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domingo,
19 de
junio de
2005 |
El muerto en
el placard
Carlos Duclós / La Capital
El egoísmo es el padre de muchos males y el egoísta supone que por ser hijo dilecto de tal aberración puede salvarse. Uno de los males argentinos es, sin dudas, el tremendo egoísmo enquistado en los niveles de conducción públicos y privados. ¿Quién tiene razón: los empresarios o el presidente de la Nación en torno de los precios y el aumento de salarios? La disputa establecida entre buena parte del empresariado argentino y el propio Kirchner deja una vez más al pueblo argentino en medio de una pregunta que jamás tuvo respuesta. Por un lado los empresarios han retornado a su discurso histórico y de verdad relativa que dice: si aumentan los salarios aumentan los precios. El presidente no se quedó atrás y replicó: "En el congreso de Idea decían que si hay aumentos de salarios, éstos van a repercutir en los precios y va a haber inflación, extorsionando al pueblo y a los trabajadores de una forma realmente inaceptable". Para responder a la pregunta sobre quién tiene razón es menester primero comenzar a desmenuzar realidades y actores parados sobre la escena argentina. ¿Cuáles son unos y otros? En primer lugar un pueblo humillado, sometido de diversas formas y víctima de sucesivas y maravillosas mentiras; un pueblo conformado por desocupados, trabajadores mal pagos, amas de casas angustiadas, hijos sin porvenir, ancianos olvidados. Un pueblo conformado por comerciantes, pequeños y medianos empresarios que sobreviven con esfuerzos múltiples, un sector que hace frente como puede a la voracidad estatal representada en presión tributaria escandalosa y costos de servicios abrumadores. Después está el otro pueblo, el de los grandes empresarios y operadores económicos y financieros, aquellos que viven con holgura, que son formadores de precios y de realidades económicas y que históricamente jamás resignaron un poco de su renta para que la distribución de la riqueza fuera más justa. Son los extorsionadores a los que se refirió el presidente con justa razón; son los que en connivencia con propios y extraños amenazaron y tuvieron en vilo a toda la sociedad argentina cuando las cosas no se hacían conforme a sus intereses. Son los grandes avaros argentinos, los grandes egoístas a quienes se puede comparar con ese rico de la parábola de Jesús que comía, bebía y se ufanaba de su riqueza mientras Lázaro moría de hambre en la puerta de su mansión. Son los que sostienen perversamente que los sueldos deben subir si la economía crece, pero que jamás dieron un denario sin trasladarlo a los precios aun cuando la economía fuera floreciente. El presidente, en este aspecto, tiene razón cuando dice: "No nos merecemos que algunos dirigentes supermercadistas nos digan que si damos esto les vamos a aumentar los precios como si fuéramos rehenes de ellos".
Pero la pregunta que sigue es: ¿acaso el Estado ha sido y es solidario con un amplio segmento mercantil y de la pequeña y mediana empresa? Pues no. No ha tenido reparos en aplicarle tributos y costos de servicios imposibles de afrontar. Por eso cuando se escuchan estos cruces verbales, que son más pirotecnia que otra cosa, porque al fin y al cabo los precios subirán, no puede más que convenirse con esa señora que en una charla de unos días atrás dijo respecto de los dirigentes argentinos: "Todos tienen un muerto en su placard con un olor que apesta".
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