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domingo,
19 de
junio de
2005 |
Para mi
amado hijo
El día que me veas viejo o que ya no sea el mismo, por favor, ten paciencia y compréndeme. Cuando sin querer derrame comida sobre mi camisa y olvide cómo atarme los zapatos, ten paciencia. Recuerda las horas que pasé enseñandote a hacer las mismas cosas. Si cuando conversas conmigo, repito y repito las mismas palabras y sabes de sobra cómo termina, no me interrumpas y escúchame. Cuando eras pequeño, para que te durmieras, tuve que contarte miles de veces el mismo cuento hasta que cerrabas los ojitos. Cuando estemos reunidos y sin querer no contenga mis necesidades, no te avergüences y comprende que no tengo la culpa de ello, pues ya no puedo controlarlas. Piensa cuántas veces cuando niño te ayudé y estuve pacientemente a tu lado esperando a que terminaras lo que estabas haciendo. No me reproches porque no quiera bañarme; no me regañes por ello. Recuerda los momentos en que te perseguí y los mil pretextos que te inventaba para hacer más agradable y divertido tu aseo. Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo que sea necesario para no lastimarme con tu sonrisa burlona. Acuérdate que fui yo quien te enseñó tantas cosas. Comer, vestirte y cómo enfrentar la vida son producto de mi amor, esfuerzo y perseverancia. Cuando en algún momento, mientras conversamos, me olvide de qué estamos hablando, dame todo el tiempo que sea necesario hasta que yo recuerde, y si no puedo hacerlo no te impacientes; tal vez no era importante lo que hablaba y lo único que quería era estar contigo y compartir ese momento. Si alguna vez ya no quiero comer, no me insistas. Sé cuánto puedo y cuándo no debo. También comprende que con el tiempo ya no tengo tantos dientes para morder, ni gusto para saborear. Cuando mis piernas fallen por estar cansadas para andar dame tu mano tierna para apoyarme, como lo hice yo cuando comenzaste a caminar con tus débiles piernitas. Por último, cuando algún día me oigas decir que ya no tengo demasiadas fuerzas para vivir, no te enfades. Algún día entenderás que esto no tiene que ver con tu cariño o cuánto te ame. Trata de comprender la diferencia entre vivir y estar "sobreviviendo". Quise y quiero lo mejor para ti y he preparado los caminos que has debido recorrer. Piensa entonces que, con este paso que me adelanto a dar, estaré construyendo para ti otra ruta, en otro tiempo, pero siempre contigo. No te sientas triste, enojado o impotente por verme así. Desde tu corazón compréndeme y apóyame como lo hice cuando tú empezaste a vivir. Si por alguna razón de la vida no estuve a tu lado vas a justificar mi ausencia obligada. De la misma manera como te he acompañado en tu sendero, te ruego me acompañes a transitar el mío. Dame amor y paciencia, que te devolveré gratitud y sonrisas con el amor inmenso que siempre tendré por ti. Tu viejo. Para los compañeros que estuvieron clandestinos, sufrieron prisión; para nuestros desaparecidos, para los que lucharon de todas las formas contra todas las dictaduras y para los hijos de todos ellos en este Día del Padre y siempre.
José María De María
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