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domingo,
14 de
agosto de
2005 |
La filósofa sugirió en Rosario ser "fuertemente ateos en materia política, por una cuestión de sanidad ideológica
Beatriz Sarlo: "Dios dejó de ser argentino"
Opinó además que el socialismo santafesino puede ser una opción para el progresismo nacional
Isolda Baraldi / La Capital
Mordaz, punzante, concisa e irónica, la filósofa Beatriz Sarlo sugirió ser "fuertemente ateos en materia política, por una cuestión de sanidad ideológica" y alertó que Dios dejó de ser argentino. Haciendo gala de un compromiso social y político de años, estuvo el jueves en Rosario y desandó la actualidad política: advirtió que las marcas de la crisis de 2001 siguen indelebles entre los argentinos; criticó sin medias tintas algunos aspectos de la gestión del gobierno de Kirchner y opinó que el Partido Socialista puede ser una opción para el progresismo nacional. "En este momento veo al socialismo santafesino como la única alternativa de cambio en el horizonte", deslizó Sarlo.
-¿Qué reflexión le merece la particularidad del mapa político santafesino, con un justicialismo que gobierna desde hace más de 20 años compitiendo con un partido provincial no tradicional como el socialismo?
-El socialismo santafesino no es un partido provincial reaccionario como a los que estamos acostumbrados, tiene rasgos progresistas, y creo que reabriría la posibilidad de pensar en una alternativa, incluso a nivel nacional. Aunque primero tiene que ganar y gobernar, y hacerlo muy bien. Un centro izquierda progresista que ganara electoralmente y que demostrara que se puede gobernar podría hacer surgir una confederación del modelo. Claro que todo es a futuro: la primera prueba a sortear por el socialismo de Santa Fe es ganar y gobernar. Esa fue la experiencia del Frente Amplio en Uruguay, porque cuando ganó Montevideo, la presidencia de la República estaba en el futuro y no se sabía cuánto iba a pasar; primero tuvieron que gobernar y muy bien. No hicieron grandes transformaciones, pero cambiaron el día a día de la gente. Así fue como se hizo punta a lo largo de los años para la presidencia y Santa Fe puede ser esa punta.
-¿Puede realmente darse una situación similar?
-Sí, en su momento esa alternativa fue el Frepaso, pero se convirtió en una de las experiencias que más desilusionó al progresismo. Santa Fe podría librar a la Argentina de ese destino, pero el camino es muy largo, lleva mucho tiempo. Además depende de la decisión política de los líderes de ese proceso de convertirse en dirigentes nacionales. Es una decisión fuerte y difícil. Se trata de dar un salto, nada sencillo, de una plaza local al ámbito nacional. Y salir a competir con la hegemonía peronista siendo un gobernador obligado a sentarse permanentemente en una mesa donde se discuten cuestiones básicas como la coparticipación.
-Usted hizo referencia al capital urbano que, con algunos años de buena administración, puede cambiar la vida de los ciudadanos. ¿Este concepto permite pensar en que se pueden hacer cosas en medio del desastre?
-Estoy convencida de que se pueden hacer cosas. De hecho las economías regionales han crecido dentro del desastre. La gran diferencia es que de los centenares de miles de argentinos condenados, en las ciudades son más resistentes. Vivir en una ciudad es ya una condición democrática, las ciudades son focos y esferas públicas y de democracia. Incluso los más miserables prefieren vivir en las ciudades porque allí están los hospitales, las escuelas, la ayuda social; son los lugares de mayor distribución de lo que una sociedad tiene. Por lo tanto es un capital material y simbólico muy fuerte. Ahí vuelvo al ejemplo de Rosario y de Montevideo, donde hay un capital urbano que si no pasa medio siglo de descuido, con una buena administración, sensata, imaginativa y democrática, puede recuperarse. El capital urbano no se pierde de manera tan irreversible y tan trágico como queda herido el capital humano, como quedan heridos los cuerpos de la gente.
-Una herida enorme teniendo en cuenta el 40 por ciento de excluidos sociales. ¿Se puede en diez años terminar con esta situación?
-Lo primero a considerar es que nos hemos acostumbrado a un país fracturado, que divide a la Argentina en dos naciones. En gran parte del siglo XX pensábamos en un país que integraba progresivamente y ese parecía un dato de la naturaleza, que llegaba como la lluvia o las cosechas. Ahora nos acostumbramos, después de la crisis de 2001, a las ciudades ocupadas por cartoneros, por personas que comen de la basura, por chicos que piden limosna, por familias enteras que están deambulando y buscan el sustento diario. Y aunque al principio generó una conmoción en la conciencia del imaginario, después nos acostumbramos. La herida abierta en el 2001 persiste y se nos incorporó a la visión del día a día. Esta realidad es muy difícil de modificar porque en mi opinión la política en términos sociales es fuertemente conservadora. Tenemos los mismos planes sociales de la emergencia que impuso Eduardo Duhalde, y que tienen un fuerte rasgo clientelístico, es decir que remacha una cadena de sumisión de los más miserables a los aparatos políticos caudillísticos locales. Con estas políticas es muy difícil pensar que en diez años se puede saldar la brecha. Por otra parte, no quisiera volver a tener la fantasía de que la Argentina se va a arreglar de la noche a la mañana. Esto no quiere decir que no haya que intentar arreglarlo, pero acá no hay salida acelerada, no hay un atajo de teclado.
-Pero parece casi imposible...
-Es que las políticas tienen que ser muy transparentes, muy sólidas, y el compromiso muy fuerte. Aún logrando recompensar la brecha económica que parte en dos al país, las consecuencias de los 90, en algunas generaciones, ya se sintieron para siempre, ya las tienen instaladas en el cuerpo aquellos que no se incorporaron ni a la escuela ni al mercado laboral. Este ya no es un país sencillo. O sea, Dios dejó de ser argentino. Sería verdaderamente bueno darse cuenta de que dejó de serlo, y volverse francamente ateo en materia política, sería un acto de sanidad ideológica.
-También parece difícil la articulación de las políticas del gobierno con el reclamo y las necesidades de la población, como otra herencia de 2001.
-En la crisis hubo un reclamo, que se vayan todos, pero fue un síntoma, no un programa político. Fue un síntoma de que a la sociedad le preocupaban fuertemente rasgos monstruosos del sistema político argentino, rasgos de corrupción, de ineficiencia y de clientelismo. La política debió tomar ese síntoma y articularlo en un diagnóstico y en un programa, y fue lo que no hizo. Se están consolidando los dirigentes que tienen un manejo clientelista y más patrimonialista de los recursos del Estado, que hacen política con estos recursos. La clave de la reforma es la transparencia de la financiación de la política y esto no se tocó. Eso marca la relación de los políticos con la plata y determina cuál es la libertad que tienen para hacer lo que les da la gana con la plata de todos los ciudadanos.
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