí misma no hace mucho tiempo atrás. La elección del cardenal Ratzinger, incluso, como Papa, significa para algunos serios analistas mundiales un: ¡ahora sí! para el pueblo alemán.
¿No ha sucedido de alguna manera esto en Argentina? Ayer se celebró en la ciudad de Rosario el 151 aniversario de la Unidad Regional II de Policía y en virtud de ello viene bien un somero análisis de la proyección de figuras que sobre este cuerpo policial es posible ver. En primer lugar debe decirse lo que ya es conocido por todos: la institución policial, como las demás instituciones del país, no ha podido aún recuperar el prestigio que alguna vez tuvo. La causa primera, y tal vez fundamental, es que muchos de sus hombres participaron, hace ya tiempo y junto con agentes de otras fuerzas de seguridad, en una represión injusta y desaforada. La segunda causa puede afirmarse que estriba en el hecho de que algunos de sus hombres siguieron apelando a métodos y actos de corrupción de los que los ciudadanos estaban hartos, no comprendiendo que la sociedad argentina se encaminaba hacia otra existencia. Hay una tercera razón para el descrédito y es el que pesa, como ya se dijo, por igual en todas las instituciones del país, porque muchos de sus integrantes, de cada una de ellas, hicieron de esas instituciones su fuente inagotable de recursos y riquezas impúnemente, sin considerar el bienestar espiritual del ciudadano y la satisfacción de su derecho material básico. Antes de considerar la cuarta razón del descrédito de la institución policial, y no por ser la última la menos importante, hemos de recalcar el aviso: al hablar de falta de crédito y de culpas no involucramos a la institución, sino a "algunos hombres". Queda el simple análisis pertinente a cargo del lector.
¿Cuál es la cuarta razón del desprestigio no ya sólo de la unidad policial rosarina, sino de todas las fuerzas de seguridad de la Nación? La cuarta razón y relevante es una actitud injusta que parte de la peocupante ceguera ideológica, cuando no del interés político o de la simple carencia del sentido común (carencia tan temible cuando se trata de reconstruir las sociedades yacientes). Esta cuarta razón es la no observación de que en las fuerzas de seguridad y armadas hay un ánimo de cumplir con las nuevas reglas que marca la democracia; es el no perdón, la no tolerancia no ya con los hombres culpables, sino con las instituciones. La cuarta razón es el espanto de quedarse en el pasado con aires de rencor y sed de venganza y aplicar el sentido de pretendida justicia (que a veces y con frecuencia es verdadera injusticia) sobre toda la institución y no sobre aquellos que la macularon con sus actos. En suma, la cuarta razón es ver en una fuerza de seguridad no más que un demonio temido y al que hay que exterminar de algún modo. Este es un disparate tan peligroso como la metralla dictatorial y cuyos resultados hoy, en el sistema penal argentino, están a la vista y huelgan mayores palabras. Hay una tendencia hoy a considerar que "si es policial es malo", como si en los países avanzados se hubiera desterrado el régimen policial. En fin, que por lo general en todas partes, y cada quien analizará el porqué, trasciende mucho de lo malo de las fuerzas de seguridad pero escasamente aquello que puede ser elogiado, como si el buen policía no existiera. ¿No es demasiado?
"Seguimos en crecimiento, por su seguridad y la de los suyos", dice el catálogo que hace unos días está repartiendo el Ministerio de Gobierno de la provincia y la Unidad Regional II de Policía. En el se avisa a la población de obras trascendentes ejecutadas, desde la compra de armas y vehículos, hasta reformas y mejoras edilicias, y equipamiento de diversas dependencias con nuevo material informático. Se destaca en el catálogo la adquisición para los bomberos, cuyo trabajo pasa con frecuencia inadvertido y desconsiderado, de dos autobombas, tres embarcaciones, equipos de buceo y de rescate acuático y no se deja de hacer ver a la comunidad que por todos los medios se trata de que exista en la ciudad mayor presencia policial. Alguien, con justicia, podrá preguntar: ¿todo esto basta para hacer frente al delito con éxito? Desde luego que no y nada será suficiente hasta que se repare definitivamente un tejido social deshecho por faltantes de todo tipo. En tanto no haya saciamiento de derechos y cambios culturales no habrá policía de la tierra, por más honesta y equipada que esté, que cambie esta tremenda realidad argentina. Es más: aun cuando de pronto las pautas económicas y sociales mejoraran sustancialmente tampoco habría solución para el delito mientras no se repare en el hecho de que en la policía también hay seres humanos con ganas de hacer cosas. Y ello así porque nadie crece y se desarrolla mediante la crítica constante y a veces parcial, nadie puede redimirse y menos aún desenvolverse eficientemente cuando pesa la reprobación sistemática. Y hablando ya de lo estrictamente policial, infructuosos serán los esfuerzos del gobernador Obeid, del ministro Rosúa y de jefes y agentes policiales si la sociedad no observa que aun cuando hay demonios que festejen su día también hay un Día de la Policía.
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