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domingo,
17 de
julio de
2005 |
Sobre la caridad, la justicia
social y el resentimiento
La biografía "Evita" vuelve a escena cuando este año se cumplen 60 años de aquel 17 de Octubre. Aquí un fragmento
La dualidad que percibían los que solicitaban su ayuda era la misma que Evita sentía y recalcaba constantemente. Como Evita, ella no podía hacer caridad, tenía que hacer justicia social. Cumplía con su cometido en la Secretaría de Trabajo, "cuna de la justicia social", de una forma parecida a su trabajo gremial, por lo tanto no podía ser ni filantropía, ni caridad, ni limosna, ni beneficencia.
"Ni siquiera es ayuda social, aunque por darle un nombre apropiado yo le he puesto ése.
Para mí, es estrictamente justicia. Lo que más me indignaba al principio de la ayuda social, era que la calificasen de limosna o de beneficencia.
Porque la limosna para mí fue siempre un placer de los ricos; el placer desalmado de excitar el deseo de los pobres sin dejarlo nunca satisfecho. Y para eso, para que la limosna fuese aún más miserable y más cruel, inventaron la beneficencia y así añadieron al placer perverso de la limosna el placer de divertirse alegremente con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son para mí ostentación de riqueza y de poder para humillar a los humildes.
Y muchas veces todavía, en el colmo de la hipocresía, los ricos y los poderosos decían que eso era caridad porque daban -eso creían ellos- por amor a Dios" ("La razón de mi vida", p. 182).
Ella no hacía otra cosa "que devolver a los pobres lo que todos los demás les debemos, porque se lo habíamos quitado injustamente. Yo soy nada más que un camino que eligió la justicia para cumplirse como debe cumplirse: inexorablemente. Por eso trabajo en público. Yo no pretendo hacer otra cosa que justicia y la justicia se debe administrar públicamente".
(...) Para los antiperonistas, la acción social de Evita nada tenía que ver con el amor. Sus discursos y sus actos eran la prueba irrefutable que no pasaba de ser una "resentida", característica que con el correr de los ñaos casi se ha convertido en un cliché. Es interesante notar que los que llamaban a Evita resentida eran solamente sus enemigos, en particular la oligarquía, y lo hacían como insulto. Los descamisados nunca dijeron que lo era y tal como se usaba contra ella, la palabra reflejaba su contenido ideológico, pues por la misma se acusaba a Evita, una persona implícitamente inferior, de querer usurpar un status que no le correspondía. Ella niega ser una resentida en el sentido que le daban a la palabra los antiperonistas. Confundían su sentimiento de indignación ante la injusticia social con resentimiento, explica en su "Historia del Peronismo". Mientras aquél es un "sentimiento positivo" , éste es "completamente negativo, propio de egoístas y estériles". En su autobiografía admite estar de acuerdo con sus "supercríticos", con un salvedad:
"Soy resentida social. Pero mi resentimiento no es el que ellos creen. Ellos creen que se llega al resentimiento únicamente por el camino del odio... Yo he llegado a ese lugar por el camino del amor... Yo lucho contra todo privilegio de poder o de dinero. Vale decir contra toda oligarquía, no porque la oligarquía me haya tratado mal alguna vez... Mi resentimiento no viene de ningún odio. Sino del amor: del amor por mi pueblo cuyo dolor me ha abierto para siempre las puertas de mi corazón" ("La razón de mi vida", p. 177 y 178).
Los actos de Evita demuestran que no era una resentida en el sentido que daban a la palabra sus "supercríticos". Lo que sus enemigos denominaban resentimiento tampoco era conciencia de clase. Siguiendo su división de la sociedad en pueblo y oligarquía, su resentimiento era la expresión de su conciencia de pertenecer sin reserva alguna al pueblo. Como dice en su "Ultimo mensaje": "Nací en el pueblo y sufrí en el pueblo. Tengo carne y alma y sangre de pueblo. Yo no podía hacer otra cosa que entregarme a mi pueblo". No obstante sus joyas, su vanidad y el placer que le daba su poder, no tuvo nunca dudas sobre quién era, lo que quería ser, dónde estaban sus "hermanas" y sus "compañeros", qué debía hacer para no traicionarlos y quiénes eran los enemigos comunes. El tiempo no solamente la fue convenciendo de que siempre había tenido razón sino que además debía mantener esa conducta hasta el fin de su vida.
Las características que la ayuda social fue adquiriendo con el tiempo bajo el gobierno peronista reflejan la personalidad de Evita en toda su complejidad.
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