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sábado,
18 de
junio de
2005 |
Educación y derechos humanos: del horror al festejo por la vida
Unos cien chicos de la Escuela la Guardia compartieron el relato de un sobreviviente del Holocausto
Marcela Isaías / La Capital
"A los 13 años entré a un campo de concentración nazi". Así comenzó su relato Jorge Klainman, un sobreviviente del Holocausto, ante unos cien chicos del Colegio Nuestra Señora de la Guardia de Rosario. Klainman, que salvó milagrosamente su vida de varios centros de exterminio, llegó a la Argentina en 1947. Calló durante 50 años los horrores que le tocó vivir, pero con el tiempo entendió que hablar y hacer memoria son la única manera de que "no vuelvan a ocurrir nuevos holocaustos". Los chicos del colegio de Uriburu y España comprendieron tan bien este mensaje que le hicieron vivir un final emotivo: al terminar la charla, espontáneamente se levantaron, lo abrazaron y hasta lo invitaron a comer torta.
Jorge Klainman visitó otras dos escuelas santafesinas, en Máximo Paz y Villa Gobernador Gálvez. Llegó invitado por la Subsecretaría de Derechos Humanos de la provincia y acompañado por el responsable del área, Víctor Aliprandi, y la directora del Museo del Holocausto de Buenos Aires, Graciela Jinich.
Klainman nació en Polonia en 1928. Hijo menor de una familia burguesa integrada por sus padres, dos hermanas y un hermano, todos víctimas del Holocausto. Pasó por los campos de concentración más terribles del imperio nazi, donde milagrosamente logró confundirse con los hombres mayores de 18 años, porque los más pequeños eran derivados a las cámaras de gas por no ser considerados útiles como mano de obra.
"Eramos todos tan flacos que era difícil descubrir la edad de cada uno", dijo el sobreviviente a los chicos para explicar cómo logró engañar con su aspecto. Y ese mismo ingenio es el que usó para huir del Ghetto de Varsovia donde vivió hasta abril de 1943.
También pasó 13 meses en el campo de concentración que luego se hizo conocido por ser el escenario de la película de Spielberg: "La lista de Schindler". "Era un campo de la muerte. Estuve allí todo el tiempo respirando el olor a carne humana quemada; y en los días de viento fuerte, mirando cómo todo se cubría de gris con las cenizas de los muertos", continuó su relato ante un grupo de alumnos que lo seguía atónito, y en el mismo año que se cumplen 60 años de la liberación de Auschwitz.
Por ese entonces, quien era apenas un joven de poco más de 14 años debía marchar con el grupo de "judíos esclavos" dos horas de ida y dos de vuelta para llegar al lugar donde tenían asignada la tarea de levantar ramales para el ferrocarril. "El frío era intenso siempre, y si alguien lograba escapar mataban a todo el resto del grupo que integraba", contó el hombre que en la actualidad tiene 77 años.
"Por la noche llegaba la comida: un litro de agua caliente, una rodaja de pan de 4 milímetros de espesor y un poco de verdura. Si alguien quería ir al baño, debía caminar con las manos en alto desde las barracas hasta las letrinas que estaban a unos 300 metros. Todo el tiempo lo acompañaba un círculo de luz, y nunca se sabía si una bala nos atravesaría el cerebro. Por la mañana veíamos las decenas de cadáveres esparcidos por la nieve", contó Klainman para luego advertir que esto era apenas una parte suave de una historia teñida por el espanto.
Cada tanto, el coronel a cargo del campo elegía 200 judíos, a quienes paraban frente a una fosa, les disparaban y luego los cuerpos eran quemados. "Una vez se paró frente a mí, con su fusta me golpeó la cara y en alemán me gritó fuera. Me llevaron con los demás a la fosa y dispararon", dijo Klainman en un momento en que su historia se volvió estremecedora.
El sobreviviente, ahora casado, con hijos y nietos, y que vive en Buenos Aires, asegura que no le resulta fácil reconstruir estos hechos, pero sí indispensable hacerlo. Por eso cada tanto se da fuerzas a sí mismo y continúa el relato de aquel hecho: "No sé cómo, pero luego me desperté lleno de sangre en la enfermería". Alguien lo ayudó y mantuvo oculto por varios meses. La bala le había atravesado una pierna y había permanecido desmayado junto a los 199 cadáveres de sus compañeros.
Pasajes de la desesperación
Fue trasladado a otros campos de concentración. Trabajó en una excavación donde era obligado a trasladar piedras de su mismo peso, 40 kilos. Más tarde lo llevaron a "la peluquería". "Allí debía recoger el cabello que les cortaban a quienes iban a morir, se juntaban en bolsas y luego se llevaban para construir una capa impermeable para los submarinos de guerra", dijo agachando la cara por la emoción y al recordar las millones de personas víctimas del genocidio.
También estuvo en la fábrica Siemens como mano de obra esclava. "Deben saber que es una empresa que se hizo grande por el trabajo de los judíos esclavos", dijo Klainman a los chicos. En el lugar era obligado a trasladar piezas de un sector a otro, atravesando espacios al aire libre, "donde el frío llegaba a los 25 o 28 grados bajo cero".
"La única ropa que teníamos era un pijama rayado, nos poníamos papeles debajo de la ropa para soportar el frío. Pero eso estaba prohibido. Un día me descubrieron y me obligaron a permanecer una noche parado a medio metro de un alambrado electrificado. La intención era que muriera de frío o electrocutado. Como sobreviví, me castigaron con latigazos".
El 5 de mayo de 1945, los soldados norteamericanos lo liberaron junto a cientos de judíos del campo de exterminio Mauthausen. Tenía entonces 17 años y pesaba 32 kilos. Luego de su liberación, permaneció un mes internado para recuperarse, y durante dos años buscó sin suerte conocer el destino de su familia. Viajó a Italia y en 1947 decidió emigrar a la Argentina, donde vivía una hermana de su madre.
El 27 de octubre de 1947 y con 19 años llegó a la Argentina. "En el mismo momento que pisé suelo argentino me prometí guardar todos mis recuerdos, era la única posibilidad que encontraba para vivir". Luego se casó, tuvo hijos pero aunque todos en su familia sabían que era un sobreviviente no podían sacarle más que ese dato elemental de su pasado. "Cada vez que quería contar me quebraba -continuó-, hasta que cansado de escuchar que el Holocausto no existió y barbaridades contra el pueblo judío pensé que si no hablaba también colaboraba para que no se supiera la verdad".
Decidió entonces romper el silencio y escribir un libro: "El séptimo milagro", publicado en 1998 y traducido ya a tres idiomas. "Todo lo que se recauda con la venta se dona a los necesitados", dijo para dejar en claro que el fin que persigue es sólo difundir lo vivido.
Ahora Klainman, además de visitar escuelas y centros del país, también acompaña a estudiantes de Israel y de la Universidad de Tel Aviv como "testigo vivo" en los viajes a Polonia para estudiar en el lugar el Holocausto y participar en las marchas por la vida que organizan.
"No es fácil para mí contar todo esto, pero lo haré hasta el último día, porque siento que es un deber, para que no sigan ocurriendo otros holocaustos", dijo Klainman al final de su charla y luego de agradecer a la escuela católica por abrirle sus puertas.
Entonces fue cuando, de manera espontánea, los chicos se levantaron, lo abrazaron y felicitaron como a un verdadero héroe. "En el salón de 7º le festejamos el cumpleaños a Brian", le dijeron para invitarlo a comer torta con el alumno que ese día cumplía trece años, la misma edad que Jorge tenía cuando entró al primer campo de concentración. Emocionado, se abrazó con el nene y juntos festejaron por la vida.
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Fotos
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Jorge Klainman vivió un día emotivo con los alumnos.
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