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domingo,
31 de
julio de
2005 |
Renacer. El poder de una mamá que nunca bajó los brazos
Madre e hija
más unidas
y fuertes
que nunca
"Me miro las manos y no me reconozco". Con un entusiasmo que contagia, Analía muestra una de las primeras ventajas del trasplante: el edema en sus extremidades desapareció por completo. En unas horas más dejará la sala de cuidados intensivos del hospital y se nota que no ve la hora de abrazar a Alan, su nene de cinco años, a quien no ve desde el día de la operación. A su lado está Zunilda, su mamá, la mujer que le donó uno de sus riñones y quien impidió que su hija flaqueara en tantos años de sufrimiento."Más de una vez dije que no daba más, pero mi mamá, que es impresionante, no me dejó aflojar", cuenta la joven, visiblemente emocionada.
Zunilda repasa los momentos difíciles y asegura que fue la primera en aceptar que se sometiera a un tratamiento intensivo, incluso antes de que Analía diera su consentimiento. "Había que salvarle la vida", dice con voz firme.
Las infecciones urinarias repetidas, la falta de una dieta adecuada y la rebeldía propia de una chica que vio comprometida su salud desde pequeña complicaron su estado general, al punto de tener que pelear cara a cara con la muerte varias veces.
"Unas cuantas madrugadas vine a dializarla de urgencia porque había hecho edema de pulmón; la sacamos de situaciones complejas", certifica Fabio Acosta, jefe de Hemodiálisis y Trasplante del Centenario.
Cuando se le pregunta a Zunilda cómo se encuentra después de la intervención en la que le sacaron un riñón, se incomoda un poco. "La que la pasó mal, la que puso el cuerpo fue ella, para mí fue una decisión natural; si mi hija necesitaba los dos riñones se los daba".
Conocida en todo el hospital por su carácter fuerte y por sus "berrinches", el trasplante le devolvió a Analía la serenidad y el humor. Sabe que su vida dará un vuelco enorme, pero todavía no dimensiona los beneficios: "No puedo creer que no tengo que volver a viajar todos los días a conectarme durante cuatro horas a la máquina. Es más, ya extraño a mis compañeros de diálisis y a los técnicos", relata mientras Zunilda, la que no afloja, la observa por encima del barbijo con los ojos llenos de lágrimas.
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Analía aseguró que su mamá no la dejó aflojar.
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