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 miércoles, 06 de julio de 2005  
Dignificar los principios

En estas pujas preelectorales, que como nunca antes vienen abriendo grietas hasta en las estructuras de un mismo partido y donde la sensatez sólo ve con los ojos de las apetencias personales, podemos reactualizar un concepto que fija los límites de nuestras capacidades políticas: "Los políticos piensan en las próximas elecciones y los estadistas en la próxima generación". Claro está que en nuestro país a un estadista no se lo encuentra a la vuelta de la esquina, por lo que las esperanzas deberán depositarse en la Providencia. Ya próximos a las elecciones parlamentarias, el clima de civismo que debiera imperar ha pasado a convertirse en burdos enjuagues en los que la diatriba es utilizada como un instrumento desleal de ventajosas aspiraciones. En el intento por situarse de manera expectante y asequible en una banca todos, o casi todos los aspirantes, apelan a recursos nada éticos y dignos para fijar un parámetro de preminencia sobre sus ocasionales adversarios políticos. La obsecuencia y el servilismo amordazan la moral y aparecen disociados del talento y la probidad del mismo modo que la venalidad avasalla los ideales. En otras épocas, la fidelidad a un ideal se exhibía como un sello indestructible de vocación política y hoy, en cambio, se subastan el honor y los principios en un desleal y ominoso pacto con la conciencia. De una buena vez debe entenderse que el acceso a la función política no debe ser accidental; la proyección del candidato debe estar precedida por una tabla de valores en los que la ética y la moral actúen como elementos sostenedores de otros atributos indispensables. La inmoralidad y la ineficiencia no se transforman en méritos y virtudes por la profusión de pasacalles y pintadas callejeras. Exhibir una excelencia individual no faculta una integridad plena si no coexiste una vocación alejada de apetencias personales puesta al servicio de la patria. Nadie vale por lo que aparenta, sino por lo que es.

Mario Torrisi


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