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domingo,
19 de
junio de
2005 |
Editorial
Inflación y salarios
La discusión fue noticia central de las tapas de los principales diarios nacionales: las quejas empresariales por los aumentos de sueldos se encontraron con una dura réplica del presidente. Se necesita un gran acuerdo para evitar desequilibrios: generosidad empresaria y prudencia sindical son los dos necesarios fieles de la balanza.
Si hay un parámetro que puede utilizarse con éxito para medir los avances que ha experimentado en los últimos tiempos la Argentina, es la profunda modificación producida en la agenda de problemas que se debaten. La actual polémica en torno del aumento de sueldos y su potencial relación directa con el auge de la inflación refleja, aunque parezca paradójico, los progresos de la economía: es que se trata de un dilema vinculado con el crecimiento.
Por un lado, y en esta ciudad, los industriales y hombres de negocios que participaron del cuadragésimo primer coloquio del Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina (Idea) advirtieron severamente sobre el impacto negativo que pueden generar los incrementos salariales que no se relacionen con un alza proporcional de la productividad. El planteo -cuyos principales voceros fueron dos destacados representantes del sector como Alfredo Coto y Enrique Pescarmona- fue contestado en duros términos por el propio presidente de la República, quien fiel a su estilo vehemente emitió una sentencia ajena a las sutilezas: "No nos extorsionen más", disparó Néstor Kirchner. Pero sin dudas la discusión sobre el asunto es necesaria -aunque espinosa- y para darla no se deben soslayar distintos factores entre los cuales el profundo deterioro en su nivel de vida que padecieron los asalariados a partir del estallido de la crisis merece encabezar la lista.
Sucede que en no pocas ocasiones, y cuando de economía se habla, se olvida que detrás de los aspectos técnicos está la gente. Esa misma gente que padeció y aún padece los devastadores efectos que trajo aparejados la prolongación en el tiempo de un modelo -la convertibilidad- cuyo estallido se tradujo en algo a lo que no es tremendista calificar de desastre.
No pueden caber dudas de la enorme injusticia que refleja la situación social en el país: de allí que si el objetivo es incluir nuevamente a quienes quedaron virtualmente afuera del reparto de la torta durante los últimos años, los incrementos en los haberes jubilatorios y salariales no deban merecer sino apoyo. Claro que el riesgo es la demagogia y que los billetes que se reciban se conviertan, merced a la suba de precios, en una peligrosa ilusión de mejoría.
Se requiere un amplio consenso entre los sectores involucrados para evitar que la recuperación nacional sea arrojada al cubo de los desperdicios. Y así como la generosidad debería presidir la actitud de los empresarios, la prudencia merece teñir los reclamos de los trabajadores. Sólo sobre ese equilibrio se fundará el progreso de la Argentina.
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