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domingo,
24 de
julio de
2005 |
[Nota de tapa] - Crimen y política
Bordabehere, una víctima de la corrupción
Hace setenta años el Senado de la nación fue escenario de un asesinato. Una conspiración que apuntó a ocultar los negocios de un gobierno fraudulento
Osvaldo Aguirre / La Capital
Hace setenta años el crimen y la política se asociaron en la Argentina. Fue el día en que un oscuro matón de comité, producto acabado de la Década Infame, asesinó a Enzo Bordabehere, senador electo por la provincia de Santa Fe. La corrupción y la impunidad de los poderosos, las prácticas mafiosas y la ceguera sospechosa de la Justicia se combinaron entonces en un caso que condensó una época.
Nacido en Montevideo el 25 de septiembre de 1889, Bordabehere residía desde la infancia en Rosario. Abogado y escribano, se integró a la Liga del Sur en 1908 y seis años después acompañó a Lisandro de la Torre en la fundación del Partido Demócrata Progresista. "Lo he visto siempre a mi lado -dijo Luciano Molinas-, en medio de las dificultades que tienen los gobiernos y los partidos; no había que preguntar dónde estaba, porque la profunda sinceridad de su espíritu y su pasión inconfundible por el bien público lo hacían invariablemente servir nuestra causa, con una abnegación y desinterés que eran sus características más destacadas".
Fue diputado provincial en 1918 y diputado nacional en 1922. En 1935, la Legislatura provincial lo nombró senador nacional en reemplazo de Francisco Correa, fallecido poco antes. Bordabehere no llegó a incorporarse al Senado, ya que el tratamiento de su diploma fue postergado hasta la conclusión del debate que se libraba en torno a la exportación de carne argentina. Era una maniobra del gobierno de Agustín P. Justo para restar fuerzas a la oposición.
Denuncias
El debate de las carnes conmovía entonces al Senado de la nación y al país. Lisandro de la Torre, senador por Santa Fe, denunciaba las consecuencias del pacto Roca-Runciman, firmado en 1933 por funcionarios que no tenían rubor en afirmar que la Argentina era una colonia de Gran Bretaña, porque precisamente eran empleados favorecidos por el imperio.
El 1º de septiembre de 1934, de la Torre había solicitado la creación de una comisión investigadora para establecer si las ganancias de los frigoríficos ingleses -que monopolizaban la exportación de carne argentina a Gran Bretaña- se correspondían con los precios que pagaban en el mercado interno a los pequeños y medianos productores. La comisión quedó integrada por el senador santafesino, por la minoría, y Laureano Landaburu (San Luis) y Carlos Serry (Salta) por la mayoría.
La investigación tropezó con la decidida oposición de los frigoríficos. Las empresas Sociedad Anónima Frigorífico Anglo, Sociedad Anónima La Blanca, Compañía Sansinena de Carnes Congeladas, The Smithfield & Argentine Meat Company, Frigorífico Armour de La Plata, Sociedad Anónima Frigorífico Wilson de la Argentina y Compañía Swift de La Plata se negaron a mostrar sus libros de contabilidad.
El presidente del Frigorífico Anglo, Richard Tootell, fue preso por desacato. Y gracias a un dato recibido por el senador Alfredo Palacios, se supo que esa empresa ocultaba sus libros de contabilidad en el vapor Norman Star, listo para zarpar, bajo la leyenda "corned beef". Posteriormente, el mismo frigorífico envió seis cajones con libros y papeles a Fray Bentos, Uruguay, para evitar el control de los investigadores.
Los resultados de la investigación fueron presentados en el Senado a partir del 11 de junio de 1935. Lisandro de la Torre denunció "el robo frigorífico organizado", que se consumaba con "la acción extorsiva de un monopolio extranjero y la complicidad de un gobierno que unas veces lo deja hacer y otras lo protege directamente". De la Torre puntualizó los privilegios de que gozaban las compañías británicas -exención de multas, tolerancia en el cobro de impuestos, entre otros- y reveló que el ministro de Agricultura, Luis Duhau, era beneficiado por los frigoríficos en la compra de ganado de su propiedad.
Duhau y el ministro de Hacienda, Federico Pinedo, concurrieron durante trece días consecutivos al Senado para contestar los cargos del senador demócrata progresista. El debate era seguido también por un personaje hasta entonces poco conocido, que enseguida ocuparía el primer plano: se llamaba Ramón Valdez Cora y tenía una dilatada trayectoria como matón de comité, provocador callejero y policía corrupto.
El final del debate se precipitó en la sesión del 23 de julio de 1935, cuando Lisandro de la Torre examinaba uno de los documentos secuestrados al frigorífico Anglo y fue agraviado por el ministro Pinedo. De la Torre se levantó de su banca y al acercarse a la que ocupaban los senadores Bravo y Matienzo, en un intento de escuchar lo que decía Pinedo, fue golpeado por Duhau.
De la Torre cayó de espaldas y en ese momento entró en escena Bordabehere, quien corrió para ayudarlo a reincorporarse. Detrás de Bordabehere, apareció Valdez Cora revólver en mano. "Hasta ese momento -señaló la crónica de La Prensa- había permanecido de pie, en una pacífica actitud de expectación, como ajeno a todo lo que allí se desarrollaba. Sin embargo, no separaba sus ojos vigilantes de Bordabehere".
Valdez Cora disparó contra Bordabehere por la espalda. Lo hirió así de dos balazos y cuando Bordabehere giró para enfrentarlo le descargó otro proyectil, que impactó en el pecho. Una cuarta bala hirió levemente al senador Rafael Mancini.
Bordabehere falleció poco después en el Hospital Ramos Mejía. Una multitud se congregó en Retiro para despedir sus restos, con destino a Rosario. Hablaron Alfredo Palacios y de la Torre, y la policía reprimió a parte del público reunido en la estación.
Pinedo y de la Torre se batieron posteriormente en un duelo a pistola, en el Colegio Militar. Fue un intercambio de disparos sin consecuencias, y sin reconciliación. En la noche del 24 de julio unas doce mil personas recibieron el cuerpo de Bordabehere en la estación Rosario Norte. El velatorio tuvo lugar en la ex Jefatura de Policía, sede de la Gobernación. "La ciudad entera exteriorizó su protesta por el crimen", dijo Tribuna, el diario que dirigía Bordabehere. "El nombre de Enzo Bordabehere es ya un símbolo sagrado para los argentinos. Cayó, herido a traición, por defender al lado de su austero maestro las libertades públicas", apuntaba una crónica. En la plaza Pringles, primero, y en el cementerio El Salvador, donde se lo inhumó después, hablaron entre otros oradores el gobernador Luciano Molinas, el legislador socialista Mario Bravo, el artista Julio Vanzo, en representación del personal del diario Tribuna y un joven Agustín Rodríguez Araya por la Unión Cívica Radical (Comité Nacional).
El homicida
"Ramón Valdez Cora es argentino, de 42 años, nacido en Santa Fe", informó el diario La Prensa. En un detallado registro de sus antecedentes, constaba que había vivido en La Plata, donde trabajó en el Correo hasta ser despedido en 1928. Pero el retrato que trazaba La Prensa era ambiguo: afiliado al Partido Conservador, Valdez Cora "actuó en muchos actos comiciales y en cada manifestación partidaria evidenció el entusiasmo y la decisión, algunas veces con marcada vehemencia, que lo animaba".
En cambio, el diario Crítica dio una imagen más precisa del asesino: "matón a sueldo" de los políticos conservadores, provocador profesional, solía infiltrarse en actos de la oposición, a veces revólver en mano, para provocar disturbios. Tras su expulsión del Correo "en vez de ser inmediatamente exonerado, obtuvo por medio de cuñas que lo pasaran a prestar servicios en la Capital Federal".
Los golpistas de septiembre de 1930 lo habían contado en sus filas. Y como recompensa lo designaron comisario, a cargo de la seccional primera de Vicente López. Allí estuvo seis meses, lapso en que "realizó actos suficientes como para reafirmar su fama de coimero". Valdez Cora fue trasladado a Chacabuco y con él se mudaron a esa ciudad los delincuentes y capitalistas de juego a los que protegía.
Valdez Cora declaró que efectuó los disparos al ver dirigirse a Bordabehere hacia Duhau, creyendo que el ministro podía ser agredido. Pudo entrar al Senado sin problemas, "por ser persona muy conocida", según dijo, para no delatar a sus protectores. Y de hecho había presenciado todo el debate por el comercio de carnes.
En 1937 el juez Miguel Jantus lo condenó a doce años de prisión por homicidio simple, considerando que "no tuvo el propósito preconcebido o deliberado de dar muerte al doctor Bordabehere". La Cámara Penal elevó la condena a veinte años, pero Valdez Cora quedó en libertad en 1953, por buena conducta.
La versión oficial no sólo recortó la historia sino que sumó confusión en su aspecto central: el objeto y el destinatario del crimen. Valdez Cora no actuó por un impulso irracional. En su investigación sobre el caso, Víctor N. Vimo demostró que el propósito del sicario fue asesinar a Bordabehere y ese acto tuvo como objetivo frenar el debate sobre el comercio de carnes, que comprometía a los funcionarios de Justo y exponía a la luz pública los privilegios del capital británico. De hecho, el debate se clausuró con la muerte del senador electo.
La Justicia fue incapaz de señalar a los que habían facilitado el ingreso de Valdez Cora al Senado. Tampoco pudo identificar a los instigadores del crimen. La política argentina incorporó un nuevo término: impunidad. Una palabra que no ha dejado de resonar en la historia nacional.
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Conmoción. El sepelio de Bordabehere congregó a una multitud. Pese a la repercusión, el crimen quedó impune.
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